—Pierce me ha pedido que te diga que lleva aquí desde que Al rompió su lápida. Aquello abrió un canal que permitía que cualquier espíritu dispuesto a salir pudiera hacerlo. A partir de entonces, le bastó seguir sus pensamientos para llegar hasta ti.
Ford me miraba con una sonrisa, como si me estuviera dando una buena noticia, pero yo no pude devolvérsela. ?Maldición! Horas antes me encontraba de un humor excelente, y al final todo se había echado a perder. Primero había fracasado con los hechizos terrestres, y ahora Jenks pensaba que Pierce era un demonio que, por alguna razón, nos estaba espiando.
—Esto no pinta bien, Ivy —dijo Jenks iluminando su hombro—. No me gusta un pelo.
Entonces estallé. Quería que se callara de una maldita vez.
—Me da lo mismo que te guste o no —le espeté—. Pierce es la primera persona a la que ayudé. El primero que me necesitó. Y si necesita mi ayuda de nuevo, se la daré.
Frustrada, arrojé un pu?ado de bártulos para preparar hechizos de energía luminosa en el interior de un cajón y lo cerré con tanta fuerza que Rex salió huyendo.
Ford cambió el peso de una pierna a otra.
—Tengo que irme.
La cosa no me extra?ó, teniendo en cuenta mi repentino arrebato de mal humor. Jenks se interpuso en su camino y el psiquiatra vaciló.
—Ford —dijo en un tono desesperado—. Dile a Rachel que es una mala idea. No se debe revivir a los muertos. Bajo ningún concepto.
Por un momento sentí que el corazón se me encogía, pero Ford alzó la mano para aplacar los ánimos.
—Pienso que es una idea genial. Pierce no es un espíritu maligno. Además, no me parece que Rachel pueda causarle un da?o tan terrible en una sola noche.
El zumbido de alas de Jenks alcanzó un tono irreal, y las chispas que desprendía adquirieron una tonalidad gris.
—No creo que hayas captado cómo están realmente las cosas —dijo—. ?Por el amor de Campanilla! ?No conocemos de nada a ese tipo! Sin embargo, Rachel ha decidido compadecerse de él y ofrecerle la oportunidad de volver a la vida durante una noche. Lo enterraron vivo en terreno blasfemado. No sabemos cómo traerlo de vuelta del reino de los muertos, pero me juego lo que quieras a que un demonio sí que sabe cómo hacerlo. ?Y qué le impedirá revelarle a un demonio todos nuestros secretos a cambio de una nueva vida?
—?Ya basta! —grité—. Jenks, tienes que disculparte con Pierce. ?Inmediatamente!
Dejando tras de sí una estela de chispas como si se tratara de un caprichoso rayo de sol, Jenks se dirigió a mí.
—?Ni hablar! —respondió con vehemencia—. ?No lo hagas, Rachel! No puedes arriesgarte. Ninguno de nosotros puede.
Se encontraba suspendido delante de mí, con una actitud rígida y decidida. Desde detrás de él, Ivy se me quedó mirando. De improviso, no supe qué decir. Había conocido a Pierce y juntos habíamos rescatado a aquella pobre ni?a, sin embargo, tan solo tenía dieciocho a?os, y existía la posibilidad de que me hubiera dejado embaucar por la inocencia de la adolescencia.
—Jenks… —dijo Ford, aparentemente dolido por mis repentinos temores.
El diminuto pixie se elevó a toda prisa con evidente frustración.
—?Podemos hablar en privado? —preguntó con una expresión tan fiera que pensé que iba a pixearlo.
Con la cabeza gacha, Ford asintió, dándose la vuelta con intención de abandonar la cocina.
—Rachel, si no consigues encontrar el hechizo, ponte en contacto conmigo y volveré para que puedas conversar un poco más con Pierce.
—Sí, claro —respondí cruzando los brazos a la altura del pecho y apoyándome en la encimera—. Me sería de gran ayuda.
Tenía los dientes apretados y me dolía la cabeza.
Rex se fue detrás de Jenks y de Ford y me pregunté si la gata los seguía a ellos o a Pierce. El sonido de las pisadas de Ford se perdió en la lejanía e, inmediatamente después, se empezó a escuchar una conversación en voz baja que provenía del santuario y que, más bien, podría haberse definido como un monólogo. Era muy probable que Ivy consiguiera escuchar a Ford con la suficiente claridad como para entender lo que estaba diciendo, pero yo no, y probablemente era ese el principal objetivo de Jenks.
Intentando relajar la mandíbula, me quedé mirando a Ivy, que se encontraba en el extremo opuesto de la cocina. Había sacado otro plato de postre, y cuando asentí con amargura, colocó encima la otra mitad de su cena y me lo entregó. Yo lo agarré con un movimiento rígido.
—Tú no piensas que sea una mala idea, ?verdad? —le pregunté.
Ivy suspiró con la mirada perdida en el vacío.
—?Se trata de un hechizo demoníaco? —inquirió—. Me refiero al que se necesita para que Pierce vuelva a la vida de forma temporal.
Yo sacudí la cabeza y di un bocado al bagel.
—No. El único inconveniente es su complejidad.
Sus oscuros ojos se posaron en los míos y encogió levemente uno de sus hombros.
—Bien —concluyó—. En ese caso, creo que deberías hacerlo. Jenks es solo un viejo paranoico.