Bruja blanca, magia negra

—Ha sido un placer —me dijo, a pesar de que sus dedos reposaban sobre Ivy—. En realidad venía de camino para hacerle una visita. Tengo cierta información que darles.

 

Los ojos de Ivy estaban completamente negros cuando se dio la vuelta para mirarnos.

 

—?Sabes quién mató a Kisten?

 

Contuve la respiración, pero el vampiro sacudió la cabeza.

 

—Sé quién no lo hizo.

 

 

 

 

 

15.

 

 

El ambiente del interior del Hummer cambió radicalmente cuando dejamos a Erica en su trabajo. Aliviada, observé que la alegre vampiresa se despedía con la mano y entraba airosamente en la empresa de seguridad informática mientras el conserje armado le sujetaba la puerta y nos hacía una breve se?al de asentimiento con la cabeza. Se comportaba como una ingenua, hablaba como una ingenua y vestía como una adinerada ingenua; sin embargo, pegado a aquel elaborado disfraz gótico y a su apariencia superficial, había un cerebro. Y, a diferencia de lo que sucedía con Ivy, el comportamiento de Erica de cara al exterior no era una máscara para ocultar una profunda depresión.

 

—?Por el amor de Dios! —masculló uno de los guardaespaldas de Cormel cuando arrancamos de nuevo—. Esa chica no calla la boca ni un momento.

 

En otras circunstancias le habría respondido con algo como que las mujeres tenían que compensar las carencias masculinas en esa área, pero tenía razón. El único momento del día en que Erica no estaba dándole a la lengua era cuando dormía.

 

Relajando los hombros, me recosté sobre la tapicería de cuero para disfrutar del espacio que había dejado Erica. Estaba caliente, y despedía una gran cantidad de feromonas vampíricas. Hacía mucho tiempo que no me había visto expuesta a una cantidad como aquella. Mis relaciones con los vampiros habían descendido drásticamente desde la muerte de Kisten.

 

De repente, un sentimiento de desasosiego cundió en mi interior y abrí los ojos. No quería codearme de nuevo con vampiros, por muy agradable que hubiera sido… y que lo estuviera siendo. Habría supuesto un lento declive hacia la pasividad y, una de dos, o me habría matado lentamente u obligado a reaccionar de forma explosiva. Lo sabía. E Ivy también. Tal vez la muerte de Kisten había sido una bendición, por muy duro que hubiera resultado. No podía decir que hubiera sido malo para mí; me había fortalecido en cosas que no sabía que fuera débil y me había ense?ado una cultura que, por lo general, se adquiría solo mediante la experiencia. Su muerte me rompió el corazón, desbancó mi ignorancia y me salvó de mí misma… y no quería restarle importancia olvidando lo que me había ense?ado.

 

Los recuerdos agridulces se arremolinaron en mi mente y me erguí en mi asiento para sujetar con firmeza el bolso que reposaba en mi regazo. Junto a mí, el elegante Rynn Cormel se tocó la boca con el dorso de la mano. Creo que estaba sonriendo y me sonrojó el suponer que había visto cómo me ponía en guardia.

 

Rynn Cormel no era un maestro vampírico al uso. No llevaba muerto el tiempo suficiente para superar la difícil barrera de los cuarenta a?os, y no intentaba disimular la edad a la que había muerto, pues mantenía una atlética apariencia de cuarentón, con su pelo negro azabache con ligeros destellos plateados y su rostro mostrando las primeras y sutiles arrugas que ayudaban a los hombres a conseguir trabajos mejor pagados y que las mujeres trataban de ocultar. Sabía que había empezado a desconfiar, pero no fingía no haberse dado cuenta. No se dedicaba a hacer afirmaciones enigmáticas del tipo ?no serviría de nada?, haciendo que pudiera interpretarse a la vez como una promesa o una amenaza. Era tan condenadamente… normal. Político.

 

Lo miré de arriba abajo, desde su pelo recién peinado, pasando por su abrigo negro de cachemir, hasta sus relucientes zapatos negros. El calzado era muy poco apropiado para el clima, pero tampoco se podía decir que fuera a pillarse un resfriado. Todo era por mantener su imagen.

 

Al ver la atención que le prestaba, Cormel sonrió. Era alto, iba bien vestido y tenía un buen cuerpo. Su sonrisa era agradable y sus modales acogedores, pero no era guapo ni tampoco destacaba en nada, pues era demasiado pálido y demacrado para resultar atractivo…, hasta que sonreía, con lo que conseguía cortarle la respiración a cualquiera. Su sonrisa había salvado el mundo literalmente, pues había conseguido mantenerlo unido en un momento en el que todo saltaba por los aires y cohesionarlo de un modo diferente después de la Revelación. Era la promesa de amable honestidad, seguridad, protección, libertad y prosperidad. Y al verla dirigida a mí, me obligué a apartar la mirada y me coloqué un mechón de pelo detrás de la oreja.

 

Ivy se había puesto tensa al percibir lo que estaba sucediendo en el asiento trasero por las se?ales que yo estaba enviándole de forma inconsciente. ?Maldición! Todo el coche podía hacerlo. Cuando se volvió para vernos, tenía el ce?o fruncido por la preocupación.