Bruja blanca, magia negra

Algo mucho más primitivo que el lenguaje verbal despertó mis instintos y aparté la vista de las espaldas de la pareja que desaparecía entre la multitud. Fue entonces cuando divisé a mi hermano y en mis labios se dibujó una sonrisa. Todavía se encontraba en el túnel, pero su cabeza resaltaba por encima de las personas que se encontraban delante. Además, era imposible no ver su llamativo cabello pelirrojo. Llevaba una barba de varios días, y unas modernas gafas de sol que, de no ser por las pecas que llenaban su cara, le habrían dado un aspecto de lo más cool. Al ver su amplia sonrisa cuando nuestras miradas se cruzaron, me aparté del gentío y esperé, mientras sentía un hormigueo en los dedos de los pies. ?Dios! ?Lo había echado tanto de menos!

 

Finalmente, cuando la gente que se interponía entre nosotros se retiró, pude ver su estrecha estructura corporal. Llevaba puesta una chaqueta ligera y de su hombro colgaban una brillante bolsa de cuero y su guitarra. Al llegar a la salida del túnel, se detuvo y le dio las gracias a un peque?o hombre de negocios con un aspecto extra?o que le entregó una bolsa de viaje y desapareció entre la multitud. Supuse que le había pedido que se la llevara para no tener que facturarla.

 

—?Robbie! —exclamé, incapaz de contenerme, y su sonrisa se hizo más amplia. Antes de que quisiera darme cuenta, sus largas piernas recorrieron la distancia que nos separaba y, tras dejar sus cosas en el suelo, me dio un abrazo.

 

—?Hola, hermanita! —dijo apretándome aún con más fuerza antes de soltarme y dar un paso atrás. La gente se vio obligada a esquivarnos, pero a nadie parecía importarle. Al fin y al cabo, éramos solo uno de los peque?os grupos que se iban formando poco a poco por toda la terminal—. Tienes muy buen aspecto —dijo revolviéndome el pelo y ganándose un buen pu?etazo en el hombro. Entonces me agarró el pu?o y se quedó mirándolo, sonriendo al descubrir el peque?o anillo de madera de color rosa—. Siguen sin gustarte tus pecas ?eh? —?Cómo podía contarle que las pecas habían desaparecido debido a los efectos secundarios de una maldición demoníaca?

 

En vez de eso, le di otro abrazo, advirtiendo que, con los tacones, era más o menos de su misma altura. él, en cambio, llevaba puestos unos… ?mocasines? Con una carcajada lo miré de arriba abajo.

 

— Te vas a congelar el culo ahí fuera.

 

—Sí, yo también te quiero —respondió con una sonrisa mientras se quitaba las gafas y las metía en la bolsa—. No seas tan dura conmigo. Cuando he salido eran las siete de la ma?ana y estábamos a veintidós grados. Apenas he dormido cuatro horas en el avión y, como no me tome un café cuanto antes, me voy a caer redondo al suelo. —Acto seguido, inclinándose para coger la guitarra, a?adió—: ?Mamá sigue haciendo ese mejunje que parece petróleo?

 

Sin poder quitar la sonrisa de mi cara, recogí la bolsa más grande recordando la última vez que lo había ayudado a llevar el equipaje.

 

—Será mejor que nos lo tomemos aquí. Además, me gustaría hablarte un momento sobre mamá.

 

Robbie, que estaba intentando coger la bolsa de cuero y la guitarra con la misma mano, se alzó de golpe, mirándome con expresión preocupada.

 

—?Se encuentra bien?

 

Me quedé mirándolo fijamente y, de pronto, me di cuenta de lo mal que había sonado mi comentario.

 

—?Oh sí! Está más contenta que un trol bajo un puente de peaje. Por cierto, ?qué le hiciste cuando fue a visitarte? Al volver, se había puesto morenísima y se pasaba el día canturreando canciones de programas de televisión.

 

Robbie me cogió la bolsa y juntos nos dirigimos al puesto de café más cercano.

 

—No fui yo —dijo—. Fue su… compa?ero de viaje.

 

Fruncí el ce?o y el pulso se me aceleró. Takata. Tenía que habérmelo imaginado. Habían decidido hacer un viaje por la Costa Oeste para pasar más tiempo juntos, y yo todavía no sabía qué pensar de él. A pesar de que tenía claro quién era, no se podía decir que nos conociéramos.

 

Sin decir una palabra, nos pusimos a la cola y de repente, al colocarme hombro con hombro con él, me di cuenta de lo altos que éramos. Takata era el padre biológico de ambos, un noviete de la universidad que había dado a mi madre los dos hijos que su marido, un humano, y casualmente el mejor amigo de Takata, no había podido darle. Mientras tanto, Takata huyó, renunciando a su vida a cambio de fama y fortuna, hasta el punto de te?irse el pelo y cambiarse de nombre. Sin embargo, yo era incapaz de verlo como un padre. La persona que consideraba mi verdadero padre había muerto cuando tenía quince a?os, y nada ni nadie podían cambiar aquello.

 

No obstante, una vez a su lado, lo miré de reojo y me di cuenta de lo mucho que me recordaba al viejo rockero. ?Maldita sea! Cada vez que me miraba al espejo, era como si estuviera viendo a Takata. Mis pies, las manos de Robbie, mi nariz y la altura de ambos. Sin embargo, en lo que más me parecía a él era en el pelo. Aunque el de Takata fuera rubio y el mío pelirrojo, no se podía negar que teníamos los mismos rizos.

 

Robbie dejó de mirar el cartel con el menú y me agarró del hombro.