Bruja blanca, magia negra

Mia se rió por lo bajo y Jenks agitó las alas acariciándome el cuello.

 

—No necesito mentir, y me da lo mismo que me escuche o que no. Ella morirá de todos modos. ?Y qué me dices de ti, estúpida vampiresa? —a?adió mirando a Ivy con expresión interrogante—. Te dije que eras débil. ?Qué es lo que has hecho en los últimos cinco a?os? Nada. Crees que eres feliz, pero te enga?as. Podrías tenerlo todo, pero ella se ha ido, aunque esté justo a tu lado, y todo porque tuviste miedo. Se ha terminado. Te mostraste pasiva y perdiste. Sí, es posible que te hayas convertido en lo que la gente esperaba de ti, pero solo porque no tuviste el valor de ser quien querías ser.

 

De repente, sentí que la sangre de mi rostro desaparecía de golpe. Ivy tenía la mandíbula apretada, pero continuó caminando con el mismo ritmo pausado. Holly gorjeó de felicidad. Enfadada por el hecho de que Mia hiriera los sentimientos de mis amigos, le espeté:

 

—?Y qué pasa conmigo, se?ora Harbor? ?No tienes nada para mí en esa bolsa llena de odio?

 

Ella giró sus fríos ojos azules hacia mí y las comisuras de sus labios se curvaron. Luego alzó levemente las cejas con una expresión de satisfacción y de pura maldad. Justo en ese momento, Ivy empujó la puerta de doble hoja y desaparecieron.

 

Seguía nevando y yo me detuve unos instantes en el frío espacio entre las dos puertas.

 

—Métete en mi bolso, Jenks —dije quedándome allí de pie mientras el personal de la AFI empezaba a arremolinarse delante de nosotros. El pixie parecía encontrarse en estado de choque, incapaz de moverse, de manera que estiré la mano para cogerlo.

 

—?Ya voy! —me espetó chasqueando las alas mientras se introducía en mi bolso justo antes de que cerrara la cremallera. Le había puesto un calentador de manos de los que utilizaban los cazadores de ciervos de la zona y sabía que estaría bien.

 

Al dejar el centro comercial y pisar la nieve, sentí que las rodillas me fallaban ligeramente y aminoré la marcha para intentar localizar a Marshal. Ni rastro. Ni de él, ni de Tom, solo un montón de desconocidos que estiraban el cuello para tratar de ver algo. Al respirar, exhalaba vaho por la boca y, cuando me puse a buscar los guantes, la furgoneta de asuntos sociales pasó por debajo de la cinta que había colocado la AFI.

 

—?Mia! —gritó Remus mientras dos hombres intentaban obligarlo a entrar en la parte trasera de un coche patrulla. Su voz sonaba desesperada, y vi que la banshee, que seguía bajo la custodia de Ivy, se ponía rígida. Acababa de darse cuenta de que también la queríamos a ella.

 

—?Remus! ?Corre! —chilló.

 

La ni?a rompió a llorar y Remus reaccionó de inmediato. Su rostro cambió por completo. El pánico había desaparecido, dando paso a una expresión de profunda satisfacción. Entonces pasó un pie por detrás de uno de sus captores y tiró con fuerza. El hombre resbaló y, una vez tendido sobre la nieve, Remus se abalanzó sobre él y, con ambos pu?os, le asestó un fuerte golpe en la garganta. Desde ahí, echó a rodar para derribar al otro agente y, antes de que pudiéramos darnos cuenta, pasó por debajo del coche y se abrió paso entre la multitud.

 

—?Cogedlo! —grité viendo que se ponía en pie y echaba a correr con torpeza por culpa de las esposas.

 

—?Corre, Remus! —gritó Mia, animándolo.

 

Ivy la empujó en dirección al agente de la AFI más cercano y se lanzó de un salto sobre el todoterreno. Aterrizó sobre el capó, y los amortiguadores chirriaron cuando se apeó de un salto. Entonces escuché el sonido de sus botas golpeando el suelo a toda velocidad, y después nada.

 

Aunque con cierto retraso, algunos agentes la AFI echaron a correr tras ellos, mientras que otros se introdujeron apresuradamente en sus coches. En apenas tres segundos, Edden lo había perdido. Los reporteros de los informativos se estaban volviendo locos y yo busqué un lugar donde esconderme. No soportaba las unidades móviles.

 

De pronto, un golpe amortiguado proveniente del aparcamiento llamó mi atención. Alguien soltó un grito ahogado y se?aló con el dedo; al mirar hacia el lugar que indicaba el propietario de la manopla, descubrí un bulto de color azul sobre el asfalto cubierto de nieve.

 

—?Edden? —grité, aunque el ruido de la multitud impidió que se me oyera. Era el oficial de la AFI hacia el que Ivy había empujado a Mia. La banshee había desaparecido. Al ver que un grupo de personas intentaba ayudarlo, escruté el aparcamiento en busca del abrigo azul de Mia y de un mono de nieve rosa. ?Mierda! Sabía que no podía ser tan sencillo.

 

—?Edden! —grité. Entonces divisé a Mia a menos de diez metros de distancia caminando a toda prisa con la cabeza gacha. ?Por todos los demonios! ?Cómo lo había hecho?