Bruja blanca, magia negra

—Justo antes del amanecer.

 

Me dolía la cabeza y obligué a mi mandíbula a relajarse. Aquello iba a ser la cosa más complicada que había hecho en toda mi vida. Y ni siquiera sabía si era capaz de ello. Miré el reloj que estaba colgado sobre el fregadero y, exhalando lentamente, intercepté la línea que tenía justo detrás.

 

Me estremecí cuando penetró en mi interior con esa nueva y cortante frialdad de metal dentado que serraba mis nervios. La sensación me pareció peor que antes, y la nauseabunda irregularidad hizo que sintiera ganas de vomitar.

 

Las alas de Jenks emitieron un zumbido cuando volvió a entrar, suspendido junto a Ivy despidiendo chispas de color negro. Todavía no había alzado el círculo, pero permaneció junto a Ivy. Parpadeando y temblando, esperé a que regresara la sensación de equilibrio.

 

—Mareada —dije recordando la sensación—, pero estoy bien. Puedo hacerlo. No puede ser tan difícil. Tom es capaz de hacerlo.

 

—Es por la delgadez de tu aura —dijo el pixie—. Rachel. Por favor.

 

Con la mandíbula apretada y notando cómo aumentaba la sensación de vértigo, sacudí la cabeza, cada vez más mareada. Me obligué a mantenerme erguida y, cuando Ivy me hizo un gesto de asentimiento con la cabeza, me quité torpemente el calcetín del pie izquierdo y apoyé el dedo gordo sobre el suave olor de la tiza magnética.

 

Rhombus, pensé con decisión. La palabra mágica alzaría el círculo en un abrir y cerrar de ojos.

 

El miedo me partió en dos y aparté la mano del espejo, doblándome cuando la energía de la línea entró en mí con un estruendo, sin filtro alguno y sin que mi aura pudiera amortiguarla.

 

—?Oh, Dios…! —gimoteé justo antes de derrumbarme sobre el frío linóleo cuando una nueva oleada me golpeó. Y dolía. Mantener el círculo dolía, y mucho, pues las vertiginosas pulsaciones penetraban en mi interior con la fuerza de un tráiler. Se podía sobrevivir al impacto de un tráiler. Yo lo había hecho. Pero no sin la protección de un airbag y un hechizo de inercia. Mi aura había hecho de airbag, pero en aquel momento era tan delgada que casi no servía de nada.

 

—?Ivy! —estaba gritando Jenks en el preciso instante en que mi mejilla aterrizó sobre el linóleo cubierto de sal cuando sufrí otro espasmo—. ?Haz algo! ?No puedo llegar hasta ella!

 

En lugar de soltar la línea, la empujé lejos de mí. Una silenciosa oleada de fuerza explotó desde mi chi y, aliviada, emití un grito ahogado cuando el dolor se desvaneció. Justo entonces, la luz se fue y un inesperado chasquido retumbó en toda la iglesia.

 

—?Al suelo! —gritó Jenks, y un agudo estallido hizo que me dolieran los oídos.

 

—Mierda —susurró Ivy, y mi mejilla ara?ó el suelo cubierto de sal cuando alcé la vista cansadamente al oír sus pasos apresurados hacia la despensa que había detrás de mí. Mis ojos, sin embargo, no se apartaban del frigorífico. Estaba ardiendo y el fantasmal brillo dorado y negro de mi magia iluminaba la cocina a oscuras mientras la puerta estaba abierta de par en par sujeta solo por un perno. ?Me he cargado el frigorífico!

 

—?Jenks? —lo llamé en voz baja, recordando la fuerza de la línea que había alejado de mí de un empujón. Me parece que he fundido todos los plomos de la iglesia.

 

Escuché el zumbido de las alas de pixie sobre mí mientras Ivy usaba el extintor contra el fuego inducido por medio de magia. Detrás de mí, podía oír a los otros pixies, pero cerré los ojos, feliz de encontrarme en el suelo en posición fetal cuando las luces se encendieron de nuevo. El silbido ahogado del extintor cesó y lo único que quedó fue mi respiración entrecortada. Nadie se movió.

 

—?Maldita sea, Ivy! ?Haz algo! —exclamó Jenks mientras la corriente de aire de sus alas me hacía da?o en la piel—. ?Levántala! Yo no puedo ayudarla. ?Soy demasiado peque?o, maldita sea!

 

En los límites de mi conciencia, las botas de Ivy molieron la sal con movimientos repetitivos debidos a los nervios.

 

—No puedo —susurró—. ?Mírame, Jenks! ?No puedo tocarla!