Las corrientes de aire provocaban que hiciera bastante frío en la terminal, pero nada comparable al mundo azul, blanco y gris que se extendía al otro lado de los enormes ventanales de cristal blindado. Las máquinas quitanieves se ocupaban de mantener despejadas las pistas de aterrizaje, y daban ganas de ponerse a jugar con los montones de nieve que se acumulaban en los bordes.
La gente que me rodeaba pasaba de un hostigamiento apresurado a una irritación aburrida o a una expectación impaciente. Yo pertenecía a este último grupo y, mientras esperaba a que el avión de Robbie realizara los controles pertinentes y que los pasajeros desembarcaran, sentí un escalofrío de emoción, aunque en parte se debiera a que todavía estaba nerviosa por que me hubieran registrado en el control de amuletos de alto nivel.
Los brujos siempre habían trabajado en el campo de la aviación, tanto en tierra como en el aire, pero durante la Revelación se habían apropiado por completo de ella y ya no la habían soltado, cambiando las leyes hasta conseguir que fuera obligatoria la presencia de, al menos, un brujo altamente cualificado en todos los puestos de control. Incluso antes de la Revelación, utilizaban detectores de magia de alto nivel junto con los mundanos detectores de metales. Por aquel entonces, lo que podía parecer un inofensivo registro rutinario, a menudo se trataba de una operación encubierta contra el contrabando de magia. En mi caso, desconocía por qué me habían parado. Molesta, intenté relajar el entrecejo y tranquilizarme. A menos que Robbie viajara en primera clase, todavía tendría que esperar un rato.
A pocos metros de donde me encontraba, había una madre con tres ni?os peque?os, situados uno junto a otro como los pelda?os de una escalera, probablemente esperando a su padre. De pronto, el mayor de ellos consiguió soltarse de la mano de su madre y echó a correr hacia los enormes ventanales de cristal; di un respingo cuando su madre alzó un círculo obligándolo a detenerse en seco.
Cuando el peque?o, frustrado, se puso a gritar y a golpear la brillante y delgada barrera haciendo que esta despidiera peque?os destellos de color azul, las comisuras de mis labios se curvaron dibujando una sonrisa. Aquello era algo por lo que yo nunca había tenido que preocuparme. A mi madre se le daba fatal hacer círculos. De todos modos, no había echado a andar hasta los tres a?os, pues estaba demasiado ocupada en intentar sobrevivir a mi terrible enfermedad. Fue un milagro que llegara a cumplir los dos a?os, un milagro de la medicina ilegal que me preocupaba cada vez que tenía que enfrentarme a cosas como los detectores de magia de alto nivel. No había manera de detectar la modificación en la mitocondria, pero, aun así, no podía evitar preocuparme.
Impaciente, cambié el peso de mi cuerpo a la otra pierna. Estaba deseando ver a Robbie, pero la cena de aquella noche no iba a resultar nada divertida. Al menos la presencia de Marshal contribuiría a relajar un poco la tensión.
De pronto, los aullidos de frustración del ni?o se convirtieron en gritos de alegría, y me volví justo para ver que su madre retiraba el círculo. Se la veía radiante y tenía un aspecto fantástico, a pesar de lo cansado que resultaba conseguir que sus agotadores hijos se movieran dentro de los límites impuestos por la sociedad. Seguí con la mirada al peque?o mientras corría en dirección a una atractiva joven vestida con un elegante traje de chaqueta. La mujer se agachó para tomarlo en brazos, y los cinco se unieron en una oleada de felicidad. A continuación empezaron a desplazarse formando una mara?a confusa y, tras un sentido beso entre las dos mujeres, la del traje entregó un bolso a la última moda a su pareja a cambio de una peque?a criatura que no paraba de gorjear. La escena resultaba ruidosa, caótica y muy reconfortante.
Conforme se alejaban, mi sonrisa se desvaneció y me acordé de Ivy. Nunca habíamos tenido una relación tan tradicional, en la que cada uno de los miembros de la pareja cumplía un papel de acuerdo con los parámetros de la sociedad. Ivy y yo sí que teníamos una relación, pero si hubiéramos intentando adecuarla a sus ideas e ir más allá de mis límites, se habría ido todo al garete.