Bruja blanca, magia negra

—Remus, no podemos dejarte marchar. Deja la pistola en el suelo y túmbate con las manos en la cabeza. Te prometo que nadie hará da?o ni a tu mujer ni a tu hija.

 

Remus parecía presa del pánico. El agente al que retenía con la rodilla estaba sudando, resollando de dolor, con la expresión tensa y, probablemente, mortificándose por haber dejado que Remus le quitara la pistola. El personal de la SI empezó a aproximarse lentamente. Ivy no se movió, pero me di cuenta de que estaba tensa. Al igual que Mia.

 

—?Basta! —gritó dejando a la ni?a cuidadosamente en el suelo. Esta se quedó en el sitio y se aferró a la pierna de su madre con los ojos muy abiertos y, finalmente, en silencio—. Déjalo, Remus —dijo quedamente, con una voz elegante y un acento extra?o—. Esto no me va a ayudar. Ni tampoco a Holly. Escúchame. Si sigues con esto, le harás mucho da?o a Holly. Necesita un padre de verdad, no el recuerdo de alguien que murió. ?Te necesita!

 

El hombre dejó de mirar al piso superior y se concentró en su esposa.

 

—?Nos separarán! —dijo con voz suplicante—. Puedo hacer que salgamos de esta, Mia. Puedo ponerte a salvo.

 

—No —respondió Mia caminando hacia él. Ivy la interceptó, agarrándole el brazo con firmeza pero sin apretar demasiado, obligándola a mantenerse a unos dos metros de distancia. Holly echó a andar tras ella tambaleándose, sujetándose de nuevo a la pierna de su madre para no caer. Los agentes de la SI se limitaron a observar, cada vez más tensos.

 

Con una mano en la cabeza rubia de su hija, Mia le lanzó a Ivy una mirada burlona y, a continuación, se concentró en su marido.

 

—Amor mío —dijo con su voz de chica de buena familia y sus mejores dotes de persuasión—, todo va a salir bien. —Acto seguido miró a Ivy y, con un tono cargado de convicción, le pidió—: Suéltame. Puedo conseguir que se calme. Si no lo haces, matará a ese agente antes de que tengas tiempo de reaccionar y perderé al único hombre al que puedo amar. Tú sabes lo mucho que significa para mí. Suéltame.

 

Ivy le apretó el brazo aún más y Mia frunció el ce?o.

 

—Puedo darle paz —insistió—. Es a lo que me dedico.

 

—Le hiciste da?o a un amigo mío —respondió Ivy quedamente. Un escalofrío me recorrió de arriba abajo al percibir su rabia.

 

—Fue un accidente —se justificó Mia con frialdad—. Dejarlo allí en esas condiciones fue un error. Reconoceremos nuestro error y haremos todo lo que esté en nuestras manos para repararlo. No he conseguido vivir todos estos a?os arriesgando mi vida o dejándome llevar por mis instintos. Puedo calmarle. —Su voz cambió, tornándose más dulce, pero sus ojos se volvieron prácticamente negros con lo que parecía hambre vampírica—. Nadie saldrá herido —a?adió—. Suéltame. La ley decidirá lo que es justo.

 

Sí, claro. Y yo me lo creo.

 

La respiración de Remus era afanosa y el hombre que tenía debajo jadeaba de dolor, intentando mantener los ojos abiertos a pesar de que su agonía le obligaba a cerrarlos. Mia no había dicho ?confía en mí?, pero a mí me pareció oírlo. Probablemente Ivy tuvo la misma sensación, pues, tras vacilar unos instantes, liberó lentamente a la banshee. El corazón empezó a latirme con fuerza apenas estuvo libre y se sacudió el abrigo como si estuviera deshaciéndose del recuerdo de la mano de Ivy.

 

—?Atrás! —gritó Edden. Sentí el aumento de la presión ambiental incluso antes de que todos se retiraran. Luego, una cascada de polvo cayó sobre mí y Jenks aterrizó en mi hombro.

 

Mia alzó en brazos a Holly y, con la ni?a sobre la cadera, se acercó a Remus con la misma tranquilidad que si estuviera comprando mantequilla de cacahuete.

 

—Suelta al agente —dijo posando una mano en su hombro.

 

—?Nos separarán! —se lamentó él. A sus espaldas, los agentes de la AFI se acercaban a hurtadillas, pero Edden les hizo un gesto con la mano para que se detuvieran cuando Mia los descubrió—. Te quiero, Mia —dijo Remus, desesperado—. Y también quiero a Holly. No puedo vivir sin vosotras. No puedo regresar a ese lugar en mi mente.

 

Mia hizo un suave ruidito con la boca para que se callara y esbozó una sonrisa.

 

—Deja que se marche —dijo, y me pregunté si se habría producido una escena similar en su salón antes de abandonar a Glenn a su suerte—. En cuanto les contemos lo que ha pasado, volveremos a nuestra vida anterior.

 

Yo no estaba tan segura, pero Remus se revolvió indeciso. A mi alrededor, los agentes se pusieron tensos.

 

—Deja que te pongan las esposas —le susurró poniéndose de puntillas para acercarse a su oído—. Yo te protegeré. No nos separarán. Si me quieres, debes confiar en mí.

 

Entrecerré los ojos con recelo. ?Confiar en mí? Jenks chasqueó las alas y me volví a mirarlo.

 

—Esto no me gusta naaaada —canturreó.

 

No. Ni a mí tampoco. Yo solo era una bruja, maldita sea. Las banshees estaban completamente fuera de mi alcance.