Bruja blanca, magia negra

Aparté el espejo de mi regazo mientras luchaba por no vomitar. El dolor siguió a las náuseas. Sentía como si tuviera la piel ardiendo, y la energía vibrante me golpeó con fuerza al no contar con el aura para nivelar las subidas y bajadas. Las piernas no me respondían y, cuando intenté ponerme en pie, caí al suelo. Golpeé con el costado el pavimento cubierto de nieve arreglándomelas para estirar los brazos y no partirme la nariz.

 

—?Se?orita Morgan? —insistió Bis, y yo me encogí de dolor cuando me tocó y me sentí a punto de explotar. ?Maldición! Me había encontrado bien hasta que Al me había tocado para que el viaje le saliera más barato. La losa de cemento que tenía debajo estaba dura, y la mejilla me ardía en contacto con la nieve.

 

Percibí el olor a ámbar quemado y, de pronto, aparecieron un par de relucientes zapatos con hebillas ante mis ojos apretados por el dolor.

 

—?Corre, Bis! —acerté a decir entre jadeos. A continuación inspiré fuertemente cuando el dolor desapareció con una brusquedad que me llenó de alegría. La energía de la línea había desaparecido, y solo quedaba yo, tirada sobre la nieve.

 

—?Por todos los demonios! ?Qué estoy haciendo sobre la nieve? —escuché decir a Al con su refinado acento británico—. Levántate, Morgan. Ahí tirada, pareces una fregona.

 

—?Au! —me quejé mientras me agarraba el hombro con una de sus manos enguantadas y me alzaba de un tirón. Me tambaleé, pues durante uno o dos segundos, mis pies no encontraron el suelo.

 

—?Deja en paz a la se?orita Morgan! —dijo una voz grave y profunda desde detrás de mí, y a pesar de que todavía no me había soltado, me las arreglé para mirar a mis espaldas.

 

—?Bis? —farfullé, y Al me dejó caer. Tambaleándome, conseguí recobrar el equilibrio poniendo una mano en el pecho de Al, estupefacta. Bis había utilizado el calor de su cuerpo para derretir un trozo de nieve y había aprovechado el agua para aumentar de tama?o. En aquel momento era de mi misma altura, su piel era de un negro veteado y tenía las alas extendidas para parecer aún más grande. Sus músculos, henchidos de agua, se contraían y se relajaban desde sus curtidos pies hasta sus nudosas manos. Probablemente pesaba demasiado como para echar a volar y, cuando Al dio un paso atrás, la gárgola emitió un silbido mostrando una larga y bífida lengua. ?Maldición! Le salía vapor por todos los poros de su cuerpo.

 

Sentí cómo Al tocaba la peque?a línea que cruzaba el cementerio y di un respingo.

 

—?Al! ?No! —grité, sintiéndome indefensa entre un par de ojos rojos y una gárgola con los ojos del mismo color, afilados cuernos, y sus brazos extendidos en dirección a cada uno de ellos. ?Desde cuándo Bis tenía cuernos?

 

—?Es solo un ni?o! —le grité a Al—. ?No le hagas da?o, Al! ?Es solo un ni?o!

 

Al vaciló y miré a Bis por encima del hombro, sorprendida por el cambio. Los trols de los puentes también podían cambiar de tama?o con agua.

 

—Bis, no tienes de qué preocuparte. No me hará da?o. Ivy no me habría dejado salir sola si no fuera así. Relájate…

 

La tensión disminuyó cuando Bis dejó de silbar. Poco a poco se irguió y su tama?o se redujo ligeramente por el repliegue de las alas. Las manos de Al dejaron de brillar, y percibí una extra?a sensación cuando empujó un montón de energía de vuelta a la línea.

 

Al resopló con fuerza mientras se ajustaba el abrigo y se recolocaba las chorreras.

 

—?Desde cuándo tienes una gárgola? —preguntó con sarcasmo—. Me lo has estado ocultando, bruja piruja. Tráetela esta noche, y podrá tomar té y galletas de argamasa con la mía. Hace siglos que la pobre Treble no tiene nadie con quien jugar.

 

—?Tienes una gárgola? —pregunté mientras Bis se movía con torpeza. No estaba acostumbrado a tal cantidad de masa.

 

—?Cómo, si no, sería capaz de interceptar una línea subterránea de semejante profundidad? —preguntó el demonio con forzada satisfacción—. Por cierto, es muy inteligente de tu parte disponer ya de una. —Este último comentario lo hizo con acritud, y me pregunté qué otras desagradables sorpresas se estaba reservando.

 

—Bis no es mi familiar —dije esforzándome por mantenerme erguida después de que la fatiga se hubiera apoderado de nuevo de mí tras el brusco descenso de adrenalina—. Al, de veras necesito que me des la noche libre.

 

Al escuchar mis palabras, el demonio apartó la vista de la oscuridad de la noche y pareció concentrarse de nuevo en mí.

 

—?Levántate! —dijo tirando de mí una vez más—. Y sacúdete la nieve —a?adió dándole golpes a mi abrigo para deshacerse de la capa crujiente—. ?Cómo demonios se te ocurre llamarme en mitad de la nieve teniendo una cocina tan adorable?

 

—No me fío de lo que puedas hacerles a mis amigos —dije—. ?Podemos saltarnos esta semana?