Bruja blanca, magia negra

—Raachel —me recriminó.

 

—Solo estoy mirando —me justifiqué espantándolo con la mano antes de pasar la página. Los libros demoníacos no tenían índice. La mayoría, ni siquiera título. Estaba obligada a ir página por página, y aquello llevaba mucho tiempo. Especialmente si teníamos en cuenta que yo era de las que se entretenían en curiosear lo terribles que podían ser algunas maldiciones, y lo inocuas que resultaban otras. En algunos casos bastaba leer los ingredientes para averiguarlo, pero en otros, la única manera de descubrir que se trataba de una maldición era que mezclara la magia terrestre con líneas luminosas, una característica esencial de los hechizos demoníacos. Se trataba de magia negra solo porque comportaban un importante desequilibrio en el libro de la naturaleza, y esperaba que uno de aquellos fuera el equivalente demoníaco de los amuletos de localización.

 

El a?o anterior había decidido que no iba a evitar la utilización de maldiciones demoníacas basándome solo en la mácula. Gracias a Dios, tenía un cerebro, y estaba decidida a usarlo. Desgraciadamente, el resto de la sociedad no pensaba lo mismo, como por ejemplo Jenks, que, aparentemente, había decidido representar el papel de Pepito Grillo y se entretenía en leer las páginas con la misma atención que yo.

 

—Esta es excelente —reconoció con cierta reticencia, mientras cubría de polvo la maldición en la que se detallaba cómo hacer volar un palo de madera del tama?o de una escoba. Existía un hechizo terrenal que lograba hacer lo mismo, pero era el doble de complicado. Lo había descartado el a?o anterior por su elevado coste tras decidir que aquella peque?a bruja no estaba dispuesta a volar a no ser que se encontrara cómodamente sentada en el interior de un avión.

 

—No sé… —dije pasando la página—. Con lo que cuesta el palo, podría pagar el alquiler durante un a?o.

 

En la página siguiente había una maldición que permitía convertir la carne humana en madera. ?Puaj! Jenks se estremeció, y pasé la hoja provocando que el polvo azulado que desprendía aterrizara en el suelo. Lo dicho, en algunos casos resultaba muy sencillo descubrir que se trataba de magia negra.

 

—Rachel… —me suplicó Jenks, visiblemente afectado.

 

—Relájate. No pienso hacer algo así.

 

Agitando las alas a rachas irregulares, el pixie descendió unos tres centímetros impidiéndome que pasara la página. Con un suspiro, me quedé mirándolo fijamente, intentando que se apartara solo con mi fuerza de voluntad. él se cruzó de brazos y me devolvió la mirada. No estaba dispuesto a ceder ni un milímetro, pero, cuando dos de sus hijos, que estaban delante de la oscura ventana de la cocina, empezaron a discutir por una semilla que habían encontrado en una grieta del suelo, la distracción hizo que se elevara lo suficiente para que pudiera pasar la página.

 

En aquel momento, las puntas de los dedos, que estaban apoyadas en las páginas amarillentas, empezaron a dormírseme, así que cerré el pu?o. Entonces el corazón empezó a latirme a toda velocidad cuando creí reconocer un hechizo localizador justo debajo. Si estaba leyendo bien, la maldición demoníaca utilizaba magia simpática, como los conjuros de detección, y no auras, como los hechizos localizadores normales. A pesar de que se trataba de una maldición, parecía mucho más sencilla de realizar que el hechizo del libro de magia terrestre. Y mucho más tentador, querida.

 

—?Eh! Mira esto —dije con voz queda mientras Jenks chasqueaba las alas para advertir a sus hijos de que debían dejar de discutir. Juntos repasamos los ingredientes—. ?El objeto sintonizador tiene que ser robado? —pregunté en voz alta. Aquello no me gustaba ni un pelo, de manera que no fue sorprendente que diera un respingo cuando se oyó el timbre de la puerta principal.

 

Con los brazos en jarras, Jenks nos lanzó una mirada amenazante, tanto a mí como a sus hijos, que tenían las mejillas encendidas y cuyas alas desprendían una neblina negra que caía sobre el fregadero.

 

—Ya voy yo —dijo antes de que pudiera reaccionar—. Y, cuando vuelva, será mejor que hayáis resuelto vuestras diferencias, o seré yo el que tome la decisión —a?adió dirigiéndose a sus peque?os antes de salir disparado.

 

El volumen de la discusión disminuyó de golpe, y esbocé una sonrisa. Eran casi las seis, lo que significaba que debía de ser un humano o un brujo. Aunque también podía tratarse de un hombre lobo o un vampiro vivo.

 

—Si es un cliente, lo veré en el santuario —grité a Jenks. No me apetecía nada tener que esconder los libros por si atravesaban la cocina de camino a la sala de estar posterior.