Bruja blanca, magia negra

Su risa cesó de golpe cuando le empujé, y soltó un gru?ido mientras me apoyaba en la puerta y me adentraba en el calor del centro comercial.

 

En comparación con otros centros similares, el sitio no estaba nada mal. En la parte delantera se extendía una espaciosa zona de restauración de amplios pasillos que ocupaba dos plantas y que lo convertían en un lugar agradable para ir de compras. Lentamente, me desabroché el abrigo y me aflojé la bufanda mientras recorría con la mirada el espacio abierto. Ya no había nada que hacer. El ambiente estaba cargado del asfixiante hedor a hombre lobo rabioso y del penetrante saborcillo especiado que despedían los vampiros cuando estaban enfadados, todo ello mezclado con el olor a hamburguesas, patatas fritas y comida china echada a perder por un exceso de grasa. De fondo se escuchaba una versión instrumental de música pop de los ochenta. Surrealista.

 

Las tiendas que rodeaban la zona tenían los cierres echados y los empleados se api?aban tras ellos, cotilleando en voz alta. La planta inferior era un caos, con varias mesas luciendo las patas rotas y todo retirado a empujones. El suelo estaba cubierto de manchas y restregones de color rojo que hicieron que me detuviera hasta que decidí que, por la forma de las salpicaduras, no podía ser sangre. Se trataba de kétchup, lo que explicaría el hecho de que los humanos se hubieran apelotonado junto a la barra de los helados. La mayoría eran adolescentes vestidos principalmente de negro, pero también había algunos compradores rezagados desafiando los abusivos horarios comerciales de los inframundanos.

 

En el otro extremo de la zona de restauración se encontraban los inframundanos, y era de allí de donde provendrían las demandas. La mayoría tenía los brazos o las piernas cubiertos de vendajes improvisados. Uno estaba tirado en el suelo inconsciente. Hombres lobo y vampiros. No había ningún brujo, que en ese aspecto eran como los humanos, que se quitaban de en medio cuando los depredadores se peleaban. En ese momento reinaba la tranquilidad, y la mayoría parecían confundidos, no enfadados. Era evidente que la trifulca había terminado con la misma rapidez con la que había empezado. ?Y bien? ?Dónde está la peque?a instigadora?, me pregunté al no ver entre los heridos que se movían de un lado a otro a nadie que se correspondiera con la descripción de Mia.

 

Me detuve en mitad del espacio abierto y saqué el amuleto localizador de mi bolso con una ligera e ingenua sensación de optimismo. Cabía la posibilidad de que lo hubiera hecho bien y no me hubiera dado cuenta. Sin embargo, cuando sostuve el disco de madera pulida entre mis manos, siguió siendo un disco de madera ligeramente húmedo. Ni brillo, ni hormigueo. Nada. Una de dos, o había cometido un error durante la elaboración del hechizo, o ella no estaba allí.

 

—?Maldita sea! —mascullé con el ce?o fruncido. Hacía mucho tiempo que no me equivocaba al realizar un conjuro. Las dudas sobre las propias capacidades no eran saludables cuando se trabaja con magia de alto nivel. La inseguridad hace cometer errores. Mierda, mierda, mierda. ?Y si un día metía la pata hasta el fondo y explotaba en pedacitos?

 

Al escuchar la familiar cadencia de las botas de Ivy, me di la vuelta y volví a guardar el amuleto en el bolso. Me alegraba mucho de que hubiera venido. Echarle el guante a una banshee, incluso aunque estuviera esposada, no era tan sencillo como podría parecer, y probablemente esa era la razón por la que la SI o bien ignoraba sus actividades o las encubría.

 

—Creía que estabas trabajando —le dije alzando la voz mientras se acercaba.

 

Ella se encogió de hombros.

 

—He acabado pronto. —Esperaba que explicara algo más, y me llevé una decepción cuando sacudió la cabeza y a?adió—: Nada. No he descubierto nada.

 

Jenks estaba con ella, e iluminó el pu?o que le tendí, con aspecto cansado y triste.

 

—Llegas tarde —dijo—. Te has perdido toda la diversión.

 

Un vampiro que pasaba con las manos esposadas nos soltó un gru?ido intentando rascarse las recientes ampollas de su cuello.

 

Ivy me agarró del codo y tiró de mí para alejarme de la zona donde se encontraban los inframundanos. Los agentes de la SI me estaban mirando y me sentía incómoda.

 

—?Por qué has tardado tanto? —me preguntó—. Edden dijo que te había llamado.