—Fue un hombre —dije soplando en la parte superior y apagando el gas—. Todo se va a arreglar. Lo encontraremos y podremos poner fin a todo esto.
Me encontraba de espaldas a ella, y me quedé petrificada al sentir un leve cosquilleo en el cuello, en la cicatriz que me había causado y que estaba oculta bajo mi piel suavizada por un hechizo. Sentí que los músculos de mi rostro se relajaron y los movimientos al remover la sopa se ralentizaban mientras aquella sensación se transformaba en una tenue impaciencia que alcanzó lo más profundo de mi ser y rebotó. Sabiendo que Ivy no podía verme, cerré los ojos. Conocía aquella sensación. La echaba de menos, incluso mientras luchaba en contra de mis instintos por liberarme de ella.
Con la sensación de alivio que le había producido saber que Skimmer no hubiera matado a Kisten, inconscientemente Ivy había llenado el ambiente de feromonas que aplacaban y relajaban una potencial fuente de sangre y éxtasis. No andaba tras mi sangre, pero llevaba seis meses en tensión, y quizás ese era el motivo por el que aquel ligero rastro de feromonas resultaba tan agradable. Inspiré profundamente, disfrutando del torrente de deseo que hacía que sintiera un nudo en el bajo vientre y que la cabeza me diera vueltas. No pensaba actuar en consecuencia. Ivy y yo teníamos una relación platónica bastante sólida y quería que siguiera siendo así. Pero eso no me impedía disfrutar de aquel peque?o lujo.
Suspirando, me obligué a concentrarme en lo que estaba haciendo. Recobré la compostura y empujé hacia dentro el asomo de deseo, hacia un lugar donde pudiera ignorarlo. Si no lo hacía, Ivy percibiría mi buena disposición y nos encontraríamos de nuevo en el mismo punto que seis meses antes, inseguras, inquietas y demasiado confundidas.
—?Piensas abrir tu correo este siglo? —preguntó Ivy con voz distante—. Te ha llegado una carta de la universidad.
Feliz por tener algo con lo que distraerme, di unos golpecitos con la cuchara en el borde del cazo y la apoyé en el portacucharas.
—?Ah sí? —dije girándome y encontrándola mirando el montón de cartas medio escondidas. Limpiándome los dedos en los vaqueros, me acerqué y extraje el delgado sobre con el logotipo de la universidad de debajo de mi bolso y dejé los demás, lo que le molestó soberanamente. Me había inscrito en un par de cursos sobre líneas luminosas justo antes de las vacaciones de invierno, y esperaba que se tratase de la confirmación. Sabía utilizar las líneas luminosas, pero todo lo que sabía lo había aprendido improvisando sobre la marcha. Necesitaba desesperadamente algunas clases antes de que acabara friéndome las neuronas.
Ivy descruzó las piernas y se concentró en el ordenador mientras yo deslizaba el dedo bajo la solapa y, finalmente, tuve que romper el sobre para abrirlo del todo. Acto seguido saqué la carta, y el cheque que había enviado planeó en el aire hasta aterrizar en el suelo. Ivy se acercó a él en un abrir y cerrar de ojos, y su pelo corto osciló cuando se dobló para recogerlo.
—Han rechazado mi solicitud —dije, desconcertada, leyendo rápidamente el escrito formal—. Según dicen, ha habido algún problema con el cheque. —Entonces busqué rápidamente la fecha de debajo del encabezamiento. Mierda. Estaba fuera de plazo para la preinscripción y tendría que pagar otra tasa—. ?Acaso me olvidé de firmarlo?
Ivy se encogió de hombros y me lo entregó.
—No. En realidad, creo que guarda relación con que la última vez que participaste en uno de sus cursos, murió una profesora.
Con un gesto de fastidio, volví a guardar todo en el sobre. ?Problemas con el cheque? ?Chorradas! Tenía dinero de sobra en la cuenta.
—No está muerta. Está en el sótano de Trent jugando a la se?orita Arregla Todo con el código genético de los elfos. Esa tía está en el cielo.
—Muerta —sentenció Ivy con una sonrisa que mostraba el extremo inferior de sus dientes.
Aparté la vista, reprimiendo el escalofrío que me producía ver sus colmillos.
—?Es una injusticia!
El violento repiqueteo de las alas de un pixie hizo que, por unos segundos, nos pusiéramos en guardia, y solté la carta con cara de asco cuando Jenks entró zumbando. Ivy se quedó mirándolo con los ojos muy abiertos, con expresión inquisitiva y, al darme la vuelta, me sorprendió ver que despedía un torrente de chispas rojas.
—Tenemos un problema —dijo.
Di un respingo y miré hacia abajo al sentir un débil golpe que provenía de debajo del suelo.
Ivy se puso en pie y se quedó mirando el desgastado linóleo.
—Hay alguien ahí abajo.
—?Qué te crees que intentaba deciros? —exclamó Jenks en un tono casi altanero mientras se situaba en medio de nosotras con los brazos en jarras.
A continuación se oyó el grito amortiguado de un hombre y una serie de golpes.