Bruja blanca, magia negra

—?Qué fuerte! —comenté. Al oír mis palabras, Jenks, que descansaba en el tocador entre mis perfumes, agitó con fuerza las alas produciendo un sonoro zumbido. El pixie no se había separado de mi lado desde que habíamos descubierto que teníamos un fantasma, lo que me resultaba bastante extra?o. Pierce llevaba casi un a?o en nuestra casa. Lo que no acababa de entender era el motivo por el que Jenks parecía tan molesto.

 

A pesar de que había pasado más de una hora, Ford seguía en la cocina, hablando letra a letra con Pierce. Yo lo escuchaba en la distancia, mientras preparaba rápidamente un buen pu?ado de amuletos localizadores que utilizaban magia terrestre. Hubiera resultado más sencillo recurrir a la maldición, pero no pensaba hacer uso de la magia demoníaca delante de Ford. Tenía el presentimiento de que me había equivocado en algo durante la realización del complejo hechizo pues, desde que había invocado la primera poción con una gota de mi sangre y la había vertido sobre el amuleto, no había sucedido nada. Lo más probable era que Mia se encontrara fuera de su radio de actuación, que era de cuatrocientos kilómetros, pero debería haber percibido algún olor.

 

—?Crees que el libro se quedó en casa de tu madre? —preguntó Jenks, moviendo las alas a toda velocidad, a pesar de que no se había apartado de mi tocador. A lo lejos se escuchaba el alboroto de sus hijos mientras jugaban con Rex, y me pregunté cuánto tiempo tardaría la gata en correr a esconderse.

 

—Esta noche lo averiguaré —resolví con firmeza mientras cerraba de nuevo la caja y la introducía entre un motón de botas—. Debí olvidarlo durante la mudanza —a?adí estirando la espalda para liberar las contracturas—. Debe de estar en el ático, junto con todo lo necesario para realizarlo. Espero.

 

A continuación me puse en pie y eché un vistazo al despertador. Tenía que estar en casa de Marshal en menos de una hora. Habíamos pensado reunirnos allí e ir juntos a casa de mi madre para que se pareciera más a una cita. No iba a ser nada fácil encontrar una excusa para subir al ático, pero Marshal podría ser de utilidad. No quería preguntarle a mi madre por el libro. La primera vez que lo había utilizado me había metido en un buen lío con la SI.

 

Con los brazos en jarras, me quedé mirando el inusual aspecto del fondo de mi armario. Había zapatos y botas por todas partes, y la idea de Newt poseyéndome se apoderó de mí. De pronto, presa de los nervios, empujé la caja hasta el fondo y, lentamente, empecé a colocar las botas en su sitio.

 

Jenks emprendió el vuelo desplegando las alas para alcanzar la parte superior del tocador, y su rostro adquirió una expresión preocupada.

 

—?Y por qué quieres darle un cuerpo? Al fin y al cabo, ni siquiera sabes qué está haciendo aquí. ?Cómo es que Ford no se lo ha preguntado todavía? ?Eh? ?Ha estado espiándonos!

 

Preguntándome a qué se debía aquella actitud, levanté la cabeza.

 

—Jenks, Pierce lleva cien a?os muerto. ?Qué motivos podría tener para espiarnos? —le pregunté malhumorada, colocando de un codazo la última de las botas.

 

—Y si no está espiándonos, ?por qué demonios está aquí? —preguntó Jenks cruzando los brazos con actitud beligerante.

 

Con la mano en la cadera, agité el brazo irritada.

 

—?No lo sé! Tal vez porque en una ocasión lo ayudé y piensa que podría hacerlo de nuevo. Es a eso a lo que nos dedicamos, ?sabes? ?Se puede saber qué demonios te pasa, Jenks? Llevas toda la noche refunfu?ando.

 

Con un suspiro, el pixie dejó de mover las alas, que adquirieron un aspecto sedoso similar al de las telara?as.

 

—Todo esto no me gusta un pelo —dijo—. Lleva un a?o observándonos. Hurgando en tu teléfono.

 

—Intentaba llamar mi atención.

 

En aquel momento se produjo un cambio de presión y las pisadas de Ivy retumbaron en el santuario.

 

—?Ivy? —exclamó Jenks antes de salir disparado.

 

Al oír los pasos de mi compa?era de piso, empecé a arrojar los zapatos en el interior del armario con intención de cerrarlo antes de que me ofreciera ayuda para ordenarlo. Entonces rememoré la noche del solsticio, intentando recordar el hechizo. Había visto a Robbie coger el curioso cuenco rojo y blanco poco profundo antes de que saliéramos corriendo en dirección a Fountain Square. Pero no sabía lo que había hecho con él desde ese momento hasta que Pierce y yo fuéramos a la casa del vampiro y rescatásemos a la chica. Para cuando tuve fuerzas suficientes para ponerme en pie, la cocina estaba recogida, y di por hecho que los aparejos de líneas luminosas de papá se encontraban de nuevo en el ático. Desde entonces, no había vuelto a ver el libro. Mi madre no había hecho ningún comentario sobre el hecho de que hubiera invocado a un alma del purgatorio, y hubiera sido típico de ella esconderlo todo para evitar que volviera a hacerlo. Especialmente, cuando mi verdadera intención era invocar a mi padre, y no a un joven que había sido enterrado vivo a mediados del siglo XVII acusado de brujería.