Bruja blanca, magia negra

—No. No hemos podido localizar a Mia Harbor.

 

Aunque no ralenticé el paso, el hecho de que me hubieran tenido congelándome en el vestíbulo cobraba mucho más sentido. ?Para eso me había molestado en traer el amuleto de la verdad que llevaba en el bolso? Tanta historia para luego… nada.

 

Jenks estaba empezando a despedir una tenue estela de polvo, lo que significaba que ya no tenía frío y que se encontraba mucho mejor.

 

—?Se ha ausentado sin permiso de las autoridades? —preguntó el pixie volando hacia atrás, lo que generó un peque?o alboroto entre los agentes que nos observaban.

 

A Edden no le impresionó lo más mínimo la exhibición aérea del pixie y, sujetando la puerta de su despacho, me hizo un gesto para que entrara.

 

—Así es —dijo, sin seguirme hacia el interior—. Se ha mudado sin dejar ninguna dirección donde localizarla. Hemos conseguido una orden de arresto de manera que, si la quieres, es toda tuya.

 

—?Una banshee? —pregunté con una carcajada—. ?Yo? ?De cuánta pasta dispones, Edden? Yo no me embarco en misiones suicida.

 

Edden deslizó mi informe sobre la mesa con actitud vacilante, como si intentara averiguar si estaba bromeando.

 

—?Te apetece un café? —dijo finalmente—. ?Y a ti, Jenks? Me parece haber visto una bolsita de miel en el frigorífico. Debe de ser de las galletas de alguien.

 

—?Y tanto! —exclamó él antes de que me diera tiempo a protestar.

 

Edden asintió con la cabeza y dejó la puerta abierta mientras iba en su busca.

 

Una vez a solas, lancé a Jenks una mirada cargada de reproche, mientras él alzaba el vuelo para acercarse a examinar el nuevo trofeo de bolos. Entonces di la vuelta a la silla y me dejé caer sobre ella con un ruido sordo.

 

—Esperaba de todo corazón que, en esta ocasión, te mantuvieras sobrio —dije.

 

Jenks aterrizó en la desordenada mesa de Edden con los brazos en jarras.

 

—?Por qué? —preguntó en un tono desacostumbradamente beligerante—. La banshee no está, de manera que no me necesitas. Dame un respiro, Rachel. Al fin y al cabo, las borracheras de miel no me duran más de cinco minutos.

 

Aparté la mirada con desaprobación, y él voló bruscamente hasta el bote de lápices de Edden, mostrándose molesto. Crucé las piernas y empecé a dar golpecitos con el pie. Me tocaba esperar de nuevo, pero no había tanto jaleo, la temperatura era más agradable y me iban a traer un café.

 

El despacho de Edden era una confortable mezcla de organizado desorden con el que me identificaba plenamente y, en parte, aquella era la razón por la que le había cogido cari?o con tanta rapidez el a?o anterior. El capitán era un exmilitar, pero nadie lo hubiera dicho a juzgar por el polvo y los informes amontonados. No obstante, hubiera apostado cualquier cosa a que era capaz de localizar todo lo que necesitara en menos de tres segundos. El número de fotografías en la pared era escaso, pero en una de ellas se le veía estrechando la mano de Denon, mi antiguo jefe en la SI. Me hubiera preocupado si no hubiera sido porque, en una ocasión, le había oído decir lo mucho que había disfrutado al robarle un caso. El rancio olor a café parecía incrustado en las grises baldosas y los muros pintados de un amarillo institucional. El viejo monitor había sido sustituido por un flamante ordenador portátil, que en ese momento tenía la tapa levantada, y el reloj, que antiguamente estaba colgado detrás de él, se encontraba a mis espaldas. Por lo demás, todo estaba exactamente igual que la última vez que había estado allí sentada, esperando a que Edden me trajera un café.

 

Escuché los pasos de Edden antes de que su corpulenta silueta asomara por entre las persianas venecianas, todas ellas abiertas, que separaban su despacho del resto de oficinas. Venía con dos tazas de porcelana en lugar de los vasos de poliestireno que cabía esperar. ?También habían establecido nuevas normas a ese respecto? Una era claramente la suya, por el borde manchado de marrón. A mí me dio la limpia con el arcoíris. ?Qué tierno!

 

Jenks se elevó formando una columna de polvo azul y, mientras Edden tomaba asiento al otro lado de la mesa, el pixie cogió la bolsita, casi tan grande como él, y se retiró a una esquina, fuera de mi alcance.

 

—?Gracias, Edden! —exclamó batallando con el plástico con intención de abrirlo.

 

Me incliné para cerrar la puerta con el pie y Edden se me quedó mirando.

 

—?Tienes algo que decirme que quieras mantener en secreto? —preguntó. Negué con la cabeza y, tras quitarle la bolsita a Jenks, la abrí y se la devolví.