Bruja blanca, magia negra

Entorné los ojos.

 

—Sí. Tom Bansen, un antiguo miembro de la división Arcano, estaba intentando colocar unos amuletos para escuchar lo que se hable aquí. Marshal había venido a devolverme la caja que me dejé en su coche y lo pilló in fraganti —expliqué arreglándomelas para esbozar una sonrisa a pesar del dolor que sentía por haberle pedido que la tirara a la basura—. Por cierto, lo he invitado a cenar esta noche con mi madre y mi hermano.

 

—Mmmm…

 

Era un sonido largo y arrastrado y, cuando levanté la vista, descubrí que el psicólogo de la AFI, que por lo general se mostraba muy comedido, me observaba con una tenue sonrisa.

 

—?Qué se supone que significa ese ?mmmm?? —pregunté con aspereza.

 

Ford bebió otro trago de café con un brillo malicioso en sus ojos marrones.

 

—Me alegra saber que has decidido presentarle a tu familia. Significa que estás empezando a superarlo. Estoy orgulloso de ti.

 

Me quedé mirándolo sorprendida. Cree que Marshal y yo…

 

—?Marshal y yo? —exclamé con una sonora carcajada—. ?No seas tonto! La única razón por la que va a acompa?arme es porque me sirve de pretexto para que mi madre no me organice una cita a ciegas con el repartidor de periódicos.

 

Marshal era un tipo genial, pero también resultaba agradable saber que, si me esforzaba, podía dejar las cosas como estaban.

 

—Como quieras.

 

Su comentario estaba cargado de incredulidad, y dejé la taza sobre la mesa.

 

—Marshal no es mi novio. Solo salimos de vez en cuando para que los demás no intenten ligar con nosotros. Es cómodo y agradable y no voy a permitir que lo conviertas en otra cosa con tus chorradas psicológicas.

 

Ford me miró plácidamente con las cejas arqueadas y me puse tensa cuando Jenks entró como una flecha y dijo:

 

—No sé lo que le has dicho, sheriff, pero, cuando se pone así, es porque has estado a punto de dar en el clavo.

 

—?Es solo un amigo! —protesté.

 

Intentando apaciguar los ánimos, Ford bajó la vista y sacudió la cabeza.

 

—Es así como empiezan las mejores relaciones, Rachel —dijo con ternura—. Fíjate en ti y en Ivy.

 

De pronto sentí que los músculos de la cara se me aflojaban de golpe y parpadeé.

 

—?Perdona?

 

—Tenéis una relación estupenda —dijo trasteando de nuevo con la taza de café—. Mejor que la de muchas parejas casadas que conozco. Para alguna gente, el sexo lo echa todo a perder. Me alegra que hayas aprendido que se puede querer a alguien sin necesidad de demostrárselo con el sexo.

 

—Ya —respondí con cierta inquietud—. Deja que te ponga un poco más de café.

 

Cuando me di la vuelta para coger la jarra, escuché cómo cambiaba de posición. ?Y pretendía que me dejara hipnotizar? Ni hablar. Ya sabía demasiadas cosas sobre mí.

 

—Ford —dijo Jenks bruscamente—. Tus superpoderes están algo atrofiados. Mis hijos están todos en el santuario. Tal vez se trate de Bis. —A continuación se quedó mirando las esquinas—. Bis, ?estás ahí?

 

Yo sonreí y llené la taza de Ford hasta la mitad.

 

—No puede ser él. Nunca entra en casa antes de que se ponga el sol. Esta tarde, cuando he salido a coger el periódico, lo he visto en el alero.

 

Ford sonrió y tomó otro trago de café.

 

—Además del mío, hay tres grupos de emociones en esta habitación. Debe de haber sido un error. De todos modos, no importa —a?adió al ver que Jenks empezaba a despedir chispas verdes—. Olvídalo.

 

De pronto, se escucharon los suaves acordes de Sharp Dressed Man, de ZZ Top. Era un sonido amortiguado pero molesto. Se trataba del teléfono de Ford, y me quedé mirándolo con interés, pensado que era una música algo extra?a para un tipo tan mojigato, hasta que me di cuenta de que provenía de mi bolso. ?Mi teléfono? ?Cómo era posible? Estaba segura de haberlo puesto en vibración. Además, ?yo no tenía ese tono!

 

—?Maldita sea, Jenks! —dije revolviéndolo todo en busca de mi bolso—. ?Te importaría dejar en paz mi teléfono?

 

—?Yo no he tocado tu teléfono para nada! —respondió en tono beligerante—. Y tampoco mis hijos. La última vez les retorcí las alas uno a uno, pero todos dijeron que no habían sido ellos.

 

Fruncí el ce?o, deseando creerlo. A menos que tuvieran ganas de fastidiar, los hijos de Jenks nunca hacían la misma travesura dos veces. Colocándome el bolso en el regazo, saqué el teléfono y descubrí que se trataba de un número desconocido.

 

—Entonces, ?por qué se desactiva una y otra vez el modo de vibración? Casi me muero de vergüenza la noche que detuve a Trent. —En ese momento levanté la tapa, y acerté a responder educadamente—: ?Diga?

 

Jenks aterrizó en el hombro de Ford con una sonrisa.

 

—Se puso a sonar White Wedding.

 

Ford se echó a reír y me aparté el teléfono de la oreja. Habían colgado. Entonces accedí al menú y lo puse otra vez en vibración.

 

—Ya vale —gru?í. Justo en ese momento, empezó a sonar de nuevo.

 

—?Jenks! —exclamé.