Bruja blanca, magia negra

Lentamente, una sonrisa se dibujó en el rostro de Al y acarició el pelo alrededor de la oreja de Pierce provocando que se pusiera rígido.

 

—No tienes ni idea de quién es, ?verdad? —dijo Al sembrando en mi interior la semilla de la duda. Parecía demasiado satisfecho—. Hay maldiciones capaces de resolver el peque?o problema de ser todo espíritu y carecer de cuerpo, y este pedazo de mierda de brujo… —Al dio una sacudida a Pierce—. El aquí presente se merece un poco más de tiempo en la cocina. Solo es cuestión de dar con la maldición adecuada. Se trata del ni?o bonito, el que se escapó, y va a servir para pagar mis deudas durante los próximos treinta a?os.

 

Cerré los pu?os, fríos en el interior de mis guantes. ?Pierce tenía una historia con los demonios? ?Maldición!

 

—?Lo conoces? —dije mientras mis palabras se rodeaban de una neblina blanca. Aquello explicaría por qué se le daban tan bien las líneas luminosas. Pero ?era tan agradable! ?Tan… normal!

 

—?Yo no practico la demonología! —exclamó el fantasma—. Suéltame ahora mismo, pedazo de hígado de cabra lleno de gusanos, o sufrirás una monumental derrota. Tú no vales para nada. Eres un demonio de segunda categoría…

 

Al flexionó el brazo y Pierce se atragantó.

 

—Jamás había conseguido dar con él antes —explicó Al recobrando su habitual actitud altanera a pesar de que Pierce intentaba separar los dedos del demonio de su garganta—, pero he oído hablar de él, bruja piruja. Todo el mundo ha oído hablar de Gordian Nathaniel Pierce. Estuvo a punto de matar a Newt, y esa es la razón por la que voy a sacar tanto dinero de él que podrás quedarte mi nombre de invocación durante la próxima década. Alguien pagará una buena cantidad por él. —Y, bajando la voz, a?adió—: Aunque lo único que hagan sea molerle a palos.

 

No practica magia negra, sino que es un asesino de demonios, pensé con una extra?a sensación de tenso alivio. Incluso Bis parecía aliviado. Entonces miré hacia la iglesia, pero seguí sin percibir movimiento alguno.

 

—Al, no puedes llevarte a la gente que habla conmigo —dije y, cuando Al se rió, le espeté—: ?Entonces lo compraré yo!

 

Bis se volvió hacia mí con los ojos como platos, e incluso Pierce abrió la boca para protestar, gru?endo cuando Al tiró de él.

 

—Ni por lo más remoto —canturreó tirando de Pierce hacia sí hasta que el fantasma apretó los labios con gesto desafiante y sus ojos brillaron de odio—. Bueno, tal vez… —masculló Al justo antes de sacudir la cabeza—. No, ni por lo más remoto —se reafirmó—. No te lo venderé. A pesar de la limitación que le supone su categoría de brujo, en este momento es más peligroso que tú. Está en su momento álgido. Además, ?cuántos peque?os y desagradables hombrecitos necesitas como familiares? —dijo, mirando a Bis—. Es una mala persona a la que le gusta matar demonios.

 

—No soy un demonio —dije, con voz temblorosa.

 

Al entrecerró los ojos.

 

—Pero yo sí —entonó—. Considera tu noche libre como una muestra de agradecimiento por atraerlo hasta mí, bruja piruja. Tus clases han sido canceladas hasta nueva orden. Voy a estar ocupado durante una temporada.

 

—?Al! —grité cuando empezaron a desvanecerse—. ?No puedes dejarme así!

 

Sonriéndome por encima de sus gafas, Al sacudió la cabeza.

 

—No eres tú la que tiene el control, Rachel. Soy yo. De todo.

 

—?Estás abusando de tu derecho a controlarme, y lo sabes! —le grité furiosa—. Devuélvelo y deja de secuestrar a la gente que está conmigo o te aseguro que voy a… a…

 

Al vaciló y me eché a temblar.

 

—?A qué? —preguntó, y Pierce cerró los ojos con expresión desdichada—. No puedes viajar a través de las líneas hasta que tu aura no se haya recuperado, y yo no pienso arreglártela. —Miró a Bis y se le aproximó lentamente hasta que la gárgola emitió un sonido sibilante—. No hay nada que puedas hacer, Rachel Mariana Morgan.

 

Al oír sus palabras di un paso atrás, bloqueada. ?Maldición! Cuando me llamaba por mi nombre completo se trataba de una advertencia, probablemente, la única que me haría. Si lo invocaba, podría salirme con la mía, pero perdería el poco respeto que me tenía y volvería a tratarme como a una invocadora de demonios. Y me gustaba el respeto con el que me trataba ahora, por poco que fuera. Disfrutaba de no tener que asustarme cada vez que cambiaba la presión del aire. Y aunque las fiestas de siempre jamás eran un co?azo, la cocina de Al era un remanso de paz. No quería que aquello terminara. Pero tenía que dejar de raptar a gente.

 

—Esto no acaba así —lo amenacé, temblando por la frustración—. Vamos a resolver este asunto y tendrás que soltarlo.

 

—?Y cómo vas a hacerlo, bruja piruja? —se mofó.

 

Torcí el gesto y busqué una respuesta que no estaba allí.

 

Me había quedado sin palabras, entonces Al tiró de Pierce hasta casi levantarlo del suelo.

 

—No me llames. Ya lo haré yo —concluyó antes de que el fantasma y él se desvanecieran.