Su mano enguantada se abalanzó hacia mí y me agarró de la barbilla antes de que se me pasara por la cabeza la idea de apartarme. Entonces reprimí un grito ahogado y Bis se puso a gru?ir.
—Tu aura está tan delgada que casi podría rasgarse… —dijo el demonio quedamente, tirando de mi rostro hacia delante y hacia atrás mientras sus ojos de pupilas rasgadas se asomaban a ocho centímetros fuera del contorno de mi cuerpo—. Es demasiado delgada para trabajar con las líneas, por no hablar de viajar por ellas —sentenció con expresión asqueada soltándome la barbilla—. No me extra?a que te hayas dado de narices contra el suelo. Duele, ?verdad?
Di un paso atrás y me froté donde me había tocado, como si todavía pudiera sentirlo.
—Entonces, ?me das la noche libre?
él se rió.
—No seas ingenua, por supuesto que no. Simplemente me acercaré un momento a casa y traeré una cosita que hará que mi querida bruja piruja se sienta muuuuucho mejor.
Aquello no sonaba nada bien. Ya había consultado mis libros, y había descubierto que no existía ningún hechizo de magia blanca que ayudara a recuperar el aura de una persona. Y tampoco sabía de ninguno de magia negra. Si hubiera existido, los vampiros lo conocerían, teniendo en cuenta que era eso lo que los no muertos chupaban de sus víctimas junto con la sangre.
—?Una maldición? —pregunté reculando hasta que sentí a Bis detrás de mí.
—Si no lo fuera, no funcionaría —declaró Al mientras me observaba por encima de los cristales ahumados de sus gafas y mostraba sus compactos dientes en una sonrisa—. Puede que no me queden muchas cosas, pero lo que sí tengo es una buena colección de auras, guardadas en bonitos tarros alineados, de la misma manera que alguna gente colecciona vino. Me he especializado en el siglo XVIII. Fue un buen siglo para las almas.
Reprimí un escalofrío y me dije a mí misma que se debía al frío.
—Gracias, pero prefiero esperar a que la mía se recupere por sí sola.
—Como si me importara algo lo que tú prefieras. —Dándose la vuelta para agarrarse los faldones de la levita, Al miró a través del cementerio hacia la cercana línea luminosa—. Vuelvo en cinco minutos —dijo empezando a desvanecerse—. En cuanto recuerde dónde escondió Ceri esas peque?as cositas. Espérame aquí —ordenó se?alando la línea como si yo fuera un perro—. No quiero que te desmayes cuando regrese. Y coge tu bolsa. Tendrás que pagar por esto empezando temprano hoy. Enseguida vuelvo.
—Al… —me quejé, cabreada por que intentara disimular su taca?ería con un supuesto interés por mi bienestar. No le importaba si me desmayaba o no, pero no le saldría demasiado caro regresar a siempre jamás si estaba en una línea y, aunque no lo reconocería, la situación económica de Al era tan delicada que incluso aquella minúscula diferencia resultaba importante.
—Ahí —dijo Al apuntando hacia el suelo. Acto seguido, un tenue resplandor cayó en cascada sobre él y desapareció, dejando solo las huellas de sus zapatos en la nieve y un persistente olor a ámbar quemado.
Irritada, solté un bufido y miré el alto muro que rodeaba la propiedad. Iba a tener que esperar otras veinticuatro horas para acompa?ar a Ivy a hablar con Skimmer. Por no hablar de que la SI podría encontrar a Mia durante ese tiempo y alguien más podría acabar muerto. Preocupada por el sonido de un chorro de agua, me giré hacia Bis, sorprendida al encontrarlo escupiendo por todo el cementerio y cubriendo las lápidas de hielo. Estaba reduciendo su tama?o por segundos, volviéndose blanco mientras aumentaba la temperatura del cuerpo gracias a que absorbía el calor del agua antes de expulsarla. A propósito de cosas extra?as…
—No pienso apropiarme del aura de nadie —mascullé imaginándome a Al sentado sobre mí, tapándome la nariz para que mantuviera la boca abierta. Lo cierto era que había visitado sus moradas las suficientes veces como para que ya tuviera un mechón de mi pelo y pudiera dirigir un hechizo contra mí. Lo único que tenía que hacer era invocar la maldición y llevaría el aura de otra persona. Genial.
Bis escupió unos peque?os cubitos de hielo para recuperar por completo la estabilidad y echó a volar para posarse en el hombro del ángel. A juzgar por su aspecto, parecía que no se encontraba bien.
—?Quieres que te acompa?e? ?A siempre jamás?
El pobre adolescente estaba muerto de miedo y me compadecí de él.