Bruja blanca, magia negra

—Tampoco lo fue que nos dejaras por una apestosa carrera profesional —le reproché con el corazón a punto de salírseme del pecho—. ?Dios! No me extra?a que esté para que la encierren. Le hiciste lo mismo que Takata. Sois tal para cual.

 

De repente, el rostro de mi hermano se puso rígido y giró la cabeza. En ese mismo instante deseé poder retirar mis palabras, incluso aunque tuviera razón.

 

—No he debido decir algo así. Es solo que… Necesito realmente ese libro.

 

—Es una imprudencia.

 

—?Por el amor de Dios, Robbie! ?Ya no tengo dieciocho a?os! —exclamé colocándome el pa?o de cocina en la cadera.

 

—Pues te comportas como si los tuvieras.

 

Exasperada, guardé los cubiertos de plata en el cajón y lo cerré de golpe. Al ver mi frustración, Robbie se enterneció y, con la voz cargada del dolor que compartíamos, dijo:

 

—El alma de papá descansa en paz. No lo molestes.

 

Resentida, sacudí la cabeza.

 

—No pretendo hablar con papá. Con quien necesito contactar es con Pierce.

 

Mientras vaciaba el fregadero y enjuagaba la placa del horno bajo el grifo, Robbie resopló.

 

—él también ha encontrado el descanso eterno. Deja en paz al pobre hombre.

 

El recuerdo de la noche que pasamos Pierce y yo bajo la nieve de Cincinnati despertó en mi interior una débil oleada de entusiasmo. Había sido la primera vez que me había sentido realmente viva. La primera vez que había sido capaz de ayudar a alguien.

 

—Te equivocas. Pierce no ha encontrado el descanso eterno. Está en mi iglesia, y lleva allí casi un a?o, cambiándome los tonos del móvil y haciendo que la gata de Jenks no me quite ojo.

 

Robbie se dio la vuelta, estupefacto, y estiró el brazo para cerrar el grifo.

 

—?Bromeas?

 

Intenté no poner cara de satisfacción, pero era mi hermano, y tenía todo el derecho a sentirme complacida.

 

—Quiero ayudarlo a descansar en paz. ?Dónde está el libro? —le pregunté inclinando la bandeja del horno para retirar el exceso de agua.

 

Se quedó pensativo mientras revolvía bajo el fregadero en busca del detergente, espolvoreaba un poco en la pila y lo colocaba de nuevo en el sitio en el que llevaba desde, al menos, tres décadas.

 

—En el ático —respondió finalmente, empezando a restregar—. El crisol de mamá también está ahí. Me refiero al rojo y blanco. Ese que costaba un dineral. Y la botella para poner la poción. Lo que no sé es adónde fue a parar el reloj. ?Se te perdió?

 

Eufórica, dejé a un lado la bandeja a medio secar.

 

—Está en mi tocador —dije intentando no estornudar por culpa del fuerte olor del detergente, al mismo tiempo que colocaba el pa?o en la barra para que se secara y me dirigía hacia la puerta. Iba a conseguirlo todo de una tirada. La fortuna me sonreía.

 

Cuando estaba a punto de salir de la cocina, Robbie me agarró del hombro.

 

—Ya te lo traigo yo —dijo mirando por encima de mi hombro hacia el salón—. No quiero que mamá se entere de lo que estás haciendo. Dile que estoy buscando mi colección de chapas.

 

Con un bufido, asentí con la cabeza. ?Claro! ?Como si fueran a dejarle subir la colección de chapas al avión!

 

—Diez minutos —le advertí—. Si en ese tiempo no has vuelto, subiré a por ti.

 

—Me parece justo —dijo con una sonrisa agarrando el pa?o del colgador para secarse las manos—. Eres un encanto de hermana. Sinceramente, no me explico de dónde provienen todos esos rumores.

 

Intenté contestarle con una respuesta ocurrente, pero me quedé en blanco cuando tensó el pa?o agarrándolo por los dos extremos y me sacudió con él.

 

—?Eh! —grité.

 

—?Robbie! ?Deja en paz a tu hermana! —se oyó decir a mi madre débilmente desde el salón. Su voz estaba cargada de una firmeza que nos resultaba muy familiar, y tanto mi hermano como yo sonreímos. Había pasado demasiado tiempo. Al ver la expresión de cordero degollado de sus ojos verdes, agarré la esponja y la levanté para ver qué sucedía.

 

—?Rachel! —gritó mi madre y, con expresión de victoria, Robbie me tiró el pa?o y abandonó la cocina con paso firme y moderado. Casi de inmediato, escuché que abría la puerta del ático y el ruido de la escalera al golpear la alfombra de la entrada del dormitorio. A continuación, con el convencimiento de que volvería a casa con todo lo que necesitaba, sequé el fregadero y volví a colgar el pa?o.

 

—?Venga! —susurré olfateando la cafetera y esperando que se espabilara un poco por deferencia con nuestro huésped.

 

De pronto apareció mi madre, cuyas pisadas habían sido aplacadas por el linóleo.

 

—?Qué está haciendo Robbie en el ático?

 

Me aparté de la cafetera, que seguía expulsando gota a gota el café.

 

—Buscando su colección de chapas.

 

De acuerdo, había mentido a mi madre, pero estaba segura de que mi hermano aparecería con algo que encontraría allí arriba, de manera que, al final, no se podría considerar una mentira.