Bruja blanca, magia negra

Ford llegó al final y empezó de nuevo.

 

—E —dijo esta vez, en un tono aparentemente más relajado. Entonces, no era Piscary, y yo me sentí mejor.

 

—Pie —comentó Jenks con sarcasmo—. ?No habrás matado a un algún podólogo y nos lo has estado ocultando, Rachel?

 

—Cierra la boca, Jenks —le espeté jadeante, inclinándome hacia delante.

 

El dedo de Ford se detuvo de nuevo, casi de inmediato.

 

—Erre —dijo, y yo sentí un escalofrío e inmediatamente una oleada de calor. No. No puede ser…

 

—?Oh, Dios mío! —grité, poniéndome en pie de un salto. Jenks salió disparado hasta el techo ante mi repentino arrebato y Ford se tapó las orejas y cerró los ojos con expresión de dolor—. ?Ya sé quién es! —exclamé con los ojos muy abiertos y el corazón latiéndome a mil por hora. No podía creerlo. Era impensable. Pero ?tenía que ser él!

 

—?Rachel! —me gritó Jenks colocándose a pocos centímetros de mi rostro mientras despedía destellos dorados—. ?Basta ya! ?Vas a matar a Ford!

 

Ford se llevó las manos a la cabeza y esbozó una sonrisa forzada.

 

—No pasa nada. Se trata de algo bueno. Para ambos.

 

Sin poder dar crédito, sacudí la cabeza y recorrí la cocina con la mirada.

 

—Increíble —musité. Entonces, alzando la voz, pregunté—: ?Dónde estás? Creí que habías encontrado la paz. —Me detuve y, algo decepcionada, dejé caer los brazos—. ?No bastó con que salvaras a Sarah?

 

Ford tenía la espalda apoyada en el respaldo de la silla, sonriendo como si estuviera presenciando una reunión familiar, pero Jenks estaba cabreadísimo.

 

—?Con quién demonios estás hablando, Rachel? ?Por el amor de Campanilla! Si no me lo dices ahora mismo, te pixearé.

 

Se?alando con la mano hacia el vacío, me quedé en medio de la cocina, todavía incrédula.

 

—Pierce —respondí mientras el amuleto de Ford despedía un fuerte resplandor—. Se trata de Pierce.

 

 

 

 

 

9.

 

 

La caja polvorienta que me había traído mi madre el pasado oto?o estaba prácticamente vacía. Una espantosa camiseta de Disneyland de tama?o reducido, un pu?ado de baratijas, mi viejo diario, que había empezado poco después de la muerte de mi padre y que me sirvió para comprender que el dolor se podía revivir una vez que lo ponías por escrito, los libros que anteriormente llenaban la caja se encontraban en la cocina, pero el enigmático manual de líneas luminosas de nivel 800 que me había regalado Robbie para el solsticio de invierno no se encontraba entre ellos. En realidad, no esperaba encontrarlo allí, pero tenía que comprobarlo antes de ir a casa de mi madre y provocar que se pusiera de los nervios cuando emprendiera su búsqueda en el ático. Tenía que estar en alguna parte.

 

Sin embargo, no estaba en mi armario y, poniéndome en cuclillas, me retiré un largo mechón rizado de los ojos y suspiré, mirando a la vidriera de una sola hoja de mi ventana y que en aquel momento presentaba un aspecto opaco por la oscuridad de la noche. Sin el libro, no tenía ninguna posibilidad de volver a realizar el hechizo que había llevado a cabo ocho a?os atrás para otorgar a un espíritu del purgatorio un cuerpo temporal. Además, también me faltaban unos cuantos útiles de líneas luminosas difíciles de encontrar. Por no hablar de que el hechizo requería una cantidad ingente de energía comunal.

 

Bastaría encontrarse en el cierre del círculo de Fountain Square en el solsticio. Lo sabía por experiencia, pero el solsticio ya había pasado. Yo tenía la entrada prohibida al campo de los Howlers, de manera que estaba descartado, incluso aunque celebraran un partido bajo la nieve. Lo mejor era confiar en la fiesta de A?o Nuevo. No cerraban el círculo, pero se celebraría una fiesta y, cuando la gente se ponía a cantar Auld Lang Syne, la energía fluía. Tan solo disponía de tres días para reunirlo todo. La cosa no pintaba nada bien.