—Tu demonio está a punto de volver a buscarte —dijo con una repentina expresión de urgencia en su rostro—. Te ruego que me busques cuando regreses de tu clase. De momento, me conformo con que podamos hablar. No merece la pena recurrir a un aquelarre para reunir la energía suficiente con la que darme un cuerpo para una sola noche hasta que encuentre una manera de estar completo de nuevo. Supondría un martirio innecesario. Pero tienes que prometerme que no le hablarás de mí a tu demonio. No quiero que le pidas ayuda. Puedo arreglármelas solito.
Bis aterrizó pesadamente encima de mi bolsa de lona, con la piel negra y fría y los ojos muy abiertos al ver a Pierce. ?No quiere que le pida ayuda a Al?, pensé. ?De dónde, si no, va a sacar un conjuro capaz de devolverle la vida? De pronto recordé los comentarios de Jenks sobre que estaba espiándonos para descubrir nuestros secretos y mi sonrisa se desvaneció. La gente no te pide que hagas cosas a no ser que tenga una razón.
Al verme vacilar, Pierce frunció el ce?o, mirando entre la sorprendida gárgola y yo.
—Es solo por una peque?ez, Rachel. Tengo intención de explicarte el motivo, pero no ahora.
—Pues tu intención podría ser explicármelo ahora mismo —respondí empezando a sentir un ligero sofoco.
Sentí un leve estallido en los oídos y emití un grito ahogado cuando, de pronto, Al apareció detrás de Pierce alargando una de sus manos enguantadas con los ojos brillantes. Pierce se agachó intentando alcanzar el extremo más lejano de la línea, pero era demasiado tarde.
—?Cuidado, Rachel! —gritó Bis. Me tambaleé hacia atrás y caí sobre mi bolsa golpeando las galletas con el codo. Se escuchó un soplido sibilante cuando Bis se elevó y dirigí la mirada hacia la gárgola que estaba suspendida entre Al y yo. El brazo elegantemente ataviado de Al se encontraba alrededor del cuello de Pierce, y apretaba hasta que a este le colgaron los pies, mientras su rostro se volvía rojo al resistirse.
Bis aterrizó entre Al y yo, con las alas extendidas para parecer más grande, pues tenía demasiado frío para derretir nieve.
—?Al! —grité acercándome al demonio hasta que Bis me siseó—. ?Qué estás haciendo?
El demonio nos miró por encima de los cristales ahumados de sus gafas, con una expresión de satisfacción en sus ojos rojos, cuyas pupilas recordaban a las de las cabras.
—Conseguir un apartamento mejor —refunfu?ó dirigiendo un bufido a Bis a modo de advertencia.
?Oh, mierda!
—?Al, tienes que parar! —dije con el pulso acelerado mientras lanzaba una mirada a la iglesia, pero no había nadie en la ventana—. ?No puedes llevarte a la gente que está hablando conmigo!
El demonio sonrió mostrando su gruesa y compacta dentadura.
—?Ah, no?
Pierce forcejeó intentando liberarse, y el sombrero se le cayó al suelo, desvaneciéndose antes de tocar la nieve.
—No te preocupes, mi adorada bruja —dijo entre jadeos con el rostro enrojecido y los pies intentando encontrar el suelo—. Este demonio de tres al cuarto no pinta nada. Estaré…
Al apretó el brazo, interrumpiendo las palabras de Pierce, y me estremecí.
—Ocupado —dijo el demonio—. Estarás ocupado. —Sin apartar la vista de mis ojos, Al deslizó la mano sugerentemente bajo el abrigo de Pierce, y el peque?o hombre dio un respingo.
—?Eh! —grité, pero Bis no me dejaba acercarme, moviéndose de un lado a otro con las alas extendidas y situando las zarpas sobre una línea imaginaria con una extra?a rigidez—. ?Suéltalo! ?Esto no es justo! Tenemos que establecer ciertas reglas para regular tus apariciones sin aviso previo y tus raptos injustificados. ?Lo digo en serio!
—?Lo dices en serio? —preguntó Al con una carcajada, cambiando la manera en que sujetaba a Pierce hasta que gru?ó y se quedó quieto—. Pues a mí me parece que, después de todo, no voy a necesitar mi nombre para conseguir familiares —me desafió en tono cantarín.
La imagen de Pierce en una subasta demoníaca fue como un trozo de hielo que recorriera mi espalda, pero la posibilidad de que Al empezara a presentarse sin avisar y raptara a quienquiera que estuviera conmigo resultaba aterradora.
—?De ninguna manera! —dije empezando a enfadarme—. No voy a dejar que me uses como cebo. Suéltalo. Si lo quieres, tendrás que cogerlo a la manera tradicional, pero no me vas a utilizar para esto. ?Me oyes, ojos de cabra?
Estaba tan furiosa que tenía ganas de ponerme a chillar. Pierce pareció dolido por mis palabras, pero Al se limitó a reírse de nuevo.
—?Utilizarte como cebo? ?Qué gran idea! —exclamó el demonio. A continuación le hizo una mueca a Bis, que seguía caminando con paso impetuoso entre nosotros—. No se me había ocurrido. Simplemente he visto algo que me gustaba y lo he cogido. —Entonces entrecerró los ojos—. Es lo que siempre he hecho.
—Pero ?él no tiene ningún valor! —exclamé a punto de dar un zapatazo en el suelo y no creyéndome ni una palabra de lo que decía—. Pierce es un fantasma. No puede interceptar líneas. ?Suéltalo! Estás haciendo esto para fastidiarme.