Bruja blanca, magia negra

él soltó una risa ahogada mientras yo intentaba decidir si me arriesgaba a quitarme la sonda. La única vez que lo había hecho, me había dolido mucho más de lo que jamás habría podido imaginar. No quería quedarme allí, y si mis constantes vitales eran normales, no me dejarían ingresada por una simple fatiga.

 

El sonido de Jenks, que regresaba, se introdujo en el incómodo silencio que se había creado entre Marshal y yo, y nos intercambiamos una sonrisa cómplice. Jenks era como un ni?o peque?o al que se le escuchaba mucho antes de que llegara. Hablaba en un tono excesivamente alto con alguien cuya voz era apenas un monótono murmullo y ambos se acercaban lentamente a la habitación. Tal vez se trataba de Ivy.

 

El pulso se me aceleró y, cuando la enorme y pesada puerta se abrió con un chirrido, Marshal se puso en pie. Parecía nervioso, pero no me extra?ó lo más mínimo. Ivy no le tenía mucha simpatía, y la vampiresa no hacía muchos esfuerzos por disimularlo.

 

—?Eh! —gritó Jenks mientras daba tres vueltas a la habitación—. ?Mira a quién me he encontrado!

 

Apenas entraron, esbocé una sonrisa. Lo acompa?aban Ivy y Glenn, que caminaba despacio apoyándose tanto en mi compa?era de piso como en el soporte para el suero. Tenía un aspecto horrible, y no solo por el camisón de hospital. Aun así, cuando levantó la vista, estaba sonriendo, claramente complacido por poder valerse por sí mismo, a pesar de que su movilidad fuera reducida. Su rostro mostraba unas horribles manchas moradas, tenía hinchado el brazo con el que se agarraba a Ivy y los cortes cubiertos con vendajes de un intenso color blanco.

 

—?Hola, Rachel! —exhaló. A continuación bajó la vista hacia las baldosas y avanzó unos pasos.

 

Marshal saludó a Ivy con un leve gesto de la cabeza y, tras esconder el tomate detrás de las flores antes de que Glenn lo descubriera, se dirigió hacia el sofá bajo la ventana para que el agente de la AFI pudiera sentarse en la silla más cercana a la cama. Curiosamente, Ivy se comportaba como si supiera lo que estaba haciendo, ayudándole a desplazarse y asegurándose de que no se le enredara el tubo del suero. Incluso supo cómo mantener el camisón cerrado cuando hizo amago de sentarse.

 

Los músculos de los brazos de Glenn se tensaron y, cuando finalmente dejó caer el peso de su cuerpo sobre el asiento, soltó un largo y sonoro suspiro.

 

—Rachel —dijo antes de haber recuperado del todo el aliento—. Ivy me dijo que estabas aquí y quise comprobarlo con mis propios ojos. No tienes buen aspecto, chica. Pareces tan jodida como yo.

 

—?Ah, sí? —le respondí—. Dame un par de horas y te reto a ver quién da más vueltas al mostrador de las enfermeras. Te voy a dar una paliza que te vas a enterar.

 

Por lo que a mí respectaba, estaba mucho más hecho polvo que yo, pero su aspecto había mejorado una barbaridad desde la última vez que lo había visto, inconsciente y rodeado de sábanas blancas. El hecho de que todavía no pudiera ponerme de pie no significaba nada. Iba a marcharme de allí antes del anochecer, aunque tuviera que irme a rastras.

 

Ivy se acercó y el corazón me dio un vuelco. La silla en la que se encontraba Glenn estaba pegada a la cama cuando me desperté y habría apostado cualquier cosa a que había pasado toda la noche allí sentada.

 

—?Hola, Ivy! —dije estirando el brazo a pesar de que sabía que no haría lo mismo—. Jenks me ha dicho que Remus te golpeó. ?Estás bien?

 

El pixie chasqueó las alas desde detrás de las flores y el rostro de Ivy, que se había mostrado sereno hasta aquel momento, se crispó.

 

—?Oh, sí! Solo algo cabreada conmigo misma. —Sus dedos tocaron los míos dándome a entender todo lo que no estaba dispuesta a decir—. Me alegro de que te hayas despertado —dijo quedamente—. Nos tenías muy preocupados.

 

—Mi orgullo se ha llevado un buen mazazo —dije—, pero en cuanto consiga levantarme, estaré bien.

 

Jenks echó un vistazo al otro lado de un jarrón de plástico con una expresión interrogante. Tenía las manos llenas de polen y Marshal hizo crujir los nudillos. Al darme cuenta de que todos los hombres de la habitación se sentían incómodos, me sonrojé y solté los dedos de Ivy.

 

—Marshal, conoces Glenn, ?verdad? —dije de pronto—. Es el especialista en asuntos inframundanos de la AFI del que te hablé. Glenn, Marshal es el entrenador del equipo de natación de la universidad.

 

Marshal se acercó e, inclinándose por encima de la esquina de la cama, estrechó la mano vendada de Glenn con sumo cuidado.

 

—Encantado de conocerte —dijo.

 

No pude evitar fijarme en que, a diferencia de Nick, no había mostrado ni el más mínimo asomo de preocupación o reticencia al conocer a un agente de la AFI y esbocé una sonrisa.

 

—Es un placer —respondió Glenn—. ?Hace mucho que conoces a Rachel?

 

—No —dijo Marshal rápidamente, pero yo sentí que merecía un reconocimiento mayor.