Bruja blanca, magia negra

Sin saber muy bien qué hacer, me detuve unos instantes al borde del gentío y observé al apacible vampiro al que conducían por debajo de la cinta amarilla en dirección a los coches patrulla de la SI que esperaban junto al bordillo.

 

—No lo sé —comentaba el hombre esposado con expresión de desconcierto—. Me importa una mierda lo que piense un hombre lobo de mi madre. Simplemente, estallé.

 

Apenas pude entender la respuesta del vampiro no muerto y me quedé mirando mientras desaparecían, entre las luces y el alboroto de los seis coches de la SI, las dos unidades móviles de los informativos, los ocho vehículos de la AFI y toda la gente que iba con ellos. Todos tenían las luces encendidas y se movían de un lado a otro cuando el gentío se lo permitía. El frío aire de la noche lo envolvía todo de forma que creaba una sensación oprimente, y exhalé un suspiro. No soportaba llegar tarde a las peleas.

 

No tenía intención de esperar a Marshal, que todavía estaba buscando aparcamiento. Al fin y al cabo, no le dejarían entrar. De hecho, me habría sorprendido que me permitieran pasar sin poner alguna que otra pega; invitada o no, la AFI ya no se fiaba de mí. Estúpidos prejuicios. ?Qué más tenía que hacer para demostrarles que podían confiar en mí?

 

Con la barbilla bien alta y los ojos bien abiertos, me abrí paso entre la multitud en dirección al lugar donde la cinta amarilla se encontraba con la pared, decidiendo que pasaría por debajo esperando que todo fuera bien. No obstante, justo cuando iba a agacharme, me vi obligada a detenerme. Había estado a punto de chocar mi cabeza contra la de una cara que me resultaba familiar y que estaba haciendo lo mismo.

 

—Hola, Tom —dije con sarcasmo—. últimamente te veo en todas partes.

 

El antiguo agente de la SI soltó la cinta y su expresión de asombro se transformó en frustración. Entonces tomó aire para decir algo, pero apretó la mandíbula y, tras llevarse las manos a los bolsillos, se marchó sin decir nada.

 

Sorprendida, me quedé mirándolo hasta que se desvaneció entre la nieve y la multitud.

 

—?Vaya! —murmuré.

 

A continuación, algo decepcionada porque no se hubiera quedado para intercambiar insultos, me introduje por debajo de la cinta amarilla y atravesé la puerta abierta más cercana, deseosa de escapar del frío. El aire estaba en calma en el espacio entre las dos puertas gemelas y oí voces que resonaban, alzadas por la rabia y la frustración. Al otro lado de la segunda puerta se había congregado un grupo de agentes uniformados de la AFI y decidí que era mi mejor opción.

 

—Lo siento, se?orita —me dijo una voz grave e, instintivamente, solté la puerta interior y di un paso atrás antes de que una mano de dedos gruesos pudiera tocarme.

 

Se trataba de un vampiro no muerto que, a juzgar por su aspecto, debía de ser bastante joven y al que habían colocado allí para vigilar la entrada. Con el corazón a mil, ladeé la cadera con actitud altiva y lo miré de arriba abajo.

 

—Estoy con la AFI —dije.

 

—Las brujas no trabajan para la AFI —respondió—. Tiene más pinta de reportera. Colóquese tras la línea, se?orita.

 

—Trabajo a este lado de las líneas, y no soy reportera —le espeté alzando la vista para mirar su rostro pulcramente rasurado. En otras circunstancias me habría quedado un rato para disfrutar de las vistas, pero tenía prisa—. Y deja de hacer eso con mi aura —le solté, cabreada—. Mi compa?era de piso podría comerte para desayunar.

 

Los ojos del vampiro se volvieron negros. El ruido de fondo de gente enfadada cesó de golpe. Palidecí y, antes de que quisiera darme cuenta, me encontré con la espalda contra la puerta exterior.

 

—Yo preferiría beberte a sorbitos para desayunar —murmuró el vampiro no muerto con una voz que penetró en mi alma como una niebla helada. El latido de mi cicatriz me hizo volver en mí de golpe. ?Maldición! Detestaba que los vampiros no me reconocieran.

 

Me había tapado el cuello con la mano enguantada, y me obligué a bajarla y a abrir los ojos.

 

—Ve y búscate una rata —le dije a pesar de que la forma en que jugaba con mi cicatriz me estaba resultando tremendamente placentera. Entonces pensé en Ivy y tragué saliva. Aquello era lo último que necesitaba.

 

El joven vampiro parpadeó ante mi insólita resistencia y, con expresión desconcertada, me soltó. ?Dios! Tenía que dejar de coquetear con los muertos.

 

—?Eh, Farcus! —gritó una voz masculina desde el otro lado del cristal. él se volvió, aunque sin quitarme ojo de encima—. Deja en paz a la bruja. Es Morgan, la zorra de la AFI.

 

Farcus, aparentemente, desistió y la aureola azul de sus ojos aumentó por la sorpresa.

 

—?Eres Rachel Morgan? —preguntó. Acto seguido se echó a reír mostrando sus afilados colmillos. En cierto modo, aquello me molestó aún más que el que hubiera jugueteado con mi cicatriz.

 

Me abrí paso.

 

—Y tú eres Farcus, que rima con Marcus, otro vampiro lameculos. Y ahora, apártate de mi camino.