Bruja blanca, magia negra

—Según Audrey, lo más probable es que la red de personas de Mia sea tan intrincada que no pueda arriesgarse a abandonar Cincy. Si lo hiciera, sería mucho más fácil descubrir las muertes que sustentan a su hija, en lugar de permanecer ocultas después de haber sido seleccionadas cuidadosamente. —En aquel momento vaciló, y un atisbo de preocupación asomó a su rostro—. ?Es eso cierto? Ya han matado a un agente de la AFI. Esa enfermedad degenerativa era probablemente Mia, ?verdad?

 

Me hubiera gustado tomarle la mano como muestra de apoyo, pero estaba demasiado lejos. Tenía que ir a ver Glenn y echarle un vistazo a su aura. En realidad, no serviría de nada, pero quería saber si era ese el motivo por el que todavía no había recuperado el conocimiento.

 

—Lo siento muchísimo, Edden —dije finalmente—. Glenn se pondrá bien y nosotros los encontraremos. No vamos a permitir que piensen que pueden hacer algo así con total impunidad.

 

El capitán contrajo la mandíbula y luego la relajó.

 

—Lo sé. Solo quería oírte decir que tenemos una posibilidad y que no se han subido a un avión y están en México exprimiendo a un montón de ni?os hasta la extenuación.

 

Desde debajo de mi bufanda llegó un sonoro suspiro, y Jenks empezó a farfullar:

 

—El decimoprimer día de Navidad el amor de mi vida me regaló…

 

Yo le di un codazo a la pila de informes.

 

—?Cállate! —dije. Y entonces, suavizando mi expresión, miré a Edden—. Los cogeremos. Te lo prometo.

 

El barboteo de Jenks aumentó de volumen, y cuando me di cuenta de que estaba pidiendo disculpas a Matalina, empecé a preocuparme. Hasta cierto punto, era menos desagradable que escuchar lo que hacían los tamborileros con los instrumentos del flautista, pero la sentida llantina que vino después fue casi peor.

 

—Entonces, ?nos ayudarás? —preguntó Edden a pesar de que, en mi opinión, la pregunta resultaba bastante innecesaria.

 

Era una banshee, pero con la ayuda de Ivy, y un montón de horas planificándolo todo al detalle, podríamos conseguirlo.

 

—Veré qué podemos hacer —respondí intentando sofocar la promesa de Jenks de que, si se ponía bien, no volvería a tocar la miel. Todo aquello se estaba volviendo muy deprimente.

 

Sin quitarle ojo a mi bufanda, Edden se puso a revolver en el interior de un cajón. Entonces encontró lo que estaba buscando y extendió el brazo con el pu?o cerrado hacia abajo.

 

—Entonces necesitarás esto —dijo.

 

Tendí la mano para coger lo que quiera que fuese y, cuando sentí en la palma el suave tacto del cristal, di un paso atrás. Con el corazón a punto de salírseme del pecho, me quedé mirando la opaca gota de nada que se calentaba rápidamente al entrar en contacto con mi piel. Esperé a que me diera un calambre en la mano, a percibir su tacto peludo o a que se moviera, pero siguió allí como si nada, con el aspecto de uno de esos trozos de cristal baratos y brumosos que las brujas terrestres venden a los ignorantes humanos en el mercado de Finley.

 

—?De dónde la has sacado? —pregunté, sintiéndome mareada, aunque más tranquila al ver que la lágrima no hacía nada—. ?Es de Mia?

 

Daba la sensación de que se meneara en mi mano, y era todo lo que podía hacer para no dejarla caer, porque entonces me habría preguntado el porqué y podría habérmela quitado. Así que lo miré parpadeando, y los dedos se me pusieron rígidos como una cuna abierta.

 

—Encontramos todo un alijo en un florero de cristal como si fueran piedras decorativas —explicó Edden—. Pensé que tal vez podrías transformarla en un amuleto localizador.

 

Era una idea genial, así que me guardé el cristal en el bolsillo del abrigo, pensando que ya llevaba suficiente rato sujetando aquella cosa que no paraba de menearse. Liberé el aire de los pulmones, y el vacilante, casi beligerante azoramiento de Edden me dio qué pensar, hasta que caí en la cuenta de que la había sustraído de la escena del crimen.

 

—Lo intentaré —dije.

 

Edden hizo una mueca y bajó la vista. Tenía que ir al aeropuerto para recoger a mi hermano y, aunque iba algo justa de tiempo, aún podía pasarme un momento por la biblioteca de la universidad y acercar a Jenks a la tienda de encantamientos. Los hechizos de localización eran muy difíciles de realizar. Para ser honesta, no estaba segura de conseguirlo. La biblioteca era el único lugar donde podía encontrar la receta. Bueno, además de internet, pero eso podría haberme metido en un buen lío.

 

En aquel momento, desde debajo de mi bufanda, se escuchaba una poesía cada vez más pastelosa sobre los encantos de Matalina, que mezclaba un lenguaje de lo más poético con algunos términos decididamente lujuriosos. Asestándole un empujón al montón de papeles, apagué la luz. Jenks soltó toda una retahíla de quejas y me puse en pie.

 

—Vamos, se?or Tarro de Miel —dije—. Tenemos que irnos.