Bruja blanca, magia negra

Jenks, que se había mantenido en silencio hasta ese momento, soltó el palillo.

 

—?Sí que lo hará! —protestó mientras chasqueaba las alas—. Me refiero a que Rachel ya ha descubierto muchas cosas. Está trabajando con un demonio muy sabio. ?Encontrará la manera de que Ivy conserve su alma!

 

—?Jenks, no! —dije, pero Cormel estaba pensando, incluso pude ver su inquietud al considerar que la respuesta para salvar a su especie residiera en los demonios.

 

—Al podría saber la forma de retener las almas después de la muerte —alegó Jenks con sus rasgos angulosos fruncidos por la preocupación por mí.

 

—?Cállate! —le grité.

 

Ivy respiraba con menos dificultad y me arriesgué a mirarla. Sus pu?os ya no estaban cerrados, pero seguía mirando al suelo y respirando de forma superficial.

 

—Pregúntale a tu demonio —dijo Cormel mientras Jeff entraba con cautela con un fax en la mano. El hombre miró a Ivy sobresaltado y luego se lo entregó a su maestro. Sin ni siquiera mirarlo, el vampiro no muerto me lo pasó fríamente por encima de Ivy—. Tu alta voluntaria.

 

La guardé en mi bolsillo.

 

—Gracias.

 

—?Qué oportuno! —exclamó Cormel con ligereza, pero ahora lo veía todo. Sus amables palabras y sus sonrisas no conseguirían enga?arme—. Ahora podemos comer con el estómago relajado.

 

Sí. Claro.

 

Entonces me volví hacia Ivy y, cuando sus ojos se encontraron con los míos con una creciente aureola marrón alrededor de sus pupilas, me puse en pie.

 

—Gracias, Rynn, pero tenemos que irnos.

 

Jenks descendió hasta el brazo del sillón y se envolvió precipitadamente con el trozo de tela, subiendo y bajando las alas mientras lo hacía.

 

—Ivy… —dijo Rynn Cormel, como si estuviera confundido.

 

Ella se apartó de él y se aproximó a mí.

 

—Soy feliz —dijo quedamente pasándome mi abrigo—. Por favor, déjame en paz.

 

Echamos a andar hacia la cocina con Jenks volando detrás de nosotras, a modo de retaguardia, y arrastrando el trozo de tela que le sobraba en lugar de su habitual estela de polvo.

 

—Hay muchas cosas que considerar además de la felicidad de dos personas —dijo Cormel alzando la voz, e Ivy se detuvo, con la mano puesta en las puertas batientes.

 

—Rachel no permitirá que la presionen —dijo.

 

—Entonces tendrás que arrastrarla, antes de que lo haga algún otro.

 

Como si fuéramos una sola persona, nos dimos la vuelta y nos marchamos. Detrás de nosotros se oía el ruido incisivo de los palillos y los platos de cerámica al chocar contra la chimenea de piedra. La cocina estaba vacía e imaginé que todo el mundo se había ido a algún otro sitio intentando huir del enfado de Cormel. Jenks se zambulló en mi bufanda y, tras enrollármela alrededor del cuello, suspiré al recordar lo erótico que resultaba un cuello cubierto a los vampiros. ?Dios! ?Qué estúpida era!

 

Ivy vaciló al llegar a la puerta que conducía a la zona de carga.

 

—Enseguida vuelvo —dijo con un peligroso sesgo en su mirada.

 

—?Estás segura? —le pregunté mientras se alejaba. Incómoda, me metí a toda prisa en el frío garaje. No íbamos a volver a casa en el Hummer, así que saqué mi bolso del asiento trasero y, con un gru?ido, empujé la puerta hacia arriba, jadeando mientras afrontaba la silenciosa noche. Tendríamos que coger la bici de Ivy, y el viaje iba a ser muy largo y muy frío.

 

Pero tenía que llegar a casa. Teníamos. Las dos necesitábamos volver a la iglesia y a las pautas de comportamiento que nos mantenían alejadas y, al mismo tiempo, juntas y cuerdas. Tenía que llamar a Al antes de que saliera el sol y suplicarle que me diera un día de descanso. Y ahora tenía que preguntarle si conocía alguna forma de salvar el alma de un vampiro porque, si no lo hacía, podría acabar muerta.

 

El sonido de las botas de Ivy hizo que alzara la vista y la vi bajar las escaleras con los brazos cruzados.

 

—?Estás bien? —le pregunté mientras retiraba la lona de su bicicleta.

 

Ella asintió con la cabeza.

 

—Yo estoy bien, tú estás bien e Ivy está jodidamente bien —se escuchó decir a Jenks desde mi bufanda con una voz nasal que indicaba que tenía la nariz tapada—. Todos estamos bien. ?Podemos salir de aquí de una pu?etera vez?

 

Ivy puso mi bolso a buen recaudo, se subió a la bici y se dio la vuelta para mirarme con expresión expectante.

 

—?Vas a llevarme a rastras? —le pregunté con el pulso acelerado y los pies helados.

 

En la penumbra, sus ojos parecían de un marrón líquido y pude ver lo desgraciada que se sentía.

 

—No.

 

Tenía que confiar en ella. Alzando la pierna, me subí a la bici detrás de ella y me agarré con fuerza mientras Ivy sacaba la bicicleta del calor de la zona cubierta y se adentraba en la fría nieve de los últimos días del a?o.

 

 

 

 

 

16.