Me puse en pie con intención de ir a comprobarlo y desde la sala de estar me llegó el pitido del teléfono descolgado. Jenks salió disparado para ocuparse y yo me quedé helada, recordando que tenía compa?ía.
—?Oh! Lo siento —dije mirando la expresión divertida de Marshal, que se había situado cómodamente en una silla y masticaba un dónut—. Tengo que subir al ático a coger unos libros. Para buscar un… hechizo.
—?Quieres que te ayude a bajarlos? —preguntó, haciendo amago de levantarse.
—Son solo un par de volúmenes —me justifiqué pensando en los libros demoníacos que guardaba junto al resto.
—No pasa nada —respondió dirigiéndose hacia el santuario con paso firme y confiado; yo intenté echar a andar tras él. Mierda. ?Cómo voy a explicarle lo de los textos demoníacos?
El santuario estaba en silencio, y la temperatura era muy agradable gracias al climatizador, que estaba encendido para los pixies. Jenks había colgado el teléfono y se encontraba en las vigas del techo haciendo guardia con dos de sus hijos mayores.
—Puedo hacerlo sola —dije cuando alcancé a Marshal, y él me miró de reojo.
—Son solo un par de volúmenes —dijo antes de pegarle un bocado al dónut que llevaba en la mano—. Te los bajaré y, si después quieres que me vaya, lo haré —a?adió con la boca llena—. Sé que tienes trabajo. Solo quería saber cómo estabas.
Sus palabras dejaban entrever que estaba dolido, y me sentí mal mientras lo seguía por el frío vestíbulo y nos adentrábamos en la escalera circular que conducía al campanario. En una ocasión, durante la noche de Halloween, cuando me escondía de los demonios, había estado preparando hechizos allí arriba. Por aquel entonces, Marshal acababa de llegar a la ciudad y estaba buscando un apartamento. ?Cáspita! ?Hacía solo dos meses que nos veíamos? Parecía que hubiera pasado mucho más tiempo.
—Marshal —dije una vez llegamos arriba, y me rodeé el cuerpo con los brazos para protegerme del frío. Allí no había calefacción, y la temperatura era tan baja que me salía vaho de la boca. Busqué con la mirada los listones abiertos sobre la enorme campana que hacía las veces de techo, pero Bis no estaba. Probablemente la noche anterior se habría colocado en los aleros, donde el sol le habría dado durante todo el día. La gárgola adolescente no entraba si no era debido a las inclemencias del tiempo y, conforme creciera, no entraría ni siquiera entonces.
—?Guau! ?Qué sitio tan bonito! —dijo Marshal, y yo reculé, con cara de satisfacción, mientras él observaba la habitación hexagonal. El suelo sin pulir era del color del polvo; y las paredes, sin terminar, todavía mostraban los tablones de madera sin barnizar y la parte trasera del revestimiento externo. La temperatura era la misma que en el exterior, unos diez grados, y resultaba muy refrescante comparada con el calor húmedo de la planta inferior.
Las ventanas de tablillas dejaban entrar franjas de luz y de sonido en aquel agradable escondite en el que sentarse a ver la vida pasar. No me sorprendió cuando Marshal dobló una de las tablillas para echar un vistazo al exterior. Junto a él estaba la silla plegable que había dejado allí para cuando necesitaba alejarme de todo. En el centro de aquella estancia de diez metros cuadrados había un tocador con la superficie del mármol verde y un espejo deteriorado por el paso del tiempo. Mis libros se encontraban en la estantería de caoba que se apoyaba en uno de los espacios entre las ventanas. Junto a él, al lado de la puerta, había un sofá con la tapicería descolorida. Por lo demás, el espacio estaba vacío, excepto por el zumbido casi subliminal de la campana que retumbaba débilmente.
Cansada, me senté en el sofá, saqué uno de los libros y me lo coloqué en el regazo, contenta de poder sentarme mientras Marshal satisfacía su curiosidad. Mi mente regresó al piso de abajo, hacia los inservibles hechizos de mi armario.
—Ummm, Marshal. En cuanto a los hechizos localizadores…
Marshal se giró, sonriente.
—Mis labios están sellados —dijo cruzando la habitación—. Sé que los trabajos que haces para la AFI son confidenciales. No te preocupes.
De acuerdo. Esto es muy extra?o, pensé cuando Marshal se sentó junto a mí, me cogió el libro y lo abrió. ?Cómo era posible que no se hubiera dado cuenta de que los hechizos eran malignos?
—?Qué estamos buscando? —preguntó alegremente. A continuación se miró la mano, en la que probablemente había sentido un cosquilleo. Los grimorios demoníacos eran así.
—Un hechizo para proteger mi aura —expliqué—. Esto… Eso que tienes ahí es un texto demoníaco.
Marshal parpadeó, poniéndose rígido cuando se dio cuenta de lo que había abierto.
—Por eso los guardas aquí arriba —dijo, sin quitarle la vista de encima.
Asentí con la cabeza.
Para mi sorpresa, no lo devolvió a su sitio, sino que pasó la página, dejándose llevar por la curiosidad.
—No necesitas un hechizo para mejorar tu aura —dijo—. Lo que te hace falta es un buen masaje.
Mis hombros se relajaron y, contenta de que no hubiera echado a correr gritando como un poseso, murmuré: