Bruja blanca, magia negra

—No —respondí dejando el periódico donde lo habíamos encontrado, y dándole la vuelta para que no se viera la fotografía. ?Conque una operación contra el tráfico de drogas? Estupendo. Como queráis.

 

Con las manos en las caderas, Jenks se colocó en mi campo de visión, pero me salvé del comentario socarrón con el que iba a obsequiarme cuando las puertas giraron y entraron dos agentes uniformados llevando de forma violenta a un delgado Santa Claus. El hombre gritaba algo sobre su reno. La fría corriente de aire nos golpeó de lleno, y Jenks se zambulló en mi bufanda.

 

—?Por las tetas de Campanilla, Rachel! ?Crees que podrías ponerte un poco más de perfume? —se lamentó, y sentí un escalofrío cuando sus alas rozaron mi piel desnuda.

 

—Me lo ha dado Ivy —dije.

 

—?Ah!

 

Entonces suspiré y me dispuse a seguir esperando. Había encontrado la botella de aroma cítrico sobre la mesa de la cocina aquella misma ma?ana. Había entendido lo que significaba e, inmediatamente, me había puesto unas gotas. Por lo visto, después de lo que había sucedido el día anterior, a Ivy le había parecido prudente recuperar nuestra costumbre de intentar camuflar la mezcla de nuestros olores naturales. Por un determinado periodo de tiempo, no habíamos tenido que recurrir a ningún producto químico para mitigar sus instintos, pero llevábamos varios meses encerradas en la iglesia con las ventanas cerradas.

 

El hombre disfrazado de Santa Claus se zafó de sus captores y salió disparado hacia la puerta. Me puse de pie de un salto, pero enseguida me relajé cuando los dos agentes se echaron sobre él, estampándose contra la puerta de cristal. El tipo estaba esposado. ?Hasta dónde creía que podía llegar?

 

—?Maldición! —exclamé por lo bajo, con un gesto de dolor—. Eso le va a dejar una buena marca.

 

De pronto percibí un ligero aroma a café, y no me sorprendí al descubrir que Edden se había colocado junto a mí.

 

—El que está debajo es Chad. Es nuevo, y creo que está tratando de impresionarte.

 

El enfado por haberme tenido esperando regresó, y alcé la vista para mirar al capitán de la AFI. Llevaba sus habituales pantalones caquis y una camisa de vestir. No se había puesto corbata, pero les había sacado brillo a los zapatos y se movía con su acostumbrada rectitud. Sus ojos también mostraban una mayor determinación. Parecía cansado, pero el miedo había desaparecido. Glenn debía de encontrarse mejor.

 

—Y lo ha conseguido —dije, observando con el rabillo del ojo cómo Chad arrastraba a Santa Claus hasta el fondo de la sala—. ?No podríais meter a los chiflados por la puerta de atrás?

 

Edden se encogió de hombros.

 

—Está todo cubierto de hielo. Nos podrían denunciar.

 

—Mientras que estamparlos contra la puerta de cristal es muchíiisimo más seguro —dijo Jens desde mi bufanda.

 

—Se ha resistido a la autoridad delante de un montón de testigos —dijo Edden—. Eso sí que es más seguro. —Seguidamente ladeó la cabeza y echó un vistazo a mi bufanda—. ?Hola, Jenks! No te había visto. Hace un poco de frío, ?verdad?

 

—?Oh, sí! El suficiente para congelarme las pelotas —respondió Jenks, asomando la cabeza al oír la voz de Edden—. ?No tenéis algún sitio un poco más calentito? Entre el frío y el perfume de Rachel, estaría más cómodo en la ceremonia de circuncisión de un hado.

 

El achaparrado capitán sonrió y extendió la mano para coger el informe sobre la banshee que había escrito para él en uno de mis numerosos ratos de asueto, esta vez, aquella misma ma?ana.

 

—Venid conmigo a la parte posterior. Siento que os hayan hecho esperar aquí. Son las nuevas reglas.

 

Nuevas reglas, pensé agriamente poniéndome en pie. ?Nuevas reglas o nueva desconfianza? O mejor dicho, una vieja desconfianza renovada. Al menos a Chad le gustaba.

 

—No importa —respondí con amargura, sin querer darle a entender lo mucho que me molestaba. Tanto él como yo sabíamos que había cierto rencor en el aire. ?Qué necesidad había de restregármelo por las narices?

 

—?Qué tal está Glenn? ?Ha recobrado el conocimiento?

 

él tenía una mano apoyada en la parte inferior de mi espalda y, aunque ese tipo de gestos solía resultarme muy ofensivo, a él se lo perdonaba. Edden era un tipo genial.

 

—No —respondió bajando la vista con expresión pensativa—, pero está mejorando. Ha aumentado la actividad cerebral.

 

Una vez lejos de la corriente, Jenks abandonó mi bufanda y yo hice un gesto de asentimiento pensando que debía acercarme un momento a ver a Glenn después de la cena. Para entonces, ya podría disfrutar de un poco de compa?ía silenciosa. Tal vez podría hacerle cosquillas en las plantas de los pies hasta que se despertara o, mejor aún, hacerme pis en sus sábanas. Sonriendo ante la idea, estuve a punto de perder de vista a Edden cuando se desvió inesperadamente a la izquierda, alejándose de las salas de interrogatorios.

 

—?No vamos a interrogarla? —pregunté cuando vi que Edden me conducía hacia su despacho.