Bruja blanca, magia negra

Por lo general, no solía mirar las auras de la gente. Era ilegal seleccionar a los candidatos a un puesto de trabajo por sus auras, pero sabía con certeza que algunas cadenas de restaurantes lo hacían. Las agencias de contactos confiaban plenamente en ellas, pero yo era de la opinión de que se podía saber mucho más de una persona con una conversación de cinco minutos que mirándole el aura. La mayoría de los psiquiatras estaban de acuerdo conmigo, tanto si eran humanos como inframundanos.

 

Expulsando lentamente el aire de los pulmones con un largo suspiro, me di la vuelta hacia el grupo de los humanos. Los colores predominantes eran el azul, el verde y el amarillo, acompa?ados por algunos destellos de rojo y negro que evidenciaban su condición de humanos. Había una cantidad inusual de naranja en los márgenes exteriores de algunos de ellos, pero todo el mundo estaba disgustado, de manera que no me sorprendió.

 

El aura de Remus presentaba un repulsivo y obsceno color rojo con un ligero lustre morado y el amarillo del amor en el centro. Era una combinación peligrosa, pues significaba que vivía en un mundo que lo confundía y que se movía por la pasión. Si creías en ese tipo de cosas, claro está. En cuanto a Mia…

 

Jenks agitó las alas con fuerza, casi temblando. Mia no estaba allí, por así decirlo. En realidad sí que estaba, pero era como si no estuviese. Observar su aura, en su mayor parte de color azul, era como mirar las velas de un círculo protector, que existían tanto en el mundo real como en siempre jamás. Estaba ahí, pero, en cierto modo, desplazada hacia los lados. Y estaba succionando el aura de todos los que le rodeaban con la misma sutileza con la que la marea inundaba una marisma. La de la ni?a era exactamente igual.

 

—Mira a Remus —dijo Jenks haciéndome cosquillas en el cuello al agitar las alas—. Su aura permanece intacta. Ni siquiera la ni?a la toca, y eso que la tiene en brazos.

 

—Eso explicaría por qué sigue vivo —observé preguntándome cómo se las arreglaban. Me habían dicho que las banshees no podían controlar a quién le succionaban el aura cuando absorbían las emociones de un ambiente, pero era evidente que, en su caso, no era así.

 

Ivy se situó junto a nosotros con la cadera ladeada. Parecía molesta porque estuviéramos discutiendo sobre cosas que no podía ver. Entonces, con un entusiasmo al que no estaba acostumbrada, se irguió y sonrió, diciendo en voz alta a alguien que estaba tras de mí:

 

—?Edden, mira! ?Al final lo ha conseguido!

 

Me desprendí de mi segunda visión y observé al musculoso y achaparrado agente acercándose hacia donde nos encontrábamos.

 

—?Hola, Edden! —dije subiéndome el bolso y obligando a Jenks a emprender el vuelo a pesar de que no era mi intención.

 

El capitán del departamento de la AFI de Cincinnati se detuvo. Sus pantalones de pinzas y su camisa almidonada indicaban que estaba al mando tanto como la placa enganchada a su cinturón y el sombrero azul que cubría sus cabellos grises. En aquel momento me pareció que el número de canas había aumentado considerablemente y que las arrugas de su rostro se habían acentuado.

 

—Rachel —dijo estirando el brazo y tendiéndome la mano—, ?por qué has tardado tanto?

 

—Estaba en casa de mi madre —dije, y observé que los polis que estaban detrás de él empezaban a cuchichear sobre nosotros. él alzó las cejas con gesto de complicidad.

 

—No me digas más —respondió.

 

A continuación se quedó en silencio cuando un hombre lobo pasó cojeando junto a nosotros, con un corte en la frente que tenía muy mal aspecto.

 

—Tienes que separarlos del resto —murmuró Ivy. Entonces se giró hacia nosotros con expresión severa—. ?De veras crees que tener a esos dos junto a los humanos es una buena idea?

 

Edden apoyó una de sus robustas manos en mi hombro y nos alejó de donde estábamos, conduciéndonos lentamente hacia el grupo de agentes de la AFI que se había congregado junto a las máquinas recreativas infantiles.

 

—Tengo a tres agentes de paisano con ellos. Estamos sacando a todos los individuos, de uno en uno. De manera cuidadosa y efectiva.

 

Asentí con la cabeza al descubrir a los agentes infiltrados. Ivy no parecía muy convencida y, al oír que suspiraba, Edden levantó una mano.

 

—Estamos esperando a los servicios sociales para que se ocupen de la ni?a —explicó—. No quiero que presenten cargos por desamparo si la cosa acaba en los tribunales.

 

Lo dijo en un tono malhumorado, y recordé que aquella gente era la que había mandado a su hijo al hospital.

 

—Eso está muy bien —dijo Ivy con los ojos puestos en el grupo—, pero no creo que la cosa pueda esperar mucho más.