Bruja blanca, magia negra

Inspiré de nuevo, agradecida porque el dolor hubiera desaparecido. Entonces me senté, me abracé las piernas a la altura de las pantorrillas y apoyé la cabeza sobre las rodillas, temblando por el persistente recuerdo del dolor y la conmoción. ?Maldita sea! Me he cargado el frigorífico.

 

No me extra?aba que Al se hubiera mostrado tan seguro de sí mismo. Me había dicho que no había nada que pudiera hacer y tenía razón. Y allí sentada, apaleada, sentí cómo la primera lágrima de frustración me bajaba por la mejilla. Si no conseguía que Al me tratara con más respeto, me quedaría sola. No podría profundizar en mi relación con Marshal porque se convertiría en un posible objetivo. Pierce ni siquiera estaba vivo y, después de que lo raptara de mi jardín trasero, se pasaría el resto de la eternidad en siempre jamás. Al acabaría fijándose en Jenks y en Ivy. A menos que lo obligara a adaptarse a las normas del civismo más elemental, todos los que me rodeaban vivirían a merced de los caprichos de un demonio.

 

No parecía que hubiera manera de poder tomarme un respiro.

 

Deprimida, me senté en el suelo de la cocina intentando no temblar. Necesitaba que alguien me abrazara, que me rodeara con una manta y cuidara de mí hasta que descubriera cómo resolver aquello. Y al no tener a nadie, me abracé yo misma, conteniendo la respiración para evitar que se me escaparan más lágrimas. Sentía un profundo dolor, tanto en el cuerpo como en el alma. ?Maldita sea! ?Podía llorar si me daba la gana!

 

—?Ivy! —exclamó la vocecita de Jenks, presa del pánico—. ?Cógela! Yo soy demasiado peque?o. Soy demasiado peque?o. Necesita que alguien la toque o creerá que está sola.

 

Es que estoy sola.

 

—?No puedo! —gritó Ivy haciéndome dar un respingo—. ?Mírame! Si la toco…

 

Con los ojos húmedos, alcé la vista. Un escalofrío me recorrió de arriba abajo cuando la vi delante del frigorífico roto, cuyas bandejas interiores liberaban nieve carbónica. Tenía las pupilas dilatadas y sus ojos de un negro vampírico; apretaba los pu?os por efecto de la necesidad contenida. El instinto que había despertado Rynn Cormel aquella misma noche luchaba contra el deseo de consolarme. Y los instintos iban ganando. Si hacía el más mínimo amago de ayudarme, acabaría con los dientes en mi cuello.

 

—?No puedo tocarte! —dijo con las mejillas llenas de lágrimas que hacían que estuviera preciosa—. Lo siento, Rachel, no puedo…

 

Jenks salió disparado hacia el techo cuando ella se puso en movimiento. Intentaba escapar de allí y, en un abrir y cerrar de ojos, la cocina se quedó vacía. Tambaleándome, me puse en pie. Había salido huyendo, pero sabía que no abandonaría la iglesia. Solo necesitaba tiempo y espacio para recobrar la compostura.

 

—No pasa nada —susurré sin mirar a Jenks y luchando por no perder el equilibrio—. No es culpa suya. Jenks, voy a darme una ducha. Me encontraré mucho mejor después de una ducha caliente. No dejes que tus hijos se me acerquen hasta que salga el sol, ?vale? No podría vivir conmigo misma si Al los raptara.

 

Jenks se quedó suspendido en el mismo lugar mientras yo utilizaba la encimera y luego la pared para no perder el equilibrio camino del ba?o, con la cabeza gacha e intentando que no se me vieran los ojos. Detrás de mí, dejé un rastro de desperfectos en la cocina. En realidad la ducha no serviría de nada, pero tenía que salir de allí.

 

Necesitaba a alguien que me abrazara y me dijera que todo se iba a arreglar. Pero estaba sola. Jenks no podía ayudarme. Ivy no podía tocarme. ?Por todos los demonios! Ni siquiera Bis podía hacerlo. El resto de las personas que se habían acercado a mí estaban muertas o no eran lo suficientemente fuertes para sobrevivir a la mierda que iba esparciendo mi vida.

 

Estaba sola, tal y como había dicho Mia, y siempre lo estaría.

 

 

 

 

 

18.

 

 

No había resultado fácil seguir durmiendo con Ivy dando golpes por los alrededores de la casa, entrando sobre las diez, dándose una ducha, a juzgar por los ruidos del ba?o, y marchándose una hora después. Los hijos de Jenks tampoco habían ayudado mucho, revoloteando arriba y abajo mientras jugaban al pilla-pilla con Rex. No obstante, escondí la cabeza bajo la almohada y me quedé en la cama mientras tres kilos y medio de pelo de gato se estrellaban una y otra vez contra las paredes y volcaban una mesita auxiliar. Estaba cansada, tenía el aura hecha una pena y me sentía muy deprimida; e iba a dormir hasta tarde.

 

En consecuencia, cuando varias horas más tarde Jenks encerró a Rex en mi habitación para que sus hijos se estuvieran callados durante la siesta, apenas oí abrirse la puerta principal y los suaves pasos por delante de mi puerta. Ivy, asumí y, con un suspiro, me acurruqué aún más bajo la colcha, alegrándome de que mi compa?era de piso hubiera encontrado un poco de tranquilidad y poder dormir al fin. Pero no. Yo nunca tenía tanta suerte.

 

—?Rachel? —susurró una aguda voz penetrando junto al suave murmullo de las alas de libélula en mi sue?o de dorados campos de trigo. Pierce estaba tumbado en ellos, con una espiga entre los dientes, observando las rojizas nubes del cielo.