Bruja blanca, magia negra

Ivy asintió con la cabeza mientras yo deslizaba los dedos por entre los cordones. El primer lugar que revisarían los polis sería la iglesia. La casa de mi madre estaba descartada también, incluso aunque hubiera estado dispuesta a soportar las pullas de Robbie, pero Keasley podía alojarnos durante unos días. Ceri pasaba la mayor parte del tiempo en la residencia de Kalamack y sabía que disfrutaría de la compa?ía, así como de la despensa llena que le dejaríamos cuando nos marcháramos.

 

Ivy llevaba su abrigo largo de cuero sobre unos vaqueros y un suéter marrón. Sabía que era un intento de pasar desapercibida, pero podría llevar ropa de terceras rebajas y seguir provocando que la gente girara la cabeza a su paso. Se había puesto algo de maquillaje y tenía el pelo recogido. Por lo visto, estaba intentando dejárselo largo otra vez y se lo había te?ido para cubrir los destellos dorados. Cuando se acercó, descubrí un atisbo de preocupación en sus oscuros ojos y que sus pupilas estaban dilatadas por la falta de luz y no porque estuviera hambrienta. Me hubiera preocupado que estuviera deseando morderme para librarse del estrés, pero los vampiros trataban a los enfermos y heridos con una amabilidad inquietante. Creo que era un instinto que habían desarrollado para evitar que mataran accidentalmente a sus selectos amantes. El último lugar en el que un vampiro saciaría sus ansias de sangre sería un hospital.

 

En ese momento se detuvo delante de mí, evaluando mi fatiga con la mano en la cadera, mientras yo me ataba las botas entre resoplidos.

 

—?Estás segura de que no quieres un poco de azufre? —preguntó.

 

Negué con la cabeza. El azufre me habría acelerado el metabolismo, pero me habría hecho da?o al provocar que me sintiera mejor de lo que en realidad estaba. El problema no era el metabolismo, sino los da?os que había sufrido mi aura, y no había nada que pudiera repararla excepto el tiempo.

 

—Segurísima —respondí haciendo hincapié en la palabra cuando frunció el ce?o—. No me lo habrás metido en la bebida sin que me dé cuenta, ?verdad?

 

—Pues claro que no. ?Por el amor de Dios, Rachel! Yo te respeto.

 

Me estaba mirando con gesto desafiante, así que supuse que me estaba diciendo la verdad. En los sutiles movimientos de Ivy se percibía un ligero deje de dolor y, cuando Jenks chasqueó las alas para llamar mi atención, a?adí:

 

—Quizás más tarde. Cuando hayamos salido de aquí. Gracias.

 

Aquello pareció convencerla y me puse en pie guardando las manos en los bolsillos de mi abrigo, donde encontré inesperadamente los billetes de avión de Robbie. Sintiendo amargura por el desprecio que había mostrado horas antes a la profesión que yo había elegido, saqué el sobre con intención de meterlo en el bolso. Justo entonces, la lágrima de banshee, que había estado allí todo el tiempo, salió disparada, dibujando un arco en el aire.

 

—?Lo tengo! —exclamó Jenks. Y, al darse cuenta de lo que era, soltó un grito y se apartó de golpe haciendo que la lágrima cayera al suelo y terminara debajo de la cama—. ?Es la lágrima de banshee que te dio Edden? —chilló inusitadamente afectado.

 

Asentí con la cabeza e Ivy se abalanzó hasta el borde de la cama, lanzándole una mirada asesina a Jenks antes de asomarse por debajo del colchón y recuperarla.

 

—Ha recuperado el color claro —dijo con los ojos muy abiertos mientras se levantaba y la depositaba en la palma de mi mano.

 

—?Dios! Esto es muy raro —exclamé, incómoda, colocándola bajo una franja de luz que entraba por la ventana.

 

El peque?o pixie se quedó suspendido sobre mis dedos agitando las alas a gran velocidad.

 

—?Ahora lo entiendo, Rachel! —dijo situándose justo delante de mis ojos—. La razón por la que sobreviviste era la lágrima, no tus marcas demoníacas. La ni?a la encontró…

 

—Y se la bebió como si fuera un biberón —deduje, sintiendo un profundo alivio al descubrir que no habían sido las cicatrices las que me habían salvado—. Sentí que algo negro me atravesaba. Pensé que era la mácula de mi aura. —Temblando de miedo, dejé caer la lágrima en el interior de mi bolso prometiéndome que la sacaría en cuanto llegara a casa—. Tal vez sea así como mantienen con vida a Remus —musité. El rostro de Ivy mostró una expresión de perplejidad casi aterradora. La miré con gesto interrogante y, sintiendo un escalofrío, dije—: Jenks, acércate a ver si Glenn está preparado.

 

—?Enseguida! —obedeció el pixie, ajeno a lo que estaba pasando, justo antes de introducirse por el diminuto resquicio, de apenas dos centímetros de anchura, que quedaba entre la puerta y el suelo.

 

Me senté de nuevo sobre la cama y, cruzándome de brazos, me quedé mirando a Ivy, que se había convertido en una sombra contra la oscuridad de la ventana.

 

—Ummm, ?hay algo que quieras contarme? —pregunté.

 

Ivy inspiró lentamente. A continuación, exhalando, se sentó en la esquina del largo sofá y se quedó mirando al techo con la mirada perdida.

 

—Es culpa mía —dijo con los ojos completamente negros cuando volvieron a posarse sobre mí—. Me refiero al hecho de que Mia vaya por ahí matando gente para criar a su hija.

 

—?Culpa tuya? —pregunté—. ?Por qué?

 

El pelo le cayó hacia delante escondiendo su rostro.

 

—Le di mi deseo. El que tú me regalaste.