Bruja blanca, magia negra

Tom no respondió, pero no hacía falta. Me lo había encontrado en la casa de los Tilson y me había dicho que estaba trabajando. Probablemente pensaba que disponíamos de información de primera mano y, teniendo en cuenta que no disponía de acceso a nada mágico ni a la base de datos de la SI, quería enterarse de lo que sabíamos y usarlo para birlarnos la detención delante de nuestras narices.

 

—Todo esto tiene que ver con los Tilson, ?verdad? —pregunté, y cuando apartó la vista y se quedó mirando la sopa, que se había cubierto de una costra, supe que tenía razón—. ?Quieres contármelo ahora y ahorrarme la molestia de pedir a Ivy que te lo saque a golpes?

 

—Aléjate de ella —dijo Tom con vehemencia—. Llevo cinco meses observando a esa mujer. ?Es mía! ?Entendido?

 

Me recosté sobre la encimera, asintiendo con la cabeza cuando me confirmó mis sospechas. Tom sabía que no eran los Tilson, y probablemente ya estaba trabajando en los asesinatos. Aparentemente, pensaba que la culpable era la mujer.

 

—Solo estoy haciendo mi trabajo, Tom —dije, empezando a sentirme mejor. Si intentaba espiar mis conversaciones, probablemente no tuviera intención de volar mi coche. Los muertos no hablan. Normalmente—. Te propongo algo; tú te apartas de mi camino, yo me aparto del tuyo y que gane el mejor, ?de acuerdo?

 

—Estupendo —dijo el brujo, transmitiendo una gran seguridad en sí mismo—. ?Vas a necesitar mucha suerte! Antes de que todo esto acabe, vendrás a mí suplicando que te cuente lo que sé. Te lo garantizo.

 

Jenks batió las alas provocándome un escalofrío en el cuello.

 

—Llevaos al pipiolo de aquí —dijo de repente.

 

Marshal se acercó con intención de sacarlo a empellones, pero Ivy se le adelantó y, tras agarrarlo de la mu?eca, le retorció el brazo hasta colocarlo en una dolorosa posición, y lo empujó en dirección al pasillo.

 

—?No te olvides del amuleto! —le grité, y Bis se dirigió en picado para cogerlo de la mano de Marshal, y salió volando detrás de ellos. Entonces escuché que Ivy mascullaba algo e inmediatamente la puerta se cerró de golpe. Bis no regresó, y di por hecho que la había acompa?ado.

 

—?Crees que podrá arreglárselas sola? —preguntó Marshal.

 

Asentí con la cabeza, sintiendo de pronto que me temblaban las rodillas.

 

—?Oh, sí! No tengo ninguna duda. El que me preocupa es Tom.

 

Me dolía el estómago. ?Maldita sea! Hacía a?os que nadie se atrevía a violar la seguridad de mi hogar, y una vez que todo había acabado, no me gustaba en absoluto. Haciendo una mueca de dolor, removí la sopa, y lo hice con tal energía fruto del nerviosismo, que derramé un poco. Jenks revoloteaba erráticamente y, mientras limpiaba lo que había tirado, farfullé:

 

—Para de una vez, Jenks.

 

La cocina se quedó en completo silencio, salvo por el ruido rasposo de Marshal quitándose el abrigo, pero fue el borboteo que hizo al servir dos tazas de café lo que hizo que volviera a la realidad. Cuando me acercó una de ellas, me las arreglé para esbozar una sonrisa forzada. Jenks estaba en su hombro, algo bastante inusual, pero, al fin y al cabo, nos había evitado un montón de problemas, y Jenks debía sentirse agradecido, puesto que él no podía salir, y Bis era solo una gárgola, y además, demasiado joven e inexperta en aquellos menesteres.

 

—Gracias —dije, olvidándome por un momento de la sopa y bebiendo un sorbo de café mientras me recostaba en la encimera—. Por lo de Tom, y por el café —a?adí.

 

Con una expresión de satisfacción y algo engreída, Marshal le dio la vuelta a una silla y tomó asiento con el respaldo contra la pared y las piernas estiradas.

 

—No hay de qué, Rachel. Me alegro de haber estado aquí.

 

Dejando tras de sí una estela de polvo verde, Jenks se posó junto a mí, fingiendo que echaba de comer a su artemia, que estaba en el alféizar sumergida en agua salada. Era consciente de que Marshal consideraba que mi convicción de que atraía el peligro era exagerada, pero incluso yo tenía que admitir que haber atrapado a un brujo de líneas luminosas excluido resultaba impresionante.

 

En aquel momento inspiré hondo y escuché el parloteo de los pixies que llegaba desde el santuario, que narraban jugada a jugada lo que Ivy le estaba haciendo a Tom. El ligeramente masculino aroma a secuoya, característico de los brujos, me invadió. Resultaba muy agradable percibir aquel olor en mi cocina, mezclado con el de vampiro y el ligero aroma del jardín que estaba empezando a identificarlo con el de los pixies. Marshal estaba mirando al techo con actitud expectante, y yo solté una risa ahogada y tomé asiento junto a él.

 

—De acuerdo —dije tocándole la mano con la que sujetaba la taza de café—. Lo reconozco. Me has salvado. Me has salvado de lo que quiera que Tom estuviera planeando. Eres mi jodido héroe, ?vale?

 

Al oír mis palabras, Marshal soltó una carcajada que me hizo sentir muy bien.

 

—?Quieres que te traiga la caja que te dejaste en el coche? —preguntó haciendo amago de levantarse.

 

Entonces pensé en lo que había dentro, y me quedé paralizada.