Bruja blanca, magia negra

—No te enfades con él —dijo, adivinando mis pensamientos. Siempre había tenido esa habilidad, incluso cuando éramos ni?os, lo que resultaba tremendamente frustrante cuando intentaba esconder alguna trastada—. A mamá le viene muy bien —a?adió, empujando su equipaje con el pie conforme adelantaba la fila—. La está ayudando a superar los remordimientos por la muerte de papá. Yo… tuve oportunidad de pasar un poco de tiempo con ellos —dijo en un tono excesivamente bajo por culpa del nerviosismo—. La quiere mucho. Y, cuando están juntos, consigue que se sienta especial.

 

—No estoy enfadada con él —dije. A continuación, dándole un manotazo en el hombro con la suficiente fuerza como para que lo notara, aclaré—: Con quien estoy enfadada es contigo. ?Por qué no me dijiste que Takata es nuestro padre?

 

El ejecutivo que teníamos delante volvió la cabeza y lo miré con cara de pocos amigos.

 

Robbie avanzó un paso más.

 

—Sí, claro —masculló—. ?Qué esperabas que hiciera? ?Llamarte por teléfono para decirte que nuestra madre era una groupie?

 

Resoplé en tono burlón.

 

—Las cosas no fueron exactamente así.

 

él me miró abriendo mucho los ojos.

 

—Hubiera tenido mucho más sentido que lo que sucedió. ?Por el amor de Dios! Si te hubiera contado que nuestro verdadero padre era una estrella del rock, te habrías muerto de risa. Luego hubieras corrido a preguntarle a mamá, y ella se hubiera echado… a llorar.

 

A llorar, pensé. Había sido todo un detalle por su parte no decir: ?En brazos de su rockero?, porque eso, precisamente, es lo que hubiera hecho. Y ya había resultado todo lo bastante traumático cuando la verdad salió a la luz. Solté un suspiro y, encogiéndome de hombros, me acerqué al mostrador apenas el tipo que estaba delante de nosotros se largó con su latte en vaso largo con nosequé.

 

—Un latte grande, doble espresso de mezcla italiana —pidió Robbie, con los ojos puestos en el menú—. Con poca espuma y extra de canela. Y una cosa más, ?podrías usar leche entera?

 

El dependiente asintió con la cabeza mientras apuntaba el nombre en el vaso de papel.

 

—?Van juntos? —preguntó, alzando la vista.

 

—Sí. Yo tomaré un café en vaso mediano con la mezcla de la casa —respondí desconcertada. No estaba del todo segura, pero, por lo que me parecía recordar, el café que había pedido Robbie era igual que el que le gustaba a Minias.

 

—?No quiere que le ponga un chorrito de algo? —sugirió el dependiente mientras yo pasaba la tarjeta por la máquina antes de que Robbie se me adelantara.

 

—No. Me gusta solo.

 

Al ver que Robbie batallaba con sus cosas, agarré los dos vasos y lo seguí hasta una mesa tan peque?a y pringosa que daban ganas de tomarse el café de un trago y salir pitando.

 

—Podrías dejar que te ayudara —dije al ver que se tambaleaba.

 

—No —respondió con una sonrisa ladeada—. Ya me ocupo yo. Tú siéntate.

 

Obedecí complacida y me quedé mirando cómo luchaba con los bultos y le preguntaba a una pareja de ancianos si podían cederle una silla. De pronto, descubrí, aterrorizada, que alguien había dejado sobre la mesa un periódico doblado en el que se veía la foto de la casa de los Tilson. Rápidamente, lo agarré y lo guardé en el bolso justo en el instante en que Robbie se unía a mí.

 

Tras dejarse caer sobre su silla, levantó la tapa del café, inhaló brevemente el aroma y bebió un buen trago.

 

—?Qué gozada! —exclamó con un suspiro, y yo hice lo propio. Tras unos segundos en silencio, me miró por encima del borde del vaso y dijo—: Entonces, ?qué tal está mamá?

 

El ejecutivo que había estado delante de nosotros en la cola se puso en pie con una mancha de espuma en la nariz y se quedó mirando la pantalla de las salidas.

 

—Bien.

 

Robbie me miró en silencio e hizo crujir los nudillos.

 

—?Hay algo que me quieras decir? —preguntó con aire de suficiencia.

 

Que hay un coche de policía vigilando la casa de mamá y que, cuando lo descubras, querrás saber por qué. Que estoy colaborando en la investigación de un asesinato que podría afectar a mi vida personal. Que la universidad no me deja inscribirme en sus cursos. Que todos los sábados tengo una cita en siempre jamás con el Gran Al y que, gracias al padre de Trent Kalamack, soy la fuente de la próxima generación de demonios.

 

—Ummm…, no.

 

él soltó una carcajada y acercó aún más su guitarra.

 

—Has abandonado la SI —dijo mirándome divertido con sus profundos ojos verdes—. Te advertí que no era una buena idea entrar a trabajar para ellos, pero noooo. Mi hermanita tiene que hacer las cosas a su manera, y luego trabajar el doble para solucionarlo. Por cierto, estoy muy orgulloso de que, al final, te dieras cuenta de que había sido un error.

 

?Ah, eso! Aliviada, levanté la tapa del café y soplé sobre la negra superficie, mirándolo de reojo. ?Abandonar? no era, precisamente, la palabra que habría utilizado yo. ?Cometer la estupidez de dejarla? habría resultado más apropiado. O, tal vez, ?intento de suicidio?.

 

—Gracias —acerté a decir, aunque, lo que me hubiera gustado era soltarle una diatriba que empezara por dejar claro que no había sido ningún error. ?Lo ves? Puedo cambiar.