Bruja blanca, magia negra

Mia colocó una de sus peque?as manos en la mejilla de su marido y, con Holly balbuceando feliz entre ambos, Remus exhaló, dejó caer los hombros y apoyó la barbilla sobre el pecho.

 

—Lo siento —dijo apretando cuidadosamente el seguro de la pistola antes de dejarla en el suelo y lanzarla lo más lejos posible.

 

—Gracias, cari?o —dijo ella, sonriendo, y me pregunté si aquella anciana mujer de aspecto juvenil iba a dejarlo en manos de la justicia y permitir que cargara con la culpa de lo que le había pasado a Glenn mientras ella se escondía tras la excusa de haber sido una simple espectadora. Estaba tramando algo. Lo sentía.

 

Remus soltó la mu?eca del agente, que gritó aliviado. Edden hizo un gesto y los hombres situados detrás de él se acercaron, lo apartaron de su compa?ero y lo esposaron. Desde el otro extremo de la zona de restauración los agentes de la SI se pusieron a cuchichear. Algunos soltaban improperios, pero la mayoría se reía. Ivy se irguió intentando recobrar su habitual elegancia. Sus ojos estaban negros cuando se cruzaron con los míos. Una sensación de miedo recorrió todo mi cuerpo, pero se desvaneció de inmediato. Entonces apartó la vista y decidí mantener las distancias durante un rato. Debería haber traído mi perfume…

 

—?Tened cuidado! —imploró Mia a los agentes que trataban a Remus con brusquedad.

 

Una agente le cerraba el paso a ella y a Holly y, al verlo, Remus se detuvo y tensó los músculos de los brazos mirándola con fiereza.

 

—?No! —pidió Mia alzando la voz antes de que Remus pudiera reaccionar—. No nos separéis. Puedo conseguir que mantenga la calma. Nunca pretendimos causar problemas. Tan solo estábamos aquí sentados.

 

Jenks se rió disimuladamente desde mi hombro.

 

—?No pretendían causar problemas? ?De verdad cree que nos vamos a tragar esa mierda?

 

—Sí, pero míralo a él —dije se?alando al hombre con la barbilla. Bajo la atenta mirada de Ivy, Mia se había reunido con él y volvía a mostrarse dócil. Bueno, casi. Aquello resultaba verdaderamente espeluznante. Era más sencillo de aquel modo, y menos embarazoso, teniendo en cuenta que la SI lo estaba presenciando todo. Por no hablar de las unidades móviles de las noticias aparcadas justo enfrente. Si no hubiera sido por Ivy, todo habría resultado mucho más complicado. Mientras Mia no tuviera intención de causar problemas, Ivy podría mantenerla a raya y, en consecuencia, Remus haría lo mismo.

 

Junto a mí, Edden resopló de satisfacción.

 

—Los hemos capturado a los dos, mientras que ellos ni siquiera se atrevían a intentarlo —me dijo se?alando con la barbilla a la SI. Pero yo tenía mis dudas de que aquello hubiera terminado. A juzgar por las palabras de Mia, creía que solo queríamos a Remus. Cuando averiguara que también la queríamos a ella, las cosas podrían ponerse muy feas.

 

—Esto no me gusta —le susurré a Edden, pensando que había sido demasiado sencillo, pero él me lanzó una mirada ofendida. De acuerdo, en ese momento caminaba tranquilamente hacia la puerta, pero no se iba a mostrar tan sumisa cuando le quitáramos a su hija. ?Por todos los demonios! Vivía con un asesino en serie, y el hecho de que lo manejara de esa manera debería poner en guardia a Edden—. La cosa no acaba aquí.

 

Edden soltó un bufido.

 

—?Qué quieres que haga? ?Esposar a la ni?a? —preguntó. Entonces se giró y gritó—: Nos vamos.

 

La gente se puso en marcha y sus hombres condujeron a Remus hacia la puerta delantera. Iba con la cabeza gacha y con las manos esposadas en el regazo, tenía un aspecto derrotado. Ivy y Mia caminaban seis pasos más atrás, y Jenks y yo echamos a andar tras ellas. La ni?a seguía en la cadera de Mia, mirándome desde sus brazos con unos ojos tan pálidos que parecían los de un albino. Por debajo de la capucha rosa asomaban unos finos mechones de pelo rubio que me recordaron a los de Trent, y que no se parecían en nada a los cabellos negro azabache de su madre. Se estaba chupando el pulgar, y la forma en que me observaba, sin ni siquiera parpadear, estaba empezando a ponerme nerviosa. Apenas aparté la vista se puso a lloriquear, y su madre la zarandeó. La tensión hizo que se me formara un nudo en la garganta. Era demasiado sencillo.

 

—La estás perdiendo, pixie —dijo Mia lanzándonos una mirada por encima del hombro.

 

Jenks soltó una repentina ráfaga de polvo verde.

 

—?Qué? —preguntó. A mí me sorprendió lo aterrorizado que parecía.

 

—De hecho, ya la has perdido —dijo la banshee con un hilo de voz, como si estuviera observando el futuro desde una peque?a rendija—. Lo ves en sus ojos, y esa certeza te está matando poco a poco.

 

Ivy tiró de ella para obligarla a darse la vuelta.

 

—?Déjalo en paz! —le ordenó, y miró a Jenks con los ojos entornados por el asco—. Está intentando alimentarse de ti —dijo—. No la escuches. Es una mentirosa.