Bruja blanca, magia negra

—Tu aura es demasiado delgada. Ponnos en un círculo y hazlo aquí —dijo Ivy poniéndose en pie.

 

En realidad, ponerlos en un círculo no hacía que estuvieran más seguros. A Al le bastaba empujarme hacia dentro y se habría derrumbado. Lo mismo que si hubiera alzado un círculo con nosotros dos en nuestro interior. Y poner a Al solo en un círculo quedaba fuera de toda consideración desde que había empezado a tratarme como una persona, cuando le dije que no volvería a encerrarlo en un círculo. Una persona de segunda clase, pero persona al fin y al cabo.

 

—?Qué necesidad hay de arriesgarse? —pregunté, pensando en los hijos de Jenks. Por lo que yo sabía, el demonio podía convertirlos en un montón de palomitas de maíz—. Podéis mirar desde la ventana. El abrigo… ?Ah, sí! En el vestíbulo. ?Tampoco es para tanto! —grité por encima de mi hombro mientras caminaba hacia la puerta principal. Mis botas también estaban allí. Eran las cuatro de la ma?ana, el momento más frío del día, e iba a sentarme en un cementerio y hablar con Al. ?Ohhh! Me encanta mi vida.

 

Ivy me alcanzó en el momento en que me ponía el abrigo. Había cogido las botas, cuando di un paso atrás y estuve a punto de chocarme con ella.

 

—Voy contigo —dijo, con los ojos cada vez más oscuros.

 

Agucé el oído para escuchar las alas de Jenks y, al no oír nada, susurré:

 

—No se te ocurra dejar a Jenks aquí solo.

 

Ella apretó la mandíbula, mientras la aureola marrón de sus ojos se estrechó aún más. Pasé rozándola y me dirigí a la cocina.

 

—Solo voy a pedirle una noche libre. ?No es para tanto!

 

—Entonces, ?por qué no lo haces aquí? —me respondió a gritos, y se paró al principio del pasillo.

 

Ivy se encontraba de pie junto al piano. Los tenues destellos luminosos sobre mi escritorio formaban un punto de luz verde con pixies asomando la cabeza desde todos los recovecos.

 

—?Porque la última vez perdí el control y pensé que estabais muertos y no voy a arriesgarme si no es necesario! —Ivy inspiró profundamente y se dio la vuelta—. ?Enseguida vuelvo! —a?adí mientras entraba en la cocina.

 

Jenks seguía en lo alto del monitor de Ivy, con las alas desdibujadas y, por el aumento de la circulación, haciendo que se volvieran de un rojo intenso.

 

—No me mires así, Jenks —murmuré mientras dejaba caer las botas para ponérmelas y metía los talones con fuerza en su interior, y él me dio la espalda—. Jenks… —le supliqué, deteniéndome cuando sus alas empezaron a zumbar—. No me va a pasar nada —dije, y él giró la cabeza al oír el ruido áspero de la cremallera subiéndose.

 

—?Y una mierda de hada! —exclamó, elevándose y poniéndose a dar vueltas a mi alrededor—. ?Una mierda de hada verde…!

 

—Cubierta de salpicaduras —terminé por él mientras escarbaba en los bolsillos en busca de mis guantes—. Pasamos por esto todas las semanas. Unas veces aparezco al amanecer, y otras viene él a buscarme. Esconderme en terreno consagrado solo hará que se cabree y le haga una visita a mi madre. Con un poco de suerte, me dará la noche libre, en caso contrario, mandaré a Bis a recoger mis cosas, ?de acuerdo?

 

Jenks se quedó suspendido frente a mí con los brazos en jarras. Lo ignoré y recogí el espejo adivinatorio y las galletas. Sabía cuánto detestaba verse atrapado por culpa del frío, pero no iba a poner en peligro a su familia. Era increíblemente bueno en todo lo demás, y no conseguía entender por qué aquello le molestaba tanto.

 

—Bis estará conmigo —intenté tranquilizarlo y, cuando cruzó los brazos y me dio la espalda, le grité—: ?No me pasará nada, maldita sea! —Y salí hecha una furia hacia la puerta trasera. ?Qué demonios le pasa?

 

Encendí la luz del porche y tiré con fuerza de la puerta para que se bajara el cerrojo. Vacilando en el rellano, me tomé unos segundos para calmarme, dándome cuenta de lo tranquilo que estaba todo allí fuera mientras me ponía los guantes. La luna se encontraba ya a una distancia considerable del horizonte con un contorno tan afilado que parecía que pudiera cortar papel. De mi boca salía vaho y, la segunda vez que me llené los pulmones, sentí cómo el frío me calaba los huesos. Incluso Cincinnati, distante al otro lado del río, parecía congelada. Si la muerte se podía percibir, era aquello.