Bruja blanca, magia negra

—Rynn —le suplicó Ivy—. Por favor.

 

Pero el hombre demostró quién era (y lo que era) cuando sus ojos se volvieron negros y su aura me golpeó con fuerza.

 

—Dime que esto no te gusta… —susurró.

 

Solté un grito ahogado apartándome de él cuando sus ojos tocaron mi marca demoníaca. Me encontraba aprisionada entre la parte posterior del sofá y uno de sus brazos, y no podía alejarme más. Mi exhalación se transformó en un gemido cuando un escalofrío me recorrió y ahondó aún más en las zonas en las que la ropa tocaba mi piel. No podía pensar, jamás había sentido algo tan sorprendentemente íntimo, y la sangre me golpeaba con una fuerza inusitada, diciéndome que me entregara, que me rindiera, que aceptara lo que me ofrecía y disfrutara de ello.

 

—?Para! —aulló Jenks—. ?Para de una maldita vez o te juro que te meteré el palillo por la nariz hasta dejarte el cerebro como un queso gruyer!

 

—Por favor… —supliqué entre jadeos con las rodillas en la barbilla mientras casi me retorcía en el sofá sintiendo el tacto del cuero como si fuera piel. La sensación provenía de algún lugar que no conocía y… ?Dios! Era fantástico. ?Cómo podía ignorarlo? Había saltado sobre mí, situándose a pocos centímetros de mi rostro, y me había mostrado lo que Ivy y yo estábamos eludiendo.

 

—Rynn, por favor —susurró Ivy, y de pronto la sensación desapareció con la brusquedad de un bofetón.

 

Mi grito ahogado fue ronco, y sentí la humedad de las lágrimas. Entonces me di cuenta de que tenía la cara apoyada en el sofá y que estaba hecha un ovillo, escondiéndome de la pasión y del éxtasis. Respirando con dificultad, desenredé los brazos y las piernas. No podía enfocar bien, pero lo encontré con la suficiente facilidad, sentando en su silla. Jenks estaba suspendido entre nosotros armado con un palillo. ?Dios! El vampiro parecía tan imperturbable como una piedra y, más o menos, igual de compasivo. Llevaba una máscara soberbia, pero era un animal.

 

—Si vuelves a tocarme la cicatriz… —lo amenacé. Sin embargo, ?qué podía hacer? Era el protector de Ivy y también el mío. Lentamente, el pulso se me moderó, pero el temblor de las piernas no. Sabía que mis amenazas no significaban nada, y me ignoró.

 

Observé cómo dirigía su mirada hacia Ivy y sentí que la sangre abandonaba mi rostro.

 

—Ivy —susurré con el corazón hecho pedazos. Sus ojos estaban negros y te?idos por la desesperación. Estaba luchando contra sus instintos. Su maestro había ido a por mí delante de ella, y luego se había retirado, como si estuviera diciéndole: ?Acaba tú?. Ambas luchábamos contra aquello, y el hecho de que estuviera destrozando sin compasión todo lo que habíamos conseguido hasta ese momento me sacaba de quicio.

 

—No tienes derecho —dije con voz temblorosa.

 

—Tú me gustas, Rachel —dijo de pronto, pillándome por sorpresa—. Me gustas desde la primera vez que oí a Ivy hacer una apasionada descripción de ti y luego descubrí que se ajustaba a la realidad. Eres ingeniosa, inteligente y peligrosa. No puedo mantenerte con vida si sigues ignorando que tus actos tienen consecuencias que van más allá de la próxima semana.

 

—?No vuelvas a hacernos esto a Ivy y a mí! —le reproché a punto de estallar—. ?Me has oído?

 

—?Por qué? —preguntó con una expresión de confusión demasiado real para que fuera fingida—. No he hecho nada que no te haya hecho disfrutar. Ivy es buena para ti, y tú eres buena para ella. No entiendo por qué os empe?áis en ignorar… la estupenda pareja que hacéis.

 

No podía alejarme poco a poco de Ivy. Había encontrado el equilibrio. Ignorarla era la mejor armadura que podía proporcionarle.

 

—Ivy sabe que no es posible un intercambio de sangre sin que exista una relación de dominación. Yo no estoy dispuesta a aceptarla y ella es incapaz de hacerlo.

 

él pareció reflexionar unos segundos sobre lo que acababa de decirle.

 

—Entonces, una de vosotras tendrá que aprender a doblegarse —sentenció como si aquella fuera la solución—. A convertirse en segunda.

 

Pensé en su vástago, a la que había mandado lejos porque era más sencillo hacer aquello sin su presencia.

 

—Ninguna de las dos lo hará —dije—. Esa es la razón por la que podemos vivir juntas. Deja. En paz. A Ivy.

 

él emitió un leve ruidito.

 

—Estaba hablando de que Ivy se doblegara, no tú.

 

Sacudí la cabeza, asqueada.

 

—Eso es lo que amo de ella —dije—. Si se doblega, me marcharé. Y si soy yo la que se doblega, no conseguirá nada más que un cascarón vacío.

 

Cormel frunció el ce?o y el fuego chasqueó mientras pensaba.

 

—?Estás segura? —preguntó. Asentí, sin saber muy bien si aquella respuesta nos salvaría o nos condenaría—. Entonces, es posible que esto no vaya a funcionar —a?adió distante.