Bruja blanca, magia negra

—Ni a mí.

 

Sintiéndome ultrajada, me subí un poco más las sábanas. ?Me habrían salvado las marcas demoníacas? ?Era posible que mi alma tuviera mal sabor? Entonces recordé que, mientras Holly me arrebataba el alma como si estuviera apurando los restos de un biberón, burbujas incluidas, había sentido cómo me recorría una especie de sustancia negra. No quería que algo malvado me hubiera salvado la vida. Ya tenía bastante con tener que cargar con las cicatrices. La idea de tener que sentirme agradecida por evitarme una muerte segura me parecía… pervertida.

 

Las alas de Jenks empezaron a zumbar de forma intermitente y, alzando el vuelo, dijo esforzándose por parecer alegre:

 

—Tienes visita. Se oyen voces en el vestíbulo.

 

?Edden?, me pregunté mientras me aseguraba de estar tapada justo en el mismo instante en que el leve golpeteo de la maltrecha puerta daba paso a un suave chirrido.

 

—?Marsh-man! —exclamó Jenks dirigiéndose hacia la puerta y dejando tras de sí una estela de polvo brillante—. ?Qué tal te va? Rachel se alegra mucho de verte.

 

Con las cejas arqueadas, eché una mirada de soslayo al pixie. ?Me alegro de verlo? Apenas entró, me senté más derecha y lo saludé tímidamente con la mano. Llevaba el abrigo abierto, dejando al descubierto una camisa de franela con una brizna de pelo negro y rizado que asomaba por debajo del cuello. El informal corte de la camisa de le?ador se adaptaba perfectamente a sus anchos hombros de nadador y marcaba su estilizada cintura al llevar los faldones por dentro del pantalón. Sostenía un ramo de flores en cada mano y, cuando se detuvo delante de mí, me dio la impresión de que se sentía incómodo.

 

—Hola, Rachel —dijo con una sonrisa insegura, como si no supiera lo que estaba haciendo allí—. ?Encontraste lo que buscabas en el centro comercial?

 

Solté una carcajada y me erguí un poco más. Sabía muy bien el aspecto que tenía vestida de azul diamante, y no se podía decir que me quedara bien.

 

—Gracias —dije con amargura—. Lo siento mucho. Echó a correr y decidí perseguirla. ?Qué imbécil!

 

—Y comprobaste cómo se las gastan las banshees —dijo dejando los ramos y sentándose en el borde de la cama—. ?Te encuentras bien? No me dejaron subir a la ambulancia. Estabas delirando. —Entonces dudó unos instantes—. ?De veras robaste el pez al se?or Ray?

 

Parpadeé.

 

—?Ah, sí! Pero creía que pertenecía a los Howlers.

 

Aparté la vista de su expresión preocupada y me quedé mirando los ramos. Uno de ellos era de margaritas de color malva; el otro parecía el típico arreglo de claveles que se regala el día de la madre.

 

—Gracias —dije estirando el brazo para tocarlas—. Son preciosas, pero no hacía falta que me trajeras flores. Por cierto, ?te han ofrecido un dos por uno?

 

Lo dije en un tono desenfadado y Marshal sonrió.

 

—No te hagas ilusiones por lo de las flores. Si no te las llego a traer, mi madre me habría arrancado la piel a tiras. Además, solo uno de los ramos es mío. El de las margaritas lo tenían abajo y, como llevaba tu nombre, decidí subírtelo.

 

Desvié la mirada hacia la tarjeta del ramo, que estaba guardada en un sobre, y asentí. Es posible que fueran de Robbie. Quizás pretendía advertirme de que si seguía así me seguiría enviando flores, pero tal vez tuviera que hacerlo a un lugar aún más tétrico que un hospital.

 

—Gracias —repetí.

 

De pronto dio un respingo, como si se acabara de acordar de algo.

 

—También te he traído esto —dijo metiendo la mano en un bolsillo del abrigo y sacando un pálido tomate de invierno. Era una tradición inframundana y, al verlo, en mis labios se dibujó una amplia sonrisa—. Para que te dé salud —explicó. Acto seguido, se giró hacia la puerta cerrada y a?adió—: Ummm, estás en la planta de los humanos, así que ten cuidado de dónde lo pones.

 

Sintiendo el frío tacto de la hortaliza en mis dedos, mi sonrisa se desvaneció. ?Por qué me han puesto en la planta de los humanos?

 

El zumbido de las alas de Jenks aumentó de volumen y, justo en ese momento, alzó el vuelo.

 

—Tengo que irme —comentó—. Prometí a Ivy que la avisaría cuando te despertaras.

 

—Jenks, ?se encuentra bien? —pregunté. Desgraciadamente, para cuando quise terminar la frase, ya se había ido. Poniendo los ojos en blanco, me incliné para poner el tomate sobre la mesita y mis rodillas se chocaron contra las de Marshal. Entonces miré las flores y en mi mente saltaron las alarmas. Estaba sentado demasiado cerca para mi gusto.