—No. ?Podrías tirarla por mí? —No estoy deshaciéndome de Kisten, pensé, abrumada por un sentimiento de culpa. No obstante, conservar su último regalo en el último cajón de mi cómoda resultaba patético—. Ummm…, y gracias otra vez por llevarme al barco.
Marshal giró la silla en la que estaba sentado y se colocó frente a mí.
—De nada. ?Cómo está tu amigo? ?El agente de la AFI?
Hice un gesto de asentimiento, recordando a Glenn.
—Ford dice que se despertará en un par de días.
Jenks, que se había agenciado una taza del tama?o adecuado para un pixie y la había llenado con el café que todavía goteaba de la cafetera, se instaló entre nosotros, sobre la caja de las galletas saladas. Estaba bastante callado, algo impropio de él, pero, probablemente, tenía el oído puesto en lo que hacían sus hijos.
De pronto se oyó un ruido de temor creciente proveniente del santuario y que, sin duda, tenía que ver con algo que había hecho Ivy, que hizo que me estremeciera.
Fue entonces cuando mi mirada recayó sobre la esquina del sobre y, con un repentino arrebato de ira, lo cogí.
—Oye, ?me harías un favor? —pregunté entregándoselo a Marshal—. Estoy intentando pagar por un curso, y necesito hacer llegar esto a la secretaría de la universidad. Es muy urgente.
—Creía que había terminado el periodo de inscripción —intervino Jenks, y Marshal alzó las cejas mientras lo cogía.
—Así es —dijo.
Me encogí de hombros.
—Me han devuelto el cheque que les envié —me lamenté—. ?Puedes intentar que te lo cojan? Tal vez, si echas mano de tus contactos para que lo introduzcan en el sistema… No quiero tener que pagar un plus por estar fuera de plazo.
Asintiendo, dobló el sobre y se lo guardó en un bolsillo trasero para echarle un vistazo más tarde. Con el ce?o fruncido, se recostó en el respaldo de la silla, pensativo.
—?Te apetece un poco de sopa? —pregunté.
Marshal esbozó una sonrisa.
—No, gracias —respondió. Acto seguido se le iluminó la mirada—. ?Oye! Ma?ana tengo el día libre. No hay clases en la universidad, porque es el día que los profesores se reservan para trabajar en sus despachos, pero no tengo exámenes que corregir. ?Te apetecería quedar? Podríamos hacer algo para liberar tensiones. Después de que lleve tu cheque, claro está. He oído que han abierto una nueva pista de skate en la calle Vine.
Aunque dos meses antes aquella oferta habría hecho que me pusiera en guardia, en aquel momento una sonrisa asomó a mis labios. Marshal no era mi novio, pero hacíamos cosas juntos continuamente.
—No creo que pueda —dije, cabreada por no poder decir que sí y, simplemente, ir—. Tengo que seguir trabajando en el asesinato… y limpiar el rótulo…
Jenks agitó las alas enérgicamente.
—Ya te dije que te ayudaría con eso, Rachel —dijo alegremente.
Sonreí y lo rodeé con la mano.
—Hace mucho frío, Jenks —protesté. A continuación, volviéndome hacia Marshal, a?adí—: A las tres tengo que ir a recoger a mi hermano al aeropuerto, ir a ver a Ford a las seis, y regresar a casa de mi madre para comportarme como una buena hija y cenar con ella y con Robbie. El sábado lo pasaré en siempre jamás con Al… —Poco a poco mi voz se fue apagando—. ?Qué te parece la semana que viene?
Marshal asintió con gesto comprensivo y, de pronto, viendo una oportunidad de oro para evitar que mi madre me volviera loca, le espeté:
—A menos que quieras venir a cenar a casa de mi madre… Va a hacer lasa?a.
él soltó una sonora carcajada.
—Quieres que finja que somos novios para que tu vida no parezca patética, ?verdad?
—?Marshal! —le reproché dándole un manotazo en el hombro, pero el rubor de mis mejillas me delató. ?Oh, Dios! Me conocía demasiado bien.
—Entonces, ?tengo razón? —me chinchó con los ojos brillantes bajo su pelo chafado después de haber llevado el gorro de lana.
Torcí el gesto y luego le pregunté:
—?Me vas a ayudar o no?
—?Y tanto! —respondió con gesto radiante—. Tu madre me cae genial. ?Habrá tarta? —a?adió enfatizando la última palabra, como si le fuera la vida en ello.
Esbocé una sonrisa, sintiéndome ya mejor por el día siguiente.
—Cuando le cuente que vas a venir, preparará dos.
Marshal se rió por lo bajo y, mientras yo daba un sorbo al café y le devolvía la sonrisa, satisfecha y feliz, Jenks abandonó la cocina sin hacer ruido dejando tras de sí una estela de polvo verde que lentamente se desvaneció.
6.