Bruja blanca, magia negra

Aliviada, relajé los hombros y logré esbozar una tenue sonrisa. Entonces giré el trozo de pan para acceder a la parte con más cantidad de queso y le di un buen mordisco, llenándome la boca de su intenso sabor agrio.

 

—Pierce no está planeando nada —le expliqué sin dejar de masticar—. Si puedo, me gustaría echarle un cable. Me ayudó a entender lo que quería hacer con mi vida y, en cierto modo, se lo debo. —En ese momento la miré a los ojos y me di cuenta de que tenía la mirada perdida y su rostro mostraba una expresión pensativa—. ?Sabes lo que significa sentirse en deuda con alguien por haber cambiado tu vida para mejor?

 

Ivy volvió la mirada hacia mí.

 

—Eh… Sí, claro —respondió.

 

A continuación dejó el plato y se dirigió hacia el frigorífico.

 

—Sé que puedo hacer el hechizo, solo necesito la receta, el instrumental y una congregación de brujos para absorber la energía necesaria.

 

En aquel instante me quedé mirando el bagel y exhalé un suspiro.

 

Iba a resultar mucho más difícil de lo que parecía en un principio.

 

Sin decir una palabra, Ivy se sirvió un vaso de zumo de naranja.

 

—Lo siento —dijo entonces, adoptando un tono conciliador—. Todo esto significa mucho para ti. Pasa de Jenks. Se está comportando como un capullo.

 

Mordí de nuevo el panecillo y me quedé en silencio. Pierce era una de las pocas personas que me conocía antes de mis marcas demoníacas, de la mácula en mi alma y de todo lo demás. Si podía, tenía que ayudarlo.

 

Ivy se acercó al fregadero para sacudir las migas de su plato y, consciente del efecto que provocaba mi desasosiego en sus instintos, me alejé unos metros intentando no hacerme notar.

 

—?Y no sería más sencillo comprar el libro? —preguntó dirigiendo la mirada hacia el reflejo de la luz del porche sobre la nieve—. Si no se trata de magia demoníaca, deberían tenerlo en algún sitio.

 

Negué con la cabeza. Era un alivio que hubiera alguien que no creyera que Pierce nos estaba espiando.

 

—No lo pongo en duda, pero los manuales arcanos de nivel 800 no son muy comunes. No suelen verse a menos que alguien los utilice con fines didácticos. Conseguir uno antes de A?o Nuevo va a ser un problema. Por no hablar del crisol. Si Robbie no sabe dónde está, nos podría llevar meses encontrar uno.

 

En aquel momento se escuchó un portazo procedente de la puerta principal y Jenks entró en la cocina junto al gélido olor de un prado veraniego en una noche invernal. Parecía de mucho mejor humor, y no pude evitar preguntarme qué le habría dicho Ford.

 

—Tengo que irme —dije agarrando el bolso de la silla antes de que Jenks intentara comenzar una conversación—. Lo más probable es que no vuelva hasta, por lo menos, las cuatro. Va a ser una noche muy dura —comenté con un suspiro—. Robbie se ha echado novia y a mi madre le encanta escuchar cosas sobre ella.

 

Ivy esbozó una sonrisa con la boca cerrada.

 

—Que te diviertas.

 

Eché un vistazo a la espada que reposaba sobre la encimera pensando que habría preferido irme con ella a enfrentarme a un montón de perversos vampiros en lugar de tener que soportar el inevitable sermón de mi madre sobre cuándo pensaba sentar la cabeza.

 

—Bueno, me voy —exclamé paseando la mirada por la cocina y preguntándome si les parecería extra?o que me despidiera de Pierce—. ?Tienes algún problema en quedarte a solas con Pierce, Jenks? —me burlé guardando en el bolso el amuleto localizador invocado para preguntarle a mi madre.

 

Jenks se puso rojo de rabia.

 

—No te preocupes. Estaré bien —respondió entre dientes—. El se?or Fantasma y yo vamos a tener una agradable charla.

 

—No sé por qué, pero sospecho que solo uno de vosotros tendrá la posibilidad de hablar —dije.

 

Jenks esbozó una sonrisa, y su expresión de impaciencia me preocupó.

 

—Exactamente como a mí me gusta. Así no podrá responderme como lo hacen mis hijos.

 

Tenía el abrigo y las botas en la entrada.

 

—Si me necesitáis, llamadme —dije.

 

Ivy me hizo un gesto de despedida con la mano, mientras Jenks se acomodaba en su hombro. Era evidente que tenían cosas que discutir. Todavía más preocupante. Echándoles un último vistazo, me dirigí a la parte anterior de la iglesia, escuchando el tintineo de mis llaves al chocar contra mi detector de magia letal.