Bruja blanca, magia negra

Tarareando feliz, mi madre abandonó la cocina con el plato de galletas en la mano. A continuación escuché que encendía el estéreo del salón y esbocé una sonrisa. Tenía treinta segundos. Como máximo.

 

—Marshal —le dije con ojos suplicantes mientras le entregaba un plato—. Necesito pedirte un gran favor. Te lo explicaré más tarde pero ?podrías entretener a mi madre durante diez minutos?

 

Robbie dejó lo que estaba haciendo y se me quedó mirando.

 

—?Qué pasa, luciérnaga?

 

En ese momento mi madre apareció de nuevo y, siguiendo el patrón de conducta que habíamos establecido de ni?os, cuando nos confabulábamos a espaldas de nuestros padres, Robbie se volvió hacia el fregadero como si no hubiera oído nada.

 

—?Por favor…! —le susurré a Marshal cuando regresó de guardar la pila de platos—. Necesito hablar a solas con Robbie.

 

Ajena a lo que estaba sucediendo, mi madre se puso a trastear con la cafetera y agarró la jarra de cristal. A continuación, con un par de empujones, se hizo un hueco entre Robbie y yo para llenarla de agua y me di cuenta de lo peque?a que parecía a nuestro lado.

 

—Marshal —dijo Robbie lanzándome una mirada pícara a espaldas de mi madre—, te veo muy cansado. Rachel y yo podemos acabar aquí. ?Por qué no vais a sentaros al salón mientras se hace el café? Podríais echar un vistazo a los álbumes de fotos.

 

El rostro de mi madre se iluminó como por arte de magia.

 

—?Qué gran idea! Marshal, tienes que ver las fotos que hicimos la última vez que nos fuimos de vacaciones. Rachel tenía once a?os y empezaba a tener algo de fuerza —comentó agarrándole del codo—. Ya se ocupa ella de traer el café cuando esté listo. —Sonriendo, se giró hacia mí—. No tardéis mucho —dijo en un tono cantarín que me dio qué pensar. Creo que era consciente de que nos estábamos librando de ellos. Mi madre estaba como una cabra, pero no era tonta.

 

Introduje las manos en el agua templada del fregadero y saqué una fuente. Desde la parte anterior de la casa se escuchaba la sonora voz de Marshal, que producía un efecto armonioso junto a la de mi madre. La cena había sido muy agradable, pero, una vez más, me había resultado casi doloroso escuchar a Robbie hablando sin parar de su relación con Cindy y a mi madre uniéndose a él cuando salió el tema de las dos semanas que pasó con ellos. Estaba celosa, pero tenía la sensación de que, cada vez que me encari?aba con alguien, resultaba herido, muerto o acababa convertido en un granuja. Todos menos Ivy y Jenks, aunque no estaba del todo segura respecto a lo de granujas.

 

—Y bien, ?de qué se trata? —preguntó Robbie soltando de golpe la cubertería de plata y provocando que salpicara parte del agua que iba a utilizar para enjuagarlos.

 

Lentamente, me froté la barbilla con el reverso de la mano. ?Pues nada! Que estoy intentando resucitar a un fantasma. Tal vez debía entablar amistad con un espíritu. Al fin y al cabo, no podía cargármelo.

 

—?Te acuerdas del libro que me regalaste para el solsticio de invierno? —le pregunté.

 

—No.

 

Levanté la vista, pero no conseguí establecer contacto directo con sus ojos porque estaba mirando en otra dirección. Tenía las mandíbulas apretadas, lo que hacía que su rostro pareciera más alargado.

 

—El que utilicé para… —empecé a decir.

 

—No. —Fue una respuesta forzada, y la boca se me abrió involuntariamente al darme cuenta de que no quería decir ?no lo sé?, sino, más bien, ?no pienso decírtelo?.

 

—?Robbie! —exclamé intentando no elevar demasiado la voz—. ?Lo tienes?

 

Mi hermano se frotó las cejas. Conocía muy bien ese gesto y, o bien estaba mintiendo, o estaba a punto de hacerlo.

 

—No sé de qué me hablas —sentenció retirando la espuma de las piezas que acababa de enjabonar.

 

—Estás mintiendo —lo acusé. él apretó aún más la mandíbula—. Es mío —a?adí bajando la voz cuando Marshal alzó la suya para cubrirnos—. Me lo diste, y ahora lo necesito. ?Dónde está?

 

—No —repitió con determinación mientras restregaba la placa del horno en la que había estado el asado—. Cometí un error al dártelo, y se va a quedar donde está.

 

—Que es… —intenté sonsacarle.

 

él se mostró impasible y siguió frotando con fuerza mientras el pelo se le movía hacia delante y hacia atrás.

 

—?Me lo diste! —exclamé, frustrada, confiando en que no me respondiera que estaba a cuatro zonas horarias de distancia.

 

—No tienes derecho a intentar invocar de nuevo a papá. —Me estaba mirando por primera vez desde que habíamos comenzado la conversación, y su enfado era más que evidente—. Mamá tardó más de dos semanas en recuperarse de tu ocurrencia, y me gasté casi quinientos dólares en llamadas de teléfono.

 

—?De veras? Pues yo pasé siete a?os ayudándola a reponerse de tu marcha tras la muerte de papá, así que me parece que estamos en paz.

 

Robbie dejó caer los hombros de golpe.

 

—Eso no es justo.