Jenks despidió un espeso polvo amarillo y Edden y yo nos giramos. Remus observaba con el ce?o fruncido que se llevaban a otras dos personas para ?interrogarlas?. Mientras lo hacía, empezó a levantar la voz tanto que casi retumbaba. La ni?a rompió a llorar y Mia la cogió y la abrazó con fuerza, claramente molesta.
—Edden, haz algo —dije dispuesta a ir hasta allí yo misma. Remus se mostraba muy delicado a la hora de cuidar al bebé, pero también había mandado al hospital a un experimentado agente de la AFI. No me gustaba un pelo que se encontrara rodeado de inocentes que ignoraban lo que estaba pasando. Y si yo había sido capaz de distinguir a los agentes de paisano, él también podría hacerlo. Era un hijo del sistema que, creciendo, se había convertido en un asesino. Al igual que un lobo que se hubiera criado entre humanos, la sociedad había transformado a un ser ya de por sí peligroso, en algo el doble de amenazante.
Edden miró a los tres agentes que se encontraban entre los humanos y, frunciendo el ce?o, hizo con la cabeza un gesto de asentimiento de lo más elocuente. De inmediato, la única mujer se situó entre Remus y los pocos humanos que quedaban. Dos corpulentos hombres vestidos con abrigos idénticos fueron a por Remus, uno de ellos decidido a apartarlo de su mujer y de la ni?a y el otro sacando las esposas. Era demasiado pronto, y Remus perdió el control.
Con un fuerte alarido, lanzó un pu?etazo que estuvo a punto de alcanzar al más bajo de los agentes que, aturdido, dio un traspié hacia atrás. Remus se abalanzó sobre él golpeándole brutalmente con el codo en la cabeza y, tras agarrar la mano del desconcertado agente, se la retorció hasta derribarlo. A continuación, le clavó la rodilla en el hombro y, justo en el mismo instante en que se oyó un crujido de la articulación, el agente abatido soltó un aullido de dolor. El estómago se me encogió. Había sonado como si le hubiera dislocado el hombro. Jenks e Ivy salieron disparados, dejándome inesperadamente sola.
—?Jenks, no! —grité con el corazón a punto de salírseme del pecho al imaginar la mano de Remus aplastando al peque?o pixie. Por suerte, se detuvo a medio metro del conflicto. Ivy también se paró en seco y los repentinos gritos de miedo hicieron que todos los vampiros del lugar se volvieran hacia nosotros con los ojos completamente negros.
Remus se había hecho con un rehén y, con una mano, extrajo la pistola de la funda del agente que yacía en el suelo y se puso en pie sin soltar la mu?eca del oficial de policía y con un pie en su hombro. Mierda. ?Por qué he vuelto a acceder a algo así?
La segunda agente tenía agarradas a Mia y a la ni?a y las alejaba lentamente. Hubiera podido matarlos a todos en un abrir y cerrar de ojos, pero solo parecía disgustada. El tercer agente se ocupaba de los humanos y los incitaba a salir de allí a toda prisa. El chasquido de los seguros de seis armas de fuego soltándose al mismo tiempo resonó en el lugar y, en ese momento, Edden gritó:
—?No lo hagas, Remus! ?Suéltalo y tírate al suelo!
—?Atrás! —gritó Remus mientras los humanos restantes y los inframundanos se ponían a cubierto—. ?Soltad a mi mujer! ?Si no la soltáis, juro que lo mataré! Le he roto el jodido hombro y, como no os alejéis, le vuelo la cabeza.
Ivy se encontraba entre Remus y yo, con las piernas entreabiertas y las manos a la vista como gesto de buena voluntad. Con su cuerpo en tensión, estaba a unos tres metros; demasiado lejos para reducirlo con facilidad pero a una distancia lo bastante grande como para esquivar las balas si se ponía a disparar a diestro y siniestro. Jenks había desaparecido y hubiera apostado lo que fuera a que hubiera podido cegar a alguien con su polvo si hubiera querido. Edden y el resto de la AFI se habían quedado inmóviles para evitar que Remus cumpliera su promesa, pero la verdadera amenaza era Mia. Desde el otro extremo de la sala, los agentes de la SI lo observaban todo con preocupación, sin querer intervenir. Una cosa era hacer la vista gorda cuando Mia absorbía el alma de los humanos por los rincones o en algún callejón oscuro para evitarse problemas, pero otra era que mataran a un oficial de la AFI en un centro comercial, lo que los obligaría a actuar, y ninguna de las partes tenía ganas de comenzar una guerra.
Mia tenía la boca entreabierta y sus pálidos ojos fruncidos por la rabia. Holly, por su parte, se quejaba a voz en grito, y la banshee pareció ofendida mientras se zafaba de la agente que la retenía. En la planta superior, la gente se api?ó aún más intentando ver lo que sucedía, convencidos de que se encontraban a salvo. Una fría corriente de aire acompa?ó la huida de humanos e inframundanos.
—?He dicho atrás! —gritó Remus, alzando la vista para mirar a la gente que susurraba en la segunda planta—. ?Soltad a mi mujer! ?Estáis haciendo da?o a mi hija! ?Dejad que se marchen! —Y, con los ojos muy abiertos y la mirada desatada, dirigió la vista hacia la parte delantera del centro comercial—. ?Quiero un coche! ?Conseguidme un coche!
Edden sacudió la cabeza.