Bruja blanca, magia negra

—Ya he mandado a Alex a recogerlo —dijo Edden. Me subí la cremallera del abrigo y me puse a escarbar en el bolso en busca de las llaves, golpeando el detector de talismanes malignos con los nudillos—. He llamado primero a la iglesia y me dijo que quería venir.

 

—Gracias, Edden —respondí, sinceramente complacida por que hubiera mandado a alguien a por Jenks, no solo porque me había ahorrado el viaje, sino por haberlo tenido en cuenta—. Eres un cielo.

 

—Sí, sí —dijo con una entonación que daba a entender que estaba sonriendo—. Apuesto lo que quieras a que se lo dices a todos los capitanes.

 

—Solo a los que me dejan patear algunos culos —concluí justo antes de colgar el teléfono.

 

Emocionada, volví al salón. Al ver a mamá, a Robbie y a Marshal sentados juntos en el sofá, sin quitarme ojo, me quedé de piedra. Entonces me miré a mí misma, vestida para salir a la calle, y me sonrojé. Me revolví inquieta y, cuando las llaves tintinearon, esbocé una sonrisa poco convincente. ?Maldita sea! Estaba lista para salir por la puerta y me había olvidado por completo de ellos. ?Oh, mierda! Hemos venido con el coche de Marshal.

 

—Esto… Tengo que irme —dije guardándome las llaves—. Ha habido un problema en el centro comercial. Ummm… ?Marshal?

 

Marshal se puso en pie, sonriendo con una expresión afectuosa que no supe cómo interpretar.

 

—Iré calentando el coche mientras te despides.

 

El gesto de Robbie era más bien hosco, como si pensara que debía sentarme y tomar café con ellos en vez de hacer mi trabajo, pero ?por todos los demonios!, las misiones surgían cuando surgían, y no podía vivir de acuerdo con su idea de cómo debía ser mi vida.

 

—Rachel… —comenzó.

 

Mi madre le puso una mano en la rodilla.

 

—Robbie, cierra la boca.

 

Marshal soltó una carcajada que rápidamente se transformó en un ataque de tos.

 

—No te preocupes —murmuró detrás de mí justo antes de chocarse conmigo intencionadamente mientras se ponía los zapatos—. No pasa nada.

 

—Pero ?mamá! —protestó mi hermano.

 

Mi presión sanguínea aumentó de golpe. Quizás deberíamos haber traído dos coches aunque, en ese caso, habría dejado a Marshal allí solo, y aquello tampoco habría mejorado las cosas.

 

Apoyándose con fuerza en el hombro de Robbie, mi madre se puso en pie.

 

—Marshal, te envolveré un trozo de pastel para que te lo lleves. Me ha encantado que volvamos a vernos. Gracias por venir.

 

—Ha sido un verdadero placer, se?ora Morgan. Gracias por todo. Me han encantado las fotografías.

 

Ella vaciló unos instantes, con un atisbo de preocupación en su rostro, asintió y se encaminó a toda prisa hacia la cocina.

 

—Lo siento —le dije a Marshal.

 

él me tocó el hombro por encima del abrigo.

 

—No te preocupes. Solo te pido que te acuerdes de traerte el pastel. Tu madre hace unas tartas deliciosas.

 

—De acuerdo —musité.

 

A continuación se dio la vuelta y se marchó, dejando entrar una bocanada de aire frío. Estaba nevando otra vez. Todavía me sentía culpable y, cuando me di la vuelta tras cerrar la puerta, estuve a punto de darme de bruces con Robbie. Alcé la cabeza de golpe y la preocupación se transformó en enfado. Me estaba mirando fijamente y le devolví la mirada. Teníamos los ojos a la misma altura ya que, mientras yo tenía las botas puestas, sus pies solo estaban protegidos por los calcetines.

 

—Rachel, a veces te comportas como una imbécil. No puedo creer que te estés largando.

 

Entrecerré los ojos.

 

—Es mi trabajo, Bert —dije poniendo énfasis en el apodo—. A mamá no le importa y, teniendo en cuenta que no estás por aquí lo suficiente como para poder opinar, será mejor que te quites de en medio.

 

él tomó aire con intención de protestar pero, cuando mamá reapareció con dos trozos de pastel en un plato cubiertos con film transparente, torció el gesto y se apartó.

 

—Aquí tienes, cari?o —dijo apartando a Robbie de un codazo para darme un abrazo de despedida—. Llámanos cuando todo haya terminado para que podamos dormir tranquilos.

 

En aquel momento me sentí aliviada por no tener que darle explicaciones y porque no intentó hacerme sentir culpable por haberles obligado a acabar la reunión familiar antes de lo previsto.

 

—Gracias, mamá —respondí inspirando su olor a lilas mientras me daba un achuchón.

 

—Estoy orgullosa de ti —a?adió apartándose y entregándome la tarta—. Ve a darles una buena lección a esos tipos malos.

 

Los ojos se me llenaron de lágrimas, feliz de que aceptara que no podía ser la hija que le hubiera gustado y se sintiera orgullosa de quién era realmente.

 

—Gracias —repetí tragando saliva para librarme del nudo que tenía en la garganta. Desgraciadamente, no funcionó.

 

Seguidamente, lanzándole una severa mirada a Robbie, dijo:

 

—Y ahora, haced las paces. Inmediatamente. —Y sin a?adir nada más, agarró la bandeja del café y se marchó de nuevo a la cocina.