Bruja blanca, magia negra

Edden tenía el bigote fruncido, y su rostro mostraba una expresión severa.

 

—Su cómplice no me preocupa lo más mínimo —dijo—. Estaba lo bastante sano como para darle una paliza a mi hijo. Esta ma?ana hemos tenido acceso a su ficha policial gracias a las huellas. Se llama Remus, y no hubiéramos dado con él tan rápido de no ser porque tiene un informe del grosor de mi pu?o, que va desde un intento de violación cuando todavía estaba en el instituto, hasta hace tres a?os, que pasó una temporada recluido en un centro para enfermos mentales cumpliendo una pena por maltrato animal con ensa?amiento. Cuando lo pusieron en libertad, desapareció de la faz de la tierra. Desde entonces, no ha utilizado tarjetas de crédito, tampoco tenemos constancia de que haya alquilado ningún inmueble ni de que haya cotizado en la seguridad social. Nada. Como comprenderás, dadas las circunstancias, no tengo ninguna intención de romperme los sesos buscándolo para preservar su salud.

 

Me dolía el estómago. ?Dios! Lo más seguro es que se hubieran cargado a los Tilson entre los dos. Habían matado a aquella pobre pareja, que posaba sonriente para el anuario escolar, y se habían apoderado de sus nombres, de sus vidas y de todas sus pertenencias. Después habían metido en cajas lo que no necesitaban, y lo habían abandonado en el garaje.

 

Jenks dejó caer la bolsita de miel vacía, tambaleándose bajo la lámpara del escritorio y alzando la vista para quedarse mirándola fijamente. Entonces me di cuenta de que estaba cantando para conseguir que se encendiera y le di al interruptor. Jenks estalló soltando un montón de chispas doradas y, muerto de risa, se cayó al suelo. Me quedé helada. Se había quedado atascado en el décimo día de Navidad, pero finalmente se rindió y se puso a cantar la parte de los cuatro condones violeta.

 

Yo miré a Edden y me encogí de hombros.

 

—Tal vez la ni?a es hija de Remus —dije.

 

Edden tomó el informe que estaba en la parte más alta de montón que había debajo de Jenks. El pixie se elevó unos diez centímetros para acabar cayéndose de nuevo. Entonces, mascullando algo ininteligible, apoyó la cabeza sobre sus brazos cruzados y se quedó dormido bajo el calor artificial que emitía la luz de la lámpara. Edden me entregó el informe y yo lo abrí.

 

—?Qué es?

 

él se inclinó hacia atrás y entrelazó las manos sobre su pecho.

 

—Ahí está toda la información que hemos conseguido recabar sobre Mia. Que tenga una ni?a hace que resulte mucho más sencillo seguirle la pista. Sin ella, Remus no existiría. Hemos localizado otra guardería con licencia que suele frecuentar. Con esta, ya son cuatro, y al menos dos más informales.

 

Hojeé el peque?o paquete para leer las direcciones, impresionada una vez más por las técnicas de investigación de la AFI. Las guarderías se encontraban la mayoría en Ohio, a las afueras de Cincy.

 

—He llamado a todas esta ma?ana —explicó Edden—. Ayer Mia no se presentó en ninguna, y en la que estaba previsto que acudiera, estaban preocupados. Por lo visto, siempre se queda a ayudar en vez de pagarles por los cuidados, alegando que quiere que Holly mejore sus habilidades sociales.

 

—?No jodas! —exclamé alzando las cejas. La excusa hubiera podido colar si no fuera porque llevaba a su hija a otras cinco guarderías a hacer exactamente lo mismo.

 

—No, no, no —intervino Jenks desde debajo de la lámpara arrastrando las palabras. Tenía los ojos cerrados y me sorprendió que estuviera tan consciente como para escuchar lo que hablábamos, y menos aún para hacer comentarios—. Esa ni?a no está socializando. Está chupando emociones como…

 

Sus palabras se desvanecieron en un murmullo confuso y sugerí:

 

—?Como un pixie hasta las cejas de miel?

 

Jenks entreabrió un ojo y me hizo un gesto con el pulgar hacia arriba.

 

—Eso es —confirmó con los ojos cerrados segundos antes de ponerse a roncar. Sin saber muy bien por qué, me desenrollé la bufanda y lo tapé con ella. ?Vergüenza ajena, quizás?

 

Edden nos observaba con expresión interrogante, y yo levanté un hombro y lo dejé caer de nuevo.

 

—Probablemente está intentando diseminar los da?os que esté causando su hija.

 

Edden emitió un gru?ido esquivo, y yo seguí hojeando el informe.