Bruja blanca, magia negra

—Ya no van a por ti, ?verdad? —preguntó echando un vistazo a nuestro alrededor y revolviéndose incómodo en su asiento. Negué con la cabeza y su alargado rostro pareció aliviado, aunque todavía mostraba un atisbo de desconfianza.

 

—Me alegro —sentenció, inspirando profundamente—. Trabajar para ellos era demasiado peligroso. Podría haberte sucedido cualquier cosa.

 

Y, de hecho, así fue, pensé con los ojos cerrados, disfrutando del placer que me producía sentir cómo el primer trago de café descendía por mi garganta.

 

—?Y qué te crees? ?Que lo que hago ahora es más seguro? —le pregunté abriendo los ojos—. ?Por el amor de Dios, Robbie! Tengo veintiséis a?os. Ya no soy la ni?a esmirriada que era cuando te marchaste.

 

Tal vez mi respuesta había sonado un poco brusca, pero todavía le guardaba rencor por intentar impedirme entrar en la SI.

 

—Lo que quiero decir es que está dirigida por un montón de vampiros mentirosos y corruptos —replicó—. No era solo el peligro. Nunca te habrían tomado en serio, Rachel. Nosotros, los brujos, no contamos. Una vez que traspasas cierta barrera, te quedas ahí para el resto de tu vida, no te permiten llegar más allá.

 

Hubiera podido ponerme furiosa con él pero, echando la vista atrás, y evaluando lo que había sucedido el último a?o que había pasado en la SI, sabía que tenía razón.

 

—A papá no le fue tan mal —dije.

 

—Hubiera podido hacer mucho más.

 

A decir verdad, había hecho mucho más. Robbie no lo sabía, pero quizá nuestro padre había sido un topo en la SI, pasando información y advertencias al padre de Trent. Mierda, pensé cuando caí en la cuenta de lo que eso significaba. Como Francis. No, papá no era como Francis. Francis lo había hecho por dinero y estaba segura de que papá lo había hecho por un motivo más elevado. Lo que planteaba la pregunta de qué había visto en los elfos para arriesgar su vida por evitarles la extinción. No había sido a cambio de la cura ilegal que me había salvado la vida. Eran amigos desde mucho antes de que yo naciera.

 

—?Rachel?

 

Mientras escudri?aba la concurrida terminal en busca de Jenks, bebí otro trago de café. Estaba empezando a sentir cierta inquietud, y casi me atraganto cuando divisé a un miembro de seguridad que nos observaba atentamente desde el otro lado del vestíbulo. Genial. Esto cada vez pinta mejor.

 

—Tierra llamando a Rachel… ?Estás ahí, Rache?

 

Intentando recuperar la compostura, aparté la vista del agente aeroportuario.

 

—Perdona, ?qué decías?

 

Robbie me miró de arriba abajo.

 

—Te has quedado callada de repente.

 

—Solo estaba pensando —respondí intentando no mirar al vigilante armado y al compa?ero que acababa de unirse a él.

 

Mi hermano se puso a mirar su café.

 

—Eso ya es un cambio —me provocó. Por aquel entonces el número de guardias había ascendido a tres. Con dos, más o menos, podía manejarme, pero con tres, la cosa se complicaba. ?Dónde demonios te has metido, Jenks? Quería salir de allí cuanto antes, así que volqué el vaso del café, fingiendo que había sido un accidente.

 

—?Oh! —exclamé haciendo grandes aspavientos y, mientras Robbie se apartaba para evitar que le cayera encima, corrí a coger un pu?ado de servilletas para poder estudiar mejor a los agentes de la terminal. Dos lobos, pensé, y un brujo. Habían reunido fuerzas y se dirigían lentamente hacia donde nos encontrábamos. Mierda.

 

—?Crees que podrías beber y caminar al mismo tiempo? —le susurré a Robbie al volver, mientras me ponía a limpiar todo—. Tenemos que encontrar a Jenks y salir de aquí cuanto antes.

 

—?Es por esos polis? —preguntó. Yo levanté la vista y me quedé mirándolo sorprendida—. Si querías que nos largáramos, no hacía falta que tiraras el café.

 

—?Lo sabías? —él me miró con un gesto de desagrado, mientras sus ojos verdes mostraban un atisbo de enfado.

 

—Llevan siguiéndome desde que llegué al aeropuerto —explicó sin apenas mover los labios mientras le ponía la tapa al café y alzaba su bolsa—. Me han registrado tan a fondo que casi me dejan desnudo, y juraría que el tipo que estaba sentado a mi lado era un teniente de las fuerzas aéreas. ?Qué es lo que has hecho, hermanita?

 

—?Yo? —exclamé a punto de estallar. Lo que más me fastidiaba es que pensara que era a mí a quien seguían. No era yo la que jugueteaba con azufre y pasaba largas temporadas fuera de casa durmiendo en una ciudad diferente cada noche. No, yo me limitaba a quedarme en la vieja Cincinnati, tropezando una y otra vez con los peces gordos de la ciudad como quien se encuentra con los vecinos en el supermercado.

 

—?Qué más da! El caso es que tenemos que irnos —dije pensando que aquello explicaba por qué me habían registrado al entrar.

 

Robbie emitió un gru?ido de conformidad y, mientras yo me colgaba una de sus bolsas y agarraba el instrumento, él me pasó su café y me quitó la guitarra.