Bruja blanca, magia negra

—?Vaya! ?Qué maravilla! —susurré cuando vi mi reflejo en el espejo. Tenía unas profundas ojeras y estaba más pálida que el culo de Jenks. Me había dado una ducha antes de meterme en la cama para entrar en calor, y me había quedado dormida con el pelo húmedo, por lo que mis rizos tenían el aspecto de serpientes. Por suerte, Marshal no había salido de la cocina. Mi amuleto para cambiar el color de la piel se ocuparía de las ojeras, y abrí el grifo y me desvestí lentamente mientras esperaba a que se calentara el agua.

 

Con cuidado, hasta que supe en qué punto podría marearme, dirigí mi pensamiento hacia mi línea luminosa. El vértigo se apoderó de mí y la solté de inmediato. No iba a poder alzar un círculo en todo el día, pero al menos había mejorado respecto al día anterior y esperaba no estar poniéndome en peligro deambulando por ahí sin poder hacerlo.

 

—Tampoco podías durante los primeros veintiséis a?os de tu vida —susurré. La diferencia residía en que, por aquel entonces, tampoco vivía acosada por vampiros, demonios y elfos desquiciados.

 

Como tenía a Marshal esperando, los veinte minutos de placer que solía concederme se convirtieron en un apresurado remojón de apenas cinco. Mis pensamientos seguían fluctuando entre la presencia de Marshal en mi cocina y la de Pierce en siempre jamás. Quejarme a Dali no era una buena opción. Y tampoco iba a intentar saltar las líneas hasta que no pudiera sujetar una sin que me doliera. Al no estaba jugando limpio y tenía que ser yo la que lo obligara a hacerlo. Tenía que existir algún modo de hacer que me respetara sin tener que recurrir a Dali.

 

Pero mi mente permaneció felizmente vacía mientras me enjabonaba el pelo, me lo enjuagaba y me aplicaba champú por segunda vez.

 

Mientras me secaba el pelo con la toalla, el grave murmullo de la voz de Marshal me recordó que tenía un problema mucho más inmediato sentado en la cocina tomando café. Eché la melena hacia atrás con un movimiento brusco de la cabeza y limpié el vaho del cristal preguntándome cómo iba a solucionar aquello. Jenks le habría llenado la cabeza de tonterías. No podía ser la novia de Marshal. Era demasiado bueno y, aunque era capaz de reaccionar en una situación comprometida, probablemente nunca nadie lo había perseguido para matarlo.

 

Tras vestirme con prisa, me di unos cuantos golpes de cepillo en el pelo húmedo y lo dejé para que se secara al aire. La voz de Jenks se escuchaba claramente cuando abrí la puerta y me dirigí hacia la cocina con los pies cubiertos tan solo por unos calcetines. Lo primero que vi al entrar en la estancia, iluminada por el sol, fue el frigorífico que, excepto por los trozos de cinta aislante que mantenían la puerta cerrada, presentaba un aspecto bastante normal. Jenks estaba en la mesa con Marshal y el hombre alto parecía encontrarse en su propia casa, sentado con el pixie y uno de sus hijos, que se resistía a dormir la siesta.

 

Marshal me buscó los ojos con la mirada y mi sonrisa se desvaneció.

 

—Hola, Marshal —dije recordando cómo nos había ayudado a Jenks y mí en Mackinaw cuando realmente lo necesitábamos. Siempre le estaría agradecida por aquello.

 

—Buenos días, Rachel —saludó el brujo poniéndose en pie—. ?Os habéis puesto a dieta?

 

Seguí su mirada hasta el frigorífico, resistiéndome a decirle que lo había hecho saltar por los aires.

 

—Ehh, sí —respondí dubitativa. A continuación, recordé su visita al hospital y le di un rápido abrazo, casi sin tocarlo. Jenks se alzó con su hijo y se trasladó al fregadero para aprovechar una franja de sol—. ?Has sabido algo de mis clases?

 

Los amplios hombros de Marshal se alzaron y descendieron.

 

—Hoy todavía no he mirado mi correo electrónico, pero tengo que pasarme por allí más tarde. Estoy seguro de que se trata de algún error informático.

 

Esperaba que tuviera razón. Nunca había oído de ninguna universidad que rechazara dinero.

 

—Gracias por el desayuno —dije mirando la caja de dónuts abierta que reposaba sobre la encimera—. Eres muy amable.

 

Marshal se pasó la mano por su corto pelo negro.

 

—Solo he pasado para ver cómo estabas. Hasta ahora no conocía a nadie que se hubiera fugado del hospital. Por cierto, Jenks me ha dicho que anoche tuviste un peque?o altercado con Al.

 

—?Has hecho café? —pregunté. No me apetecía nada hablar de Al—. Gracias, huele genial —a?adí dirigiéndome hacia la jarra que estaba junto al fregadero.

 

Marshal entrelazó las manos a la altura de las caderas y luego las separó, como si se hubiera dado cuenta de lo vulnerable que parecía en aquella posición.

 

—Lo ha preparado Ivy.

 

—Antes de irse —aclaró Jenks sentándose en el grifo con su hijo dormido en su regazo.

 

Me apoyé en el fregadero y bebí un trago de café, observando a los dos hombres en extremos opuestos de la cocina. No me gustaba que mi madre se empe?ara en buscarme novio, pero aún me gustaba menos que lo hiciera Jenks.

 

Marshal volvió a sentarse. Parecía incómodo.

 

—Entonces, ?tu aura está mejorando?

 

Dejé escapar un suspiro y me calmé. Había sido todo un detalle que viniera a visitarme al hospital.