Bruja blanca, magia negra

—?Un masaje?

 

—De cuerpo entero. Desde la cabeza hasta los dedos de los pies —respondió dando un respingo cuando pasó la página y se topó con una maldición para destruir un ejército con una sola nota musical—. ?De veras crees que esto funciona?

 

—Si se hace bien, por supuesto. —Estirando el brazo, agarré un manual universitario y lo abrí por el índice. Tenía los dedos helados y soplé para calentarlos—. ?Conque un masaje solucionaría lo de mi aura?

 

Marshal se rió entre dientes y pasó otra página amarillenta.

 

—Si se hace bien, por supuesto —respondió, haciéndome burla; alcé la vista y descubrí que me miraba con una sonrisa—. Palabra de boy scout. Los masajes estimulan los ritmos digestivos y de sue?o. Es entonces cuando tu aura se regenera. Si te das un masaje, tu aura mejorará.

 

Me quedé mirándolo, intentando discernir si estaba bromeando o no.

 

—?Lo dices en serio?

 

—Pues claro. —La seguridad y la convicción que mostraba flaquearon cuando vio la siguiente maldición, que permitía levantar un vendaval capaz de derribar edificios—. Ehh, ?Rachel? —balbució.

 

—?Qué? —pregunté poniéndome a la defensiva. ?Por todos los demonios! Yo no era una bruja negra.

 

—Este de aquí es como para cagarse de miedo —dijo con el ce?o fruncido.

 

Solté una carcajada, colocándome de nuevo el libro demoníaco sobre el regazo y dejando el de la universidad en el suelo.

 

—Por eso no lo hago —dije agradecida porque no pensara que era mala solo porque tenía un libro que ense?aba a realizar una maldición para causar una epidemia de peste bubónica.

 

Emitió un peque?o sonido y se movió hacia un lado para mirar por encima de mi hombro.

 

—Un cosa… Aun a riesgo de reabrir las heridas, ?qué piensa Robbie de tu ingreso en el hospital?

 

Yo volví una página y palidecí: Cómo conseguir que una humana engendre un lobo. ?Maldita sea! No tenía ni idea de que tuviera aquel ejemplar en mi biblioteca.

 

—Bueno… —farfullé pasando rápidamente la página—. Dice que son gajes del oficio y me pidió que dejara de hacer cosas peligrosas para no disgustar a mamá. Pero el disgustado es él, no mamá.

 

—Me imaginaba que diría algo así.

 

Marshal se inclinó, invadiendo mi espacio vital, y pasó la página por mí. Inspiré profundamente y disfruté tanto del calor corporal extra en el frío campanario como del intenso olor a secuoya. Había estado realizando hechizos recientemente, y me pregunté si tendría algún amuleto para modificar la temperatura y evitar temblar.

 

—Tu hermano me cae bien —dijo sin darse cuenta de lo mucho que disfrutaba de su olor—, pero me saca de quicio verlo tratarte como a la ni?a que eras cuando se fue. Mi hermano mayor hace lo mismo conmigo. Me entran ganas de darle un pu?etazo.

 

—Mmmm —gemí dejando que el peso de nuestros cuerpos nos aproximara aún más, pensando lo sospechoso que resultaba que estuviera diciendo las palabras adecuadas—. Cuando Robbie se marchó, yo tenía trece a?os y nunca tuvo oportunidad de verme de adulta. —Nuestros hombros se tocaron cuando pasé la página, pero él no pareció darse cuenta—. Y yo voy y acabo en el hospital cuando viene a visitarnos. Mejor imposible, ?verdad?

 

Marshal soltó una carcajada y luego se aproximó para leer el texto que explicaba cómo hacer que las pompas de jabón duraran hasta el amanecer, y me sentí mejor al ver que no todas las maldiciones eran malas. Supuse que podías hacerlas aparecer en los pulmones de alguien para que se ahogara, pero también podías usarlas para entretener a los ni?os.

 

—Quería darte las gracias por venir a casa de mi madre —dije quedamente, observándolo a él en lugar de a las maldiciones que estaba ojeando—. De no ser por ti, no creo que hubiera aguantado toda la noche escuchando ?Cindy esto?, ?Cindy lo otro?, seguido por el inevitable ??Y tú cuándo piensas sentar la cabeza, Rachel??.

 

—Las madres son así —dijo en un tono preocupado—. Solo quiere que seas feliz.

 

—Ya lo soy —dije con acritud, y Marshal ahogó una risa, probablemente intentando memorizar la maldición para convertir el agua en vino. Era ideal para las fiestas, pero no hubiera podido invocarlo, porque su sangre carecía de las enzimas adecuadas. Yo, en cambio, sí podía.

 

Suspirando, empujé el libro para colocarlo en su regazo y coloqué otro en el mío. Allí arriba hacía frío, pero no quería bajar y arriesgarme a despertar a cuatro docenas de pixies. ?Me da envidia que Robbie parezca tenerlo todo? ?Que le resulte tan sencillo?

 

—?Sabes? —dijo Marshal sin levantar la vista del libro—. No tenemos por qué dejar las cosas como están… entre nosotros, quiero decir.

 

Me puse rígida. Marshal debió de notarlo, teniendo en cuenta que nuestros hombros se estaban tocando. No dije nada y, envalentonado por la falta de una respuesta negativa, a?adió:

 

—Me refiero a que, en octubre, no estaba preparado para una relación estable, pero ahora…