Bruja blanca, magia negra

 

El vestíbulo de la AFI era ruidoso y frío. El suelo estaba cubierto de un lodo grisáceo fruto de los restos de nieve medio derretida que habían arrastrado desde el exterior, haciendo que el felpudo quedara empapado y creando un sendero negruzco que llegaba hasta el mostrador, situado en el lado opuesto de las puertas de cristal. El emblema del centro de la sala estaba cubierto de cientos de pisadas. Me recordaba a la insignia que había en el suelo de las oficinas de los tribunales de los demonios. Según Al, se trataba de una broma, pero yo tenía mis dudas. Me revolví nerviosamente en una de las horribles sillas de color naranja que tenían allí fuera. El sábado, día en que tenía mi cita con Algaliarept, siempre parecía llegar demasiado pronto. Intentar explicar a mi madre y a Robbie por qué iba a estar incomunicada todo el día iba a resultar una ardua tarea.

 

Había entrado alegremente en las oficinas de la AFI diez minutos antes (me encontraba de un humor excelente desde que Alex me había traído el coche a la iglesia), dejando las marcas de mis elegantes botas sobre su emblema cuando me dirigía al mostrador para anunciar quién era, y me encontré con que me pedían que tomara asiento como si fuera un bicho raro cualquiera. Con un suspiro, me encorvé y apoyé los codos en las rodillas intentando encontrar una postura cómoda. No me hacía ninguna gracia que me hubieran pedido que esperara. Si Ivy hubiera estado allí, se hubieran volcado con ella, pero no conmigo, una bruja con problemas de memoria de la que ya nadie se fiaba.

 

En aquel preciso instante, Ivy estaba pateando las calles intentando seguir el rastro de lo que había hecho el asesino de Kisten en los últimos seis meses. Los remordimientos por no haber actuado con la suficiente premura habían hecho que se levantara mucho antes que yo. Jenks, por su parte, me había acompa?ado con la esperanza de que, de vuelta a casa, nos detuviéramos en una tienda de hechizos. No estaba interesado en los encantamientos, sino en los productos necesarios para su realización, cosas que un pixie amante de la jardinería que estaba burlando el letargo no podía conseguir en diciembre. Matalina estaba teniendo algunos problemas de salud, y sabía que estaba disgustado y dispuesto a gastarse en su mujer una parte del dinero del alquiler que le dábamos Ivy yo. En consecuencia, los dos teníamos la sensación de estar perdiendo el tiempo allí sentados. Por no hablar del frío que estábamos pasando.

 

Me erguí y empecé a balancear mi bolso entre las piernas para intentar quemar parte de la irritación que sentía; cuando me ajusté la bufanda, Jenks dio se?ales de vida.

 

—?Qué te pasa, Rachel? —preguntó aterrizando sobre mis manos para que dejara de mover el bolso.

 

—Nada —respondí secamente.

 

él alzó las cejas y me miró fijamente a los ojos.

 

—Entonces, ?por qué se te ha acelerado el pulso y te ha subido la temperatura corporal? —A continuación, hizo una mueca de disgusto, y a?adió—: ?Dios! Tu perfume apesta. ?Qué has hecho, ba?arte en él?

 

Desvié la mirada hacia la recepcionista, evitando la pregunta de Jenks. No podía decirle que estaba preocupada por que su mujer no sobreviviera al invierno. él agitó las alas con fuerza, intentando llamar mi atención, y yo di unos golpecitos al informe sobre la banshee que reposaba sobre mi rodilla. Lo había escrito para Edden aquella misma ma?ana, lo que hacía que estuviera aún más cabreada. Había ido hasta allí para ayudarles, y me tenían esperando con un montón de padres angustiados y varios matones esposados a la pared. ?Qué bonito!

 

—?Mira esto, Rachel! —dijo Jenks alzando el vuelo sin soltar ni una mota de polvo. Acto seguido aterrizó sobre un diario que se encontraba dos asientos más allá—. ?Has salido en el periódico!

 

—?Qué?

 

Esperándome lo peor, me incliné y lo agarré. Jenks regresó afanosamente y se posó en mi mano mientras yo alzaba el periódico y examinaba la fotografía. ?Lo que me faltaba!, pensé. No obstante, mi preocupación disminuyó cuando descubrí que se trataba de una instantánea tomada en el exterior de la casa de los Tilson, en la que se veía un montón de gente y una unidad móvil. El pie de foto decía: ?Operación fallida de fin de a?o contra el tráfico de azufre?, y resultaba prácticamente imposible reconocerme, a menos que supieras que había estado allí.

 

—?Quieres llevártela para tu álbum de recortes? —preguntó Jenks mientras yo echaba un rápido vistazo al artículo.