Bruja blanca, magia negra

—Poco a poco —respondí con amargura—. En realidad, ese es el motivo por el que quería que Al me diera el día libre. Por lo visto mi aura es demasiado delgada para viajar por las líneas sin peligro. Ni siquiera puedo trazar un círculo. Me mareo. Y me produce tanto dolor que casi no puedo respirar, pero ?qué necesidad hay de mencionarlo?

 

—Lo siento. —Marshal cogió un dónut y me tendió la caja—. Verás como al final se arregla.

 

—Eso dicen. —Me acerqué y me apoyé en la encimera central para coger uno de los glaseados—. Creo que, para la semana que viene, habrá vuelto a la normalidad.

 

Marshal echó un vistazo a Jenks antes de decir quedamente:

 

—Me refería a lo de Pierce. Jenks me ha contado que lo viste en la línea y que Al se lo llevó. ?Dios, Rachel! Lo siento de veras. Debes de estar muy disgustada.

 

En ese momento sentí que la sangre se me helaba. Jenks tuvo la decencia de parecer desconcertado y yo dejé el dónut sobre una servilleta.

 

—La palabra disgustada se queda corta para definir cómo me siento. No esperaba tener que ocuparme de eso; una cosa más que debe arreglar la se?orita Rachel. Además de encontrar al asesino de Kisten. Soy el jodido albatros.

 

El brujo se pasó la mano por su corto pelo, que había empezado a crecerle tan solo dos meses antes.

 

—Te entiendo perfectamente. Cuando alguien que te importa está en peligro, revuelves cielo y tierra por ayudarle.

 

La presión de mi sangre se disparó y, lanzándole una mirada asesina a Jenks, me llevé la mano a la cadera.

 

—Jenks, tu gata está en la puerta.

 

El pixie abrió la boca, miró mi gesto de desagrado y pilló la indirecta. Intercambió con Marshal una mirada masculina que no supe interpretar y, con el ni?o dormido en su cadera, salió de la estancia. Tenía un aspecto muy agradable y me pregunté qué tal se encontraría Matalina. últimamente Jenks se había mostrado muy reservado en todo lo que tenía que ver con ella.

 

Esperé hasta que el zumbido de sus alas había desaparecido y me senté frente a Marshal.

 

—Conozco a Pierce solo de un día —dije sintiéndome como si le debiera una explicación—. Tenía dieciocho a?os. Jenks piensa que busco hombres con los que no puedo tener una relación de verdad para no sentirme culpable por no tener una en mi vida, pero te aseguro que no hay nada entre Pierce y yo. Es solo un buen tipo que necesita ayuda. Porque tuvo la mala suerte de conocerme.

 

—No pretendo ser tu novio —dijo Marshal con la vista puesta en el suelo—. Solo intento ser tu amigo.

 

Sus palabras consiguieron despertar todos y cada uno de mis sentimientos de culpa y cerré los ojos, pensando cómo podía responder a aquello. ?Marshal como amigo? Era una idea agradable, pero nunca había sido capaz de ser amiga de un hombre sin acabar llevándomelo a la cama. Por todos los demonios, me había comido la cabeza sobre Ivy por esa misma cuestión. Mi relación con Marshal era la más larga que había tenido con un tipo sin que se convirtiera en algo sexual. Pero, en realidad, tampoco se podía decir que estuviéramos saliendo. ?O sí?

 

Confundida, exhalé lentamente. Me pregunté cómo iba a gestionar aquello y le miré la mano. Era muy bonita, fuerte y bronceada.

 

—Marshal —empecé a decir.

 

El teléfono sonó en la sala de estar y parpadeó el piloto de la extensión de la cocina, con el timbre desactivado desde la noche anterior. Jenks gritó que ya respondía él y yo me dejé caer de nuevo sobre la silla.

 

—Marshal —repetí cuando Rex entró sin hacer ruido ya que su due?o ya no estaba espiándonos desde el pasillo—, me siento muy halagada por lo que estás intentando hacer, y no es que no te encuentre atractivo —dije sonrojándome y empezando a tartamudear—, pero estudio con demonios. Mi alma está cubierta de su mácula, y tengo el aura tan delgada que ni siquiera puedo interceptar una línea. Te mereces algo mejor que mi mierda. Lo digo en serio. No merezco la pena. Nada lo merece.

 

Alcé la mirada de golpe cuando Marshal se inclinó y me tomó la mano.

 

—Nunca dije que fuera fácil estar contigo —dijo en voz baja, mirándome seriamente con sus ojos marrones—. Lo supe desde el momento en que entraste en mi tienda con un pixie de un metro ochenta y compraste una inmersión con una tarjeta de crédito de Encantamientos Vampíricos. Pero sí que mereces la pena. Eres una buena persona. Y me gustas. Quiero ayudarte siempre que pueda, y cada vez se me da mejor mantenerme al margen y no sentirme culpable cuando no me es posible.

 

La mano con la que sujetaba la mía estaba cálida, y me quedé mirándola.

 

—Necesitaba oírlo —dije en un susurro para que no se me quebrara la voz—, gracias, pero no merece la pena morir por mí, y las probabilidades son altas.

 

El chasquido de las alas de pixie se abrió paso y, cuando Jenks entró volando, Marshal se apartó. Sentí calor en las mejillas y escondí las manos bajo la mesa.

 

—Rachel —dijo Jenks mirándonos alternativamente—. Es Edden.

 

Vacilé. Mi primer impulso había sido decirle que llamara más tarde, pero era posible que tuviera noticias sobre Mia.

 

—Es sobre una banshee —continuó Jenks—. Dice que si no coges el teléfono, enviará un coche a buscarte.