Bruja blanca, magia negra

Alcé las cejas. Ahora entiendo de dónde viene ese repentino entusiasmo por Marshal, pensé. Jenks creía que era el menos peligroso de los dos. Irritada, cerré el cajón de golpe y se alzó con una explosión de luz.

 

—?Ya vale! —exclamé—. No siento ninguna atracción por Pierce. —Al menos, no lo suficiente como para hacer algo al respecto—. Si no obligo a Al a tratarme con respeto, todos los que me rodean estarán en peligro, ?entendido? Esa es la razón por la que estoy haciendo esto, no porque necesite una cita.

 

Las alas de Jenks empezaron a zumbar.

 

—Te conozco —dijo en tono severo—. Esto no acabará con un final feliz. Te estás boicoteando a ti misma persiguiendo algo que no puedes tener.

 

?Boicoteando? ?Es que ni siquiera me escucha? Con unos calcetines negros en la mano, alcé la vista hacia él y me di cuenta de que nos encontrábamos frente a frente.

 

—Ves demasiados programas de testimonios —dije cerrando el cajón con fuerza.

 

Jenks no a?adió nada más, pero sus palabras siguieron aguijoneándome mientras cogía un par de vaqueros de una percha. Mia me había dicho que me pasaba la vida escapando, que me asustaba creer que alguien pudiera sobrevivir a mi lado, y que me quedaría sola por miedo. Me había dicho que, aunque viviera con Ivy y Jenks, seguía estando sola. Disgustada, eché un vistazo a mis sudaderas, metidas en el organizador que me había comprado Ivy, sin verlas realmente.

 

—No quiero estar sola —exhalé y, antes de que me diera cuenta, Jenks se posó en mi hombro.

 

—No lo estás —dijo con una voz cargada de preocupación—. Pero necesitas a alguien aparte de Ivy y de mí. Dale una oportunidad a Marshal.

 

—No se trata de elegir entre Marshal y Pierce —dije sacando una sudadera negra, aunque mi mente regresaba una y otra vez al momento en que Jenks le gritó a Ivy que me cogiera porque él era demasiado peque?o para hacerlo. Ivy no podía tocarme o demostrarme que me quería sin activar su maldito deseo de sangre. Tenía buenos amigos, capaces de arriesgar su vida por mí, pero seguía estando sola. Llevaba sola desde la muerte de Kisten, incluso aunque Marshal y yo hiciéramos cosas juntos. Siempre sola, siempre alejada de los demás. Y estaba cansada de ello. Me gustaba estar con alguien, sentir la intimidad que dos personas podían compartir, y no debía considerarme débil por desearlo. No permitiría que las palabras de Mia se hicieran realidad.

 

Puse la ropa bajo el brazo y sonreí débilmente a Jenks.

 

—Sé a lo que te refieres.

 

Jenks alzó el vuelo y me siguió.

 

—Entonces, ?le darás una oportunidad a Marshal?

 

Sabía que el hecho de ser demasiado peque?o para ayudarme lo había destrozado.

 

—Jenks —dije. Sus alas dejaron de moverse—. Te agradezco lo que estás intentando hacer, pero me encuentro bien. Llevo veintiséis a?os levantándome del suelo. Y se me da muy bien. Si alguna vez Marshal y yo cambiáramos las cosas, me gustaría que fuera por una razón real, y no porque los dos nos sintamos solos.

 

Las alas de Jenks se encorvaron.

 

—Solo quiero que seas feliz, Rachel.

 

Eché un vistazo a Rex, que se enroscaba sobre sí misma bajo el pomo.

 

—Y lo soy —dije. A continuación a?adí—: Tu gata necesita salir.

 

—Ya me ocupo de ella —refunfu?ó y, cuando abrí la puerta, tanto él como la gata salieron disparados.

 

—?Marshal? —pregunté asomando la cabeza por el marco de la puerta y descubriendo que Jenks y Rex ya habían llegado a la sala de estar de la parte posterior y que el pasillo estaba vacío—. ?Enseguida estoy contigo!

 

Desde la cocina llegó el chirrido de las patas de una silla, seguido por la familiar y resonante voz de Marshal diciendo:

 

—?Tómate todo el tiempo que necesites, Rachel! Tengo café, así que estoy feliz. —En ese momento vaciló y, mientras esperaba para ver si me asomaba al pasillo, a?adió en un tono preocupado—: ?Qué hay en las pociones? Huele a cera carbónica.

 

—Esto… —farfullé, no queriendo decirle que no funcionaban—. Amuletos localizadores para la AFI. Tengo que invocarlos y ponerlos en discos —a?adí para que los dejara donde estaban.

 

—Genial —dijo quedamente. Tras escuchar el chirrido de Jenks al abrir la portezuela para gatos y pixies y, convencida de que Marshal no se iba a asomar al pasillo, crucé a toda prisa hasta mi ba?o. Cerré la puerta con cuidado cuando oí que Jenks y Marshal se ponían a hablar.