—?Pues claro!
No del todo convencida, coloqué la cafetera de plata en la bandeja sabiendo, por fin, lo que significaba. Mi madre consideraba a Marshal una compa?ía informal, no un futuro yerno, y una parte de mí estaba decepcionada a pesar de que sabía que era lo mejor. De pronto, un golpe en el ático distrajo mi atención. A continuación se oyó un segundo golpe y empecé a inquietarme. Agarré la bandeja cuando el distintivo ruido de la puerta del ático al cerrarse se filtró a través del techo. Estaba bajando.
—Ya lo llevo yo —dijo mi madre enérgicamente quitándome la bandeja de las manos y se?alando con la barbilla en dirección al pasillo—. El pobre Marshal debe de estar aburriéndose ahí solo. Ve a ver si Robbie necesita ayuda con lo que quiera que esté bajando del ático. ?Chapas! ?Creía que las había tirado todas!
—Gracias, mamá.
Impaciente por tener el libro entre mis manos, la seguí, y tras sonreír con tristeza al alegre comentario de Marshal sobre la bonita cafetera, me fui en dirección contraria y estuve a punto de chocarme con Robbie. Solté un grito ahogado y él me sujetó con ambas manos. Entonces entrecerré los ojos. ?Con ambas manos?
—?Dónde está el libro? —susurré.
Robbie tenía los ojos entornados en la verde penumbra del vestíbulo, y tenía frío por haber estado en el ático.
—No estaba.
—?Qué? —exclamé. Acto seguido, bajé la voz y me incliné hacia él—. ?Qué quieres decir con que no estaba?
—Quiero decir que ya no está donde lo dejé. La caja ha desaparecido.
Sin saber si debía creerle o no, rodeé a mi hermano dispuesta a buscarla por mí misma.
—?Cómo era la caja? —pregunté estirando el brazo para coger la cuerda que abría la trampilla. Una de dos, o mamá la había encontrado o Robbie me estaba mintiendo para que yo no pudiera cogerla.
Robbie me agarró del hombro y me obligó a darme la vuelta.
—Relájate. Tiene que estar ahí arriba —dijo—. Volveré a mirar por la ma?ana, cuando se haya ido a la cama.
Entrecerré los ojos y vacilé. Desde la habitación de delante se oyó la voz de mi madre.
—?Has encontrado tus chapas oxidadas, Robbie? ?Quiero que te las lleves de mi ático!
Robbie me apretó el hombro todavía más y, a continuación, la relajó.
—?Sí, mamá! —respondió—. ?Enseguida voy! ?Tengo algo para ti y para Rachel!
—?Regalos? —De repente mi madre se encontraba en el vestíbulo, y su rostro se iluminó mientras me agarraba por el brazo—. Sabes de sobra que no quiero que nos compres nada. Tenerte aquí ya es regalo suficiente.
Robbie esbozó una sonrisa pícara y me gui?ó un ojo cuando apreté los dientes. Ahora no podría subir para asegurarme de que no se le hubiera ?escapado? nada. Mierda. Lo había hecho a propósito.
Pero mi madre parecía encantada, y la seguí de vuelta al salón para tomar café mientras Robbie iba a revolver en su equipaje. Marshal se mostró claramente aliviado cuando me vio aparecer; me dejé caer sobre el sofá tapizado de tela marrón chocándome involuntariamente con él, pero me quedé donde estaba, con nuestros muslos tocándose.
—Me debes un favor —susurró con la boca torcida en un gesto entre divertido y enfadado—. Y grande.
Eché un vistazo al grueso álbum de fotos de cuando Robbie y yo éramos peque?os.
—Dos entradas para el próximo espectáculo de lucha libre en el Coliseum —le respondí en voz baja—. En primera fila.
—Creo que podría bastar —dijo riéndose de mí.
Casi tarareando, mi madre tomó asiento y empezó a mover el pie impaciente hasta que se dio cuenta de que la estaba mirando y dejó de hacerlo.
—Me pregunto qué nos ha traído —comentó, y los restos de mi mal humor se desvanecieron. Me gustaba verla así—. ?Oh! ?Aquí llega! —a?adió mientras se le iluminaba la cara al oír los pasos de Robbie.
Mi hermano se sentó frente a nosotras y dejó dos sobres, cada uno de ellos con nuestros nombres, escritos con una letra claramente femenina. Su alargado rostro no podía ocultar la emoción y nos los tendió sujetándolos con dos dedos, uno para mi madre y otro para mí.
—Cindy y yo os hemos comprado esto —dijo mientras los cogíamos—. Pero no podéis utilizarlos hasta el mes de junio.
—?Junio? —farfullé.
—?Junio? —repitió mi madre. Acto seguido soltó un grito de alegría que me hizo dar un respingo—. ?Os vais a casar! —exclamó dirigiéndose al otro lado de la mesa de centro—. ?Robbie! ?Oh, Robbie! —acertó a decir poniéndose a llorar—. Cindy es un encanto. ?Estoy segura de que seréis muy felices juntos! ?Me alegro tanto por vosotros! ?Ya tenéis la iglesia? ?Cómo van a ser las invitaciones?
Me separé a toda prisa de Marshal y me quedé mirando los dos billetes de avión de mi sobre. Entonces levanté la vista y mis ojos se toparon con los de Robbie.