Bruja blanca, magia negra

Robbie tenía la mandíbula apretada, sin abandonar su actitud beligerante, y decidí que tenía que relajarme. No me apetecía marcharme enfadada con él. Podrían pasar otros siete a?os sin verlo.

 

—Escucha —dije—. Lo siento mucho, pero así es mi trabajo. No tengo un horario de nueve a cinco, y mamá lo entiende y lo respeta. —Estaba mirando el detector de amuletos malignos que había en mi bolso abierto y me lo eché a la espalda—. Intentarás encontrar ese libro, ?verdad? —le pregunté colocándome la bufanda. De repente, no estaba segura de que fuera a hacerlo.

 

Robbie vaciló y, sorprendentemente, sus hombros se relajaron.

 

—Sí, lo haré —respondió con un suspiro—, pero no estoy de acuerdo con lo que estás haciendo.

 

—?Cómo si alguna vez lo hubieras estado! —dije esforzándome por sonreír mientras abría la puerta—. Me alegro por ti y por Cindy —dije—. Te aseguro que no veo la hora de que nos conozcamos.

 

Al oír mis palabras, por fin esbozó una sonrisa.

 

—Te daré su número de teléfono —dijo haciendo un gesto hacia la oscuridad de la noche—. Así podrás llamarla. Se muere de ganas de conocerte. Le gustaría que su tesis versara sobre ti.

 

Me detuve de golpe en el umbral y me di la vuelta.

 

—?Por qué? —pregunté recelosa.

 

él alzó un hombro y lo dejó caer de nuevo.

 

—Ummm… Le hablé de tus marcas demoníacas —explicó—. Al fin y al cabo, también es una bruja. Habría visto la suciedad de tu aura y lo habría averiguado.

 

Entré de nuevo y cerré la puerta.

 

—??Que le dijiste qué?! —exclamé alzando la voz, contenta de que los guantes me cubrieran la marca demoníaca de la mu?eca. Tenía que presionar a Al para que recuperara su nombre. De ese modo, al menos, me libraría de una de ellas.

 

—Lo siento —dijo con aire de suficiencia y sin el menor asomo de arrepentimiento—. Tal vez no debí hacerlo, pero no quería que te conociera sin una explicación de la mácula.

 

Agité una mano en el aire.

 

—Está bien, pero ?por qué quiere hacer una tesis sobre mí?

 

Robbie parpadeó.

 

—?Ah! Porque se va a licenciar en criminología. Le conté que eras una bruja blanca con una mancha demoníaca que te granjeaste salvando una vida. Y que puedes seguir siendo buena a pesar de estar cubierta de suciedad. —Entonces vaciló—. No te importa, ?verdad?

 

Obligándome a mí misma a cambiar de actitud, sacudí la cabeza.

 

—No. Claro que no.

 

—Aquí tienes —dijo entregándome el sobre con los billetes de avión—. No te los olvides.

 

—Gracias. —Al guardarme los billetes noté el duro bulto de la lágrima de banshee en mi bolsillo—. Tal vez podría cambiarlos y adelantar el viaje.

 

—?Eso sería genial! Nos encantaría que vinieras antes. Solo tienes que decirlo y prepararemos la habitación de invitados —dijo con una amplia sonrisa—. Sabes que puedes venir cuando quieras.

 

Tras darle un abrazo de despedida, me aparté y abrí la puerta. El seco y cortante frío nocturno me golpeó en la cara y, mientras recorría el camino libre de nieve que me separaba del coche, me quedé mirando a Marshal. La luz del porche se encendió y saludé con la mano a la sombra junto a la ventana. Las últimas palabras de Robbie se quedaron grabadas en mi mente, y las repetí una y otra vez intentando averiguar por qué me incomodaban tanto.

 

—?Al centro comercial? —preguntó Marshal alegremente cuando subí al coche. Lo más probable era que se alegrara de que lo hubiera librado de charlar con mi madre. A menudo hablaba por los codos sin dejarte meter baza. Entonces le pasé el pastel y me lo agradeció con un ?umm?.

 

—Sí. Al centro comercial —le confirmé antes de abrocharme el cinturón.

 

Aunque en el interior hacía calor y la escarcha de las ventanillas había desaparecido, un escalofrío me recorrió de arriba abajo y parpadeé rápidamente cuando, por fin, asimilé las palabras de Robbie. Sabes que puedes venir cuando quieras. Sabía que su intención era transmitirme que estarían encantados de recibirme, pero el hecho de que hubiera sentido la necesidad de decirlo significaba mucho más. Se iba a casar. Iba a seguir adelante con su vida, zambulléndose de cabeza en el ciclo vital, entrando a formar parte de él. Casándose, dejaba de ser solo mi hermano, se convertía en el marido de alguien. Y aunque discutíamos con frecuencia, el hecho de que ya no estuviera solo había provocado que se rompiera un vínculo. él formaba parte de algo mucho mayor y, al invitarme a entrar, involuntariamente me había dado a entender que era una extra?a.

 

—Tu madre hace unas tartas que te mueres —dijo Marshal.

 

Le sonreí a través del largo asiento y él, consciente de la capa de hielo, metió la primera y partió lentamente en dirección al centro comercial.

 

—Sí —respondí desganada. Tal vez debía intentar verlo desde otro punto de vista. No había perdido un hermano, había ganado una hermana.

 

Vaaaaale.

 

 

 

 

 

11.