Bruja blanca, magia negra

—Estoy segura de que, esta noche, te enterarás de todo —dije, cansada de escuchar siempre la misma historia. En realidad mi madre se mostraba bastante comprensiva y, con Marshal delante, cabía la posibilidad de que ni siquiera sacara el tema.

 

—?Ahí está! —exclamó de pronto, ahorrándome tener que seguir con aquella conversación. Justo entonces, su rostro adoptó una expresión preocupada—. Creo que es la mía —a?adió, y yo me retiré un poco para dejar que se abriera paso entre dos se?oras de baja estatura y retirara la maleta de ruedas de la cinta.

 

En aquel momento escuché el chasquido de las alas de un pixie y, cuando vi que la gente prorrumpía en exclamaciones cargadas de ternura, supe que Jenks se encontraba cerca, de manera que me enrollé la bufanda para darle un lugar donde entrar en calor. La luz era bastante intensa alrededor del puesto de flores, pero en aquel lugar, junto a las puertas, hacía mucha corriente.

 

—?Hola, Rachel! —dijo aterrizando en mi hombro con un fuerte olor a fertilizante barato.

 

—?Has conseguido lo que buscabas? —le pregunté mientras Robbie tiraba con fuerza de su maleta de ruedas para bajarla de la cinta.

 

—No —respondió—. Todos los productos estaban llenos de conservantes a base de cera. ?Por las zapatillas rojas de Campanilla! ?Por qué tienes a tres policías siguiéndote?

 

—No tengo ni idea. —Robbie empujó la maleta hasta donde nos encontrábamos, con la cabeza gacha y cara de enfado—. ?Eh, Robbie! Quiero presentarte a Jenks, uno de mis socios —dije cuando mi hermano se detuvo ante nosotros. Por la forma en que tiró del asa, debía de estar muy cabreado.

 

—Me han roto el candado de la maleta —se lamentó. A continuación, cuando Jenks descendió para echarle un vistazo, intentó suavizar su expresión.

 

—?Pues sí! —confirmó el pixie revoloteando justo delante con los brazos en jarras. Entonces ascendió de golpe obligando a Robbie a apartar la cabeza de golpe—. Me alegro de que por fin nos conozcamos.

 

—?Eres tú el que evita que mi hermana se meta en líos? —dijo Robbie extendiendo la palma de la mano para que Jenks pudiera posarse, mientras lo observaba con una amplia y sincera sonrisa—. Gracias. Te debo un gran favor.

 

—?Bah! —Al oír sus palabras, las alas de Jenks adquirieron poco a poco un ligero tono rojizo—. Tampoco es tan difícil de vigilar. Son mis hijos los que me llevan por la calle de la amargura.

 

—?Tienes hijos? Pero ?si eres muy joven!

 

—Casi cuatro docenas —respondió, henchido de orgullo por el hecho de ser capaz de mantener viva una prole tan numerosa—. Bueno, será mejor que nos larguemos de aquí, antes de que a esos inútiles de allí les entren delirios de grandeza e intenten registrarte de nuevo la ropa interior.

 

Sorprendida, eché un vistazo al agente de seguridad del aeropuerto apostado a unos diez metros de donde nos encontrábamos y descubrí que me observaba con una sonrisa. ?Qué demonios estaba pasando?

 

—?Quieres comprobar si te falta algo? —pregunté a Robbie.

 

—No —respondió mirando el cerrojo con el ce?o fruncido—. Jenks tiene razón. No llevo nada de valor. Tan solo ropa y un montón de música.

 

—Lo sé —dijo Jenks—. Cuando estaba en el puesto de flores, he podido oír lo que decían por radio. Debí imaginar que estaban hablando de ti, Rachel.

 

—?Te has enterado de por qué nos vigilan? —le pregunté con el corazón a punto de salírseme del pecho—. ?Son de la SI?

 

Jenks negó con la cabeza.

 

—No lo han dicho. Pero si os sentáis a tomar otro café, lo averiguaré.

 

Miré a Robbie con expresión interrogante, pero él no dejaba de cambiar el peso de una pierna a otra, con evidentes muestras de nerviosismo. Entonces eché un vistazo al tipo de seguridad, que estaba con los brazos cruzados sobre el pecho, como si me suplicara que fuera a quejarme.

 

—No —resolvió Robbie—. No merece la pena. ?Dónde has aparcado?

 

—En Idaho —bromeé, a pesar de que, por dentro, estaba cada vez más cabreada. ?Por qué habían registrado las maletas de mi hermano, si era a mí a quien estaban vigilando?—. Bueno… ?Por qué no me cuentas algo de Cindy? —sugerí mientras nos acercábamos a las enormes puertas de cristal. Cuando se abrieron, Jenks se introdujo en mi bufanda y, juntos, salimos a la fría pero luminosa tarde.

 

Tal y como esperaba, la expresión apesadumbrada de Robbie desapareció por completo y, con el rostro radiante, empezó a charlar alegremente. Mientras buscábamos el coche, tuve que esforzarme por mantener la atención en lo que tenía que contar sobre su novia, asintiendo con la cabeza y alzando las cejas cada vez que la ocasión lo requería.