Bruja blanca, magia negra

—Ummm, ha sido todo un detalle que vinieras a verme —dije, nerviosa—. De todos modos, no voy a estar aquí mucho tiempo. Estaba a punto de levantarme para ir a atosigar a las enfermeras.

 

Era consciente de que hablaba sin ton ni son para evitar que se creara un silencio incómodo e, impulsivamente, retiré las sábanas y, tras levantar las rodillas, pasé las piernas por delante de él para poner los pies en el suelo. Entonces me quedé paralizada al ver los estúpidos calcetines antideslizantes de hospital. ?Maldición! Tenía puesta una sonda y, lo que es peor, el peque?o esfuerzo había hecho que me mareara.

 

—Cálmate, Rachel —dijo Marshal, que ya se había puesto en pie, sujetándome los hombros con las manos—. No creo que estés lista para levantarte. Tienes el aura hecha jirones.

 

El embriagador aroma a secuoya, que conseguía superponerse a los olores estériles del hospital, invadió mis sentidos.

 

—Estoy bien, Marshal. Estoy bien —me quejé apenas desapareció el mareo. Era como si, cada vez que me movía, dejara atrás una parte de mí y, hasta que no lograba alcanzarme, estuviera desnuda. Exhausta, me senté con los pies colgando y apoyé la cabeza en su pecho mientras intentaba no desmayarme. Entonces apoyó sus manos en mí y me sentí increíblemente bien. No de un modo sexual, (?Dios! Estaba en una cama de hospital con el pelo estropajoso y vestida con un camisón azul diamante), sino, más bien, como si su preocupación me ayudara a recobrar las fuerzas.

 

Después de que sus insistentes y nerviosas manos me ayudaran a tumbarme de nuevo, me rodeó con la manta. Me quedé quieta y dejé que se ocupara de mí. Probablemente, mi actitud alimentó su complejo de caballero andante, pero ?qué otra cosa podía hacer? Si mi aura estaba hecha trizas, lo más seguro es me estuviera ayudando a recuperar una parte. Los gestos de cari?o genuinos ayudaban a reparar los desgarros, de la misma manera que la energía negativa de alguien que me cayera mal podría aumentar el da?o.

 

—De verdad —dije mientras me entregaba el enorme vaso de agua helada como si aquello fuera a mejorar las cosas—, estoy bien. Solo tengo que evitar los movimientos bruscos.

 

No obstante, las manos me temblaban y sentía náuseas. El agua parecía ayudar, así que tomé un buen trago notando cómo me bajaba por la garganta.

 

—Si se entera que te he dejado poner los pies en el suelo, Ivy me romperá uno a uno todos los dedos —rezongó, cogiendo de nuevo el vaso cuando se lo tendí—. Y ahora, sé buena durante los próximos veinte minutos y no hagas que me meta en un lío, ?vale?

 

Intenté esbozar una sonrisa, pero por dentro estaba temblando. La fatiga se estaba apoderando de mí, trayéndome a la memoria los a?os que pasé entrando y saliendo de los hospitales.

 

—Ni siquiera sé muy bien lo que pasó —me quejé—. Quiero decir, recuerdo que todo se volvió negro, pero luego… ?zas!

 

Marshal volvió a sentarse en el borde de la cama como si pensara que iba a intentar levantarme de nuevo.

 

—No me extra?a. Es una banshee, Rachel. ?En qué estabas pensando? Tienes suerte de seguir con vida.

 

Levanté el hombro derecho y lo dejé caer de nuevo. ?Quién más tenía alguna posibilidad de atraparla? Probablemente había sido Edden el que había hecho que me ingresaran. Y quizá esa era la razón por la que estaba en la planta de los humanos. Podía pasar la convalecencia en casa por mucho menos dinero. David se iba a cabrear de lo lindo cuando me subieran la prima de la póliza.

 

Recordando a Marshal, suspiré.

 

—Así es, una banshee. Y su hija. Y su marido el asesino. Ni más ni menos que en el centro comercial.

 

él esbozó una sonrisa en la que se percibía un peque?o atisbo de orgullo.

 

—Te sacaron en las noticias tumbando a aquella reportera.

 

En aquel momento le miré a los ojos y parpadeé.

 

—?Grabaron eso?

 

Inclinándose hacia delante, me colocó un mechón de pelo detrás de la oreja, haciéndome sentir un escalofrío cuando recordé el barco de Kisten.

 

—Le diste de lleno en el trasero —dijo, ajeno a mis pensamientos—. Me encantó verte en plena acción. Otra vez.

 

Su sonrisa se desvaneció y me di cuenta de que era la segunda vez que me veía en las noticias; la primera, me llevaban esposada.

 

—Ummm, gracias por venir a verme —dije sintiendo una incomodidad creciente, como si acabara de traspasar los límites que nos habíamos impuesto.

 

Con una expresión seria, se echó atrás y se puso a mirar en todas direcciones excepto hacia donde estaba yo.

 

—?Ya has probado el pudín?

 

—No, pero dudo mucho que haya cambiado desde la última vez que estuve aquí.